Pelele. Figura humana hecha de paja o trozos de tela que se suele poner en los balcones o se mantea por los carnavales.
Mañana vuelve la Liga al Camp Nou. Tras otro verano de kilómetros entre Asia y Estados Unidos, de torneos amistosos de poca exigencia para sanear la economía del club, de mala preparación y muchas ausencias, el Futbol Club Barcelona se presenta ante su afición en la segunda jornada de Liga.
Enfrente, un Real Betis que intentará hacer olvidar la derrota en su mal estreno ante el Valladolid. Rubi seguirá buscando la manera de hacer funcionar a su equipo, que no ha dado más que luces y sombras durante la pretemporada. Ha conseguido un grupo de buenos nombres, y seguro que sacará un once competitivo y ambicioso. Pero no nos engañemos, la mayor baza verdiblanca, sus opciones para sacar algo positivo de un campo a priori complicado, pasan irremediablemente por el banquillo rival.
Y ese hecho diferencial no es otro que Ernesto Valverde. El Barça del Txingurri ha comenzado esta temporada igual que acabó la pasada. Con derrota, fracaso y ridículo. Y sobre todo con la sensación de que no hay nadie al timón, de que sigue sin haber nadie al timón y de que nunca ha habido nadie que dirija a este equipo.

La imagen espigada de Ernesto, de pie en la banda, con el ceño siempre fruncido, la mirada aparentemente contrariada, escondiendo un gran pozo de confusión, despierta en mí una sensación que bascula entre el rechazo y la pena. Es el prototipo de entrenador interino que a final de temporada sabe que volverá a un oscuro despacho. Por lo tanto se limita a cumplir unos mínimos para no perder la nómina, mientras intenta no molestar a nadie. Sin capacidad para decidir, sin voz ni voto, y sin margen para innovar, cambiar o probar. Un gestor que no gestiona, un director que no dirige, un jefe de paja que simplemente está ahí de relleno.
Si mañana dejara de presentarse al trabajo, difícilmente algún jugador le echaría de menos. Ni siquiera en día de partido. La dinámica del equipo está muy marcada por las figuras que se han apropiado del club, que lo usan como si fuera el patio de su casa, a su disposición y antojo. Si bien es cierto que contra el Athletic hubo un pequeña revolución en el once, pronto se vio que era más de lo mismo: juego plano a la espera del zarpazo de algún crack, pero Messi estaba lesionado.
Seguramente los primeros en darse cuenta de que se ha ido fueran los periodistas. Al encontrarse un micrófono vacío en la sala de prensa se preguntarían dónde está Valverde. Aunque la realidad es que con ese estilo aburrido, ese discurso vacío, predecible y totalmente prescindible, cualquier alternativa sería bien recibida.
Así Ernesto Valverde pasará a la historia de los entrenadores blaugranas que nadie destacará ni recordará. En una hipotética reunión futura se sentará en la mesa de Antic, Serra Ferrer, el Tata…, pero con un palmarés bastante más hinchado. En su despedida le darán las gracias por los servicios prestados, le desearán buena suerte y prometerán llamarle para tomar un café, pero ese café nunca llegará. Y mientras, a seguir recibiendo palos haga lo que haga. Porque esa parece la única función que tiene Valverde, de entrenador pelele que recibe los golpes que deberían ir a otros mientras el club zozobra hacia un futuro incierto.