Partido malo, malísimo. Juraría que no es la primera, ni siquiera la segunda vez que comienzo un artículo así esta temporada. Luis Enrique, en su afán de decir aquí estoy yo, para solucionar este desconcierto en el que vive sumido el equipo, salió con Mathieu en el lateral y Rafinha en el medio. Un 3-3-1-3 con balón, un 4-3-3 sin él. Conclusión, lío monumental con una primera parte donde la profética «reacción» que el asturiano anunció tras el partido contra el Leganés brilló por su ausencia.
En lo que es una tónica este año, los centrales achicaban agua cuando el Atleti atacaba. Cuando el Barsa tenía el balón, estos mismos centrales mandaban balonazos a una MSN que, salvo Neymar brillaba por su ausencia.
La segunda parte fue más de lo mismo hasta que Rafinha puso el 0-1 ante la incredulidad de todo el mundo, aficionados del Barsa incluidos. Su equipo en un partido infame se veía líder del campeonato.
El empate del Atleti llegó por una falta concedida por un Busquets que es la sombra de lo que fue. Empate justo para lo visto. El Atlético notaba el esfuerzo de la Champions y apenas inquietaba arriba.
Cuando todo parecía que iba a terminar en un empate insulso para ambos, llegó la esperanza con el 10 a la espalda. Messi remató por dos veces (increíble que a un equipo de Simeone le metan dos goles ambos con doble rechace en el área) y se fue a celebrarlo con una euforia que alienta a la parroquia culé de que quizás la temporada no esté terminada.
Si es usted del Atlético, la Champions es el fin. Si es del Barsa no busque fútbol porque no lo hay. Busque a Messi y rece.