Corren malos tiempos para la unión. El frenetismo de nuestra vida cotidiana en las grandes ciudades cede escaso lugar al colectivismo, antes tan perseguido y ahora tan denostado. Hace muchos años, quizás por la llegada de las tecnologías, o quizás por el empobrecimiento de las condiciones laborales, que los barrios no son las grandes familias que antes componían sus vecinos.
El egoísmo se ha apoderado de nuestra agenda y ya quedaron atrás esa ayuda del señor del 5º, saludar a diestro y siniestro o esas charlas de plaza en las que descubrir soluciones aportadas por todos. Salvo en Villa Teresa, Montevideo. En este enclave obrero de casas bajas y altos sueños saben lo que es luchar, como hicieran hace dos años para conservar una plaza de ocio infantil. De luchar por dos colores, el blanco y el rojo, de los que este año se sienten más orgullosos que nunca. Porque el 13 de junio de este año el tiempo se paró entre las calles Lecocq y Coronilla.
Como las grandes gestas nunca se recordaron por su facilidad, el Club Atlético Villa Teresa tuvo que alcanzar la gloria desde el punto de penal. Quizás fue el apoyo desde el cielo de Marcelo López, hincha fallecido en una pelea contra seguidores de Oriental cinco años atrás, lo que empujó el balón de Arguiñarena en el penalti definitivo. El que permitía alcanzar el hito, participar por primera vez en la Primera División uruguaya. Porque mientras su compatriota Suárez mordía la gloria con el todopoderoso Barça, todo un barrio de unos escasos 3.000 habitantes festejaba un día que nunca sabe si repetirán.
Por enésima vez, los humildes, los que enfocan sus mundanas vidas en el refugio balompédico, daban la campanada en un deporte tan mediatizado como capitalizado.

¿Y cómo puede competir en Primera División ante míticos como Peñarol o Nacional un club sin estadio, sin web y con recursos paupérrimos? Pues con la esencia del deporte de equipo, el compañerismo, la solidaridad y la ilusión. Al igual que en los malos tiempos del Real Betis, y como contaba el añorado Alfonso Jaramillo, el Villa organizó hasta rifas para alcanzar los 800.000 euros de presupuestos necesarios para la competición.
Todo dinero es poco si se cuenta con el apoyo de todo un barrio. Y sobre todo bajo el mando de otro paradigma del entrenador sudamericano: Vito Beato. Gorro de lana, gafas pendidas del cuello, barba descuidada y media melena, quizás reminiscencia de su pasado como futbolista, el míster Beato es todo un personaje.
Y es que el gran artífice del éxito lleva ocho años embarcado en esta locura de proyecto. Si hablamos de la plantilla del camión, nombre con el que también se conoce al club, pocos jugadores sonarán al lector. De hecho, el más conocido podría ser Omar Pérez, un mediocentro de 38 años que llegó a jugar en el Castellón y en la Premier rusa.
Pérez se une a Leites y Pereira dentro del bloque duro de veteranos reclutados por Beato para consolidar al equipo en la élite. Algo que contrasta con la ilusión de los prometedores Arguiñarena, De León o Galli. Sin olvidar al mariscal Britos, al trotamundos del gol Martiñones o al incisivo Ademar Martínez, autor desde los once metros del gol que trajo la primera victoria en Primera, la cosechada el sábado ante Plaza Colonia.

En definitiva, nos encontramos ante otra rara avis del fútbol moderno. Otro reducto del fútbol entendido desde el sentimiento. Porque tras Vallecas o Sankt Pauli, ahora es Villa Teresa en Montevideo el nuevo barrio futbolero por excelencia. Lástima que el montevideano más célebre no llegara a verlo. Porque, ¿qué habría dicho Eduardo Galeano de sus vecinos?