Cuando se van a cumplir cien años de su nacimiento, la selección española de fútbol se ha convertido en un atrevido galán, que se vanagloria de ser favorito para conquistar cualquier competición donde participe, aunque no siempre fue así.
Su primera competición oficial la saldó con un jugoso botín: la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. No volvió a asomarse a los puestos de honor hasta 1950, donde alcanzó el cuarto puesto en los mundiales de Brasil. Quizá entonces, ya se enamoró de la copa Jules Rimet, como se llamaba en aquella época.
En la década de los sesenta contó con una de las mejores plantillas de su historia, con jugadores como Di Stéfano, Peiró, Del Sol, Kubala, Luís Suárez o Gento. Aún así, no pasó de la fase de grupos en los mundiales de 1962 y 1966.
Otra de las conquistas de enjundia era la Eurocopa de las Naciones, aunque muy joven porque acababa de nacer. En 1960, partía como uno de los máximos favoritos para hacerse con la corona de laurel. Sin embargo, la enésima relación entre fútbol y política acabó, como siempre, en un rotundo fracaso, al retirarse de la competición por la falta de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Con un equipo ya renovado, la dama acabó en los brazos españoles en 1964, al vencer a los soviéticos en la final por 2-1.

Pero el éxito más anhelado por todos era la copa del mundo, que daba continuas calabazas a los españoles, como en 1978. Cuatro años más tarde, pusimos todo nuestro empeño en el cortejo, adornando el país entero para que no pudiera resistirse a los encantos hispanos, pero el resultado fue otro sonado fiasco.
Con la Eurocopa, sin embargo, sí que seguíamos llevándonos bien, como en el año 1984, donde solo una Francia liderada por el gran Michel Platini, nos privó del triunfo total.
No obstante, ya estábamos cansados de tanto despecho y acudimos a la cita mundialista de 1986 con la esperanza de romper, por fin, esa negra historia. La dama era, eso sí, una verdadera preciosidad. Dos figuras de oro de 18 quilates sosteniendo el planeta Tierra, imposible no beber los vientos por semejante belleza. Para colmo, uno de los amantes más famosos de la historia, a la altura de los míticos Casanova o Romeo, también se empeñaba en besar a tan preciada señora. Se trataba, nada más y nada menos, del mejor Diego Armando Maradona que había pisado un campo de fútbol, un hueso muy duro de roer.
Por el contrario, España intentaba la seducción mediante dos candidatos: el cándido y elegante Emilio Butragueño o el más fuerte y viril José Antonio Camacho.
La cita para el duelo con los argentinos del todopoderoso Maradona se programó para las semifinales del campeonato. Pero antes de eso, esperaban los belgas en cuartos. Un equipo que, casi sin hacer ruido, se postulaba con frecuencia entre los candidatos finales.

Una escuadra sólida y con buenos jugadores, como Pfaff, Gerets, Vercauteren, Scifo, Claesen o su estrella, Jan Ceulemans, que dejó muy claro que no serían ninguna perita en dulce al marcar en el minuto 35.
Miguel Muñoz envió todas sus tropas a luchar contra el ejército belga y ordenó a sus artilleros fuego a discreción.
Víctor, Gallego, Míchel, Butragueño, Salinas, Eloy y Señor comenzaron un ataque sin tregua que dio sus frutos en el minuto 85, con un gol de Juan Señor. Se igualaba, pues, la contienda y ambos equipos se la jugarían desde el punto de penalti.
Los belgas ajustaron con precisión sus miras telescópicas y convirtieron en gol sus cinco lanzamientos: Claesen, Scifo, Broos, Vervoort y Van der Elts.
España plantó cara con las dianas de Señor, Chendo, Butragueño y Víctor, pero a Eloy Olaya se le desvió el disparo y volvimos a salir perdedores del envite.
Camacho se llevó unos cuantos días pensando en lo que pudo ser y no fue; fundirse, como capitán, en un largo y apasionado beso con la copa del mundo.
Una copa del mundo que aún tardaría veinticuatro años en dar el sí quiero a una casaca roja portada por un menudo galán, Andrés Iniesta.
Tuvimos que esperar, por tanto, noventa años hasta conseguir el éxito. Ojalá que para la próxima relación, la dama no sea tan arisca.