Viéndolo, casi parece magia. Que Karim Benzema lleva un tiempo con un ángel en las botas es vox pópuli, pero no está de más dedicarle visionados tranquilos de vez en cuando a sus goles más bonitos. En opinión de quien escribe, algunos de ellos vienen de esta misma temporada. Y toca hacer memoria: qué desagradable es a veces eso.
Recuerdo estar hace años, más de cinco, viendo un programa deportivo de madrugada. Tiempos faustos para algunas estrellas (que no han perdido su lustre), brillantes hasta el punto de ensombrecer a quienes moran a su alrededor. Aquellos sabios del fútbol sentados cómodamente discutían sobre si el momento de Benzema ya había pasado. Sobre si el Gato estaba en las últimas, si ya no daba más de sí y si tenía algún sentido mantenerlo en la plantilla de su club. ¿Qué vale Benzema ya, se preguntaban? ¿Qué puede aportar a estas alturas?
Qué curioso es lo poco que se valora lo necesario. Lo mucho que se elogia a quien termina la faena, pero no a quien la trabaja con mimo y la facilita. Aunque la opinión de los tertulianos era casi unánime, alguien decía tímidamente que Benzema no era solo un goleador, sino una pieza imprescindible para que el engranaje de la máquina que es el equipo. Alguna vez más escuché este argumento en discusiones más distendidas, aunque siempre en minoría. Pero me llamó la atención poderosamente, casi por empatía. Si yo fuera delantera en uno de las mejores plantillas del mundo, ¿querría dar el bonito pase que terminara en un tanto espectacular… de otro? ¿No querría ser yo la goleadora?
Bueno, quizá querría ganar.
Y quizás eso quiere también Karim. Y quizá por eso es la versatilidad convertida en futbolista. La elegancia personificada en un campo donde no siempre se valora la técnica frente al resultado. La efectividad que le ha llevado a ser, de hecho, el máximo goleador de la presente Liga a día de hoy tras el último recital blanco. Y, si me permiten, a ostentar el título de Autor de Los Tantos Más Hermosos de la actual temporada (por favor, que mejoren ese nombre si acaban otorgando el galardón).
Los «trallazos» sorpresivos que nos dejan sin aliento (sigo recordando ese gol de Rafa Mir contra el Cádiz siempre que estoy triste) son la salsita que dan el sabor perfecto al plato. Pero ese arte silencioso, esa paciencia para esperar el tiempo necesario a que llegue a su punto justo de cocción… son la base de la cocina. Y cinco largos años después de esa noche y de ese programa trasnochado, el perseverante Gato sigue haciendo su arte.