Cuando parecía que después del esperpento del partido del PSG la obra culmen de Luis Enrique había pasado, ayer en Turín tuvo lugar la saga con acento italiano. Mal, muy mal los jugadores y pésimo un entrenador que remató su ridículo planteamiento con unas declaraciones que en cualquier equipo supondrían su destitución.
Salir con defensa de tres en un partido en el que no había necesidad de remontar ningún marcador y sobre todo, teniendo que alinear a Mathieu es simplemente una broma de mal gusto. No es de recibo que en el partido más importante de la temporada hasta la fecha, se improvise. La cara del central francés al salir al campo era la de aquel que sabe que «no se ha visto en otra igual en su vida».
La Juventus poco tuvo que hacer, presionar la salida del Barsa y balones a un Dybala que campaba a sus anchas. La supuesta superioridad del mediocampo que buscaba Luis Enrique no existió. A partir de ahí, minuto 23, 2-0 en el marcador y un entrenador que, como es habitual, no tocó nada hasta llegar al descanso. Sin embargo el desaguisado que había producido su iluminación en forma de sistema de juego no se solucionaba con un solo cambio. Mención aparte merece el hecho de ver un banquillo con dos laterales izquierdos como Alba y Digne…ejemplo de la pésima planificación de una plantilla donde los millones se han dilapidado con alegría en unos suplentes que no tienen nivel.
Cierto que la diferencia con el partido de Paris fue que el Barsa mereció claramente algún gol, pero también lo es que si Higuaín hubiera estado medio entonado el saco de goles habría sido de los que marcan época.
Al finalizar el encuentro, un «valiente» Luis Enrique cargó contra sus jugadores asumiendo su culpa en el planteamiento con balón pero no sin él, lo que viene siendo lo mismo a decir «os habéis arrastrado por el campo». Un entrenador que pone públicamente a sus jugadores al pie de los caballos para ocultar su inoperancia táctica no merece ser entrenador de un club como el Barcelona.