El título del presente artículo resulta de todo punto revelador. Me ha resultado inevitable escribir sobre cómo los que mandan en el fútbol se burlan del hincha al enterarme en prensa que los aficionados del Chelsea y del Arsenal recibirán la raquítica cifra de 6.000 entradas cada uno para asistir a la final de la Europa League en Bakú el próximo 29 de mayo ¡De un aforo de 69.000 con que cuenta el Estadio Olímpico de la capital azarí!
Lo descorazonador es que tal y como está montado el tinglado del fútbol en la actualidad, prácticamente todo se organiza desde las altas esferas de los jerarcas del fútbol europeo e internacional de espaldas al aficionado, que es quien, al fin y al cabo, sustenta tanto económica como sentimentalmente el deporte del balompié. Y no sólo que se organice de espaldas al aficionado y sin contar mínimamente ya no con su opinión y en pos de un mínimo bienestar y comodidad del mismo; sino que parece que se hiciera con intención de fastidiar al hincha. Porque tales decisiones no se tienen en pie si las pasamos por el tamiz de un mínimo sentido común.
El caso de la final en la capital de Azerbaiyán es especialmente hiriente y sangrante. Ya no le basta a la UEFA con llevarse la final de la segunda competición continental a un país sin ninguna tradición futbolística que se encuentra en el Cáucaso a miles de kilómetros y horas de vuelo del grueso del continente europeo, del resto de países de donde presumiblemente, desde que se elige la sede, se intuye que van a provenir los aficionados. No le basta tampoco con llevarse la final a una ciudad sin las mínimas infraestructuras hoteleras y de comunicaciones, sino que tiene la desfachatez de otorgar la irrisoria cantidad de 6.000 entradas a cada equipo sobre un total de aforo de 69.000. Eso es reírse del personal.
No existen vuelos directos desde Londres a Bakú. Hay que hacer escalas en países tan variopintos como Ucrania, Turquía o Jordania. Imagínense si no hay buenas comunicaciones desde la ciudad europea con mejores comunicaciones, como es Londres, qué habría sido de aquellos aficionados de ciudades de segunda o tercera fila europea en caso de haber sido otros equipos los que se hubieran plantado en la final. En fin, una burla al aficionado, como venimos diciendo.

¿Cuál es la ciudad más alejada del centro neurálgico europeo con peores comunicaciones e infraestructuras? Ésta es la pregunta que debieron hacerse los jerarcas de la UEFA para decidir fastidiar al personal y colocar la final en tan exótica e inaccesible sede ¿O quizá tuvieron mucho que ver los petrodólares con que este Estado caucásico riega a los que les dan trato de favor y por eso han conseguido eventos deportivos de tanta importancia como, por ejemplo, un Gran Premio de Fórmula 1? Ahí dejo en el aire esta pregunta de tan fácil y obvia respuesta.
Lo único bueno con que contaba a priori la sede de Bakú es el aforo del estadio. Y decimos a priori, porque ni de eso van a poder sacar provecho los aficionados que dejándose medio sueldo de un mes puedan reservar vuelos a la capital de Azerbaiyán. Porque la UEFA decide que sólo corresponden 6.000 por equipo. Es decir, se reserva la UEFA para hacer negocio, para patrocinadores y compromisos la friolera de 57.000 entradas. Huelgan comentarios. Produce indignación el poco tacto – más bien yo diría desprecio- que tienen por el aficionado de a pie.
Si especialmente sangrante es el caso de la final de la Europa League, también tiene su miga el reparto de localidades para la final de la Champions, que tendrá lugar el 1 de junio en Madrid. En este caso, la elección de la sede es impecable, siendo Madrid una ciudad fantástica en todo aspecto para la organización de cualquier tipo de evento. Aquí lo hiriente está, como se ha dicho antes, en la asignación de entradas: 16.000 por equipo, quedando para la UEFA 36.000 (sobre un total de 68.000 con que aproximadamente cuenta el estadio Metropolitano).
Como ente organizador, se comprende que la UEFA se reserve un número de entradas para compromisos, espónsores, etc… ¿Pero reservarse para el organizador más entradas que para el aficionado? En definitiva, el desprecio por el hincha es más que notable. Y especialmente descorazonador en el caso de la final en Azerbaiyán.
Todo esto se adereza con decisiones pasadas que ya han ido en este sentido, pues el tema del reparto de entradas de espaldas a los aficionados de los equipos clasificados para las finales no es nuevo. Pongamos de ejemplo, por citar un caso, aquella Supercopa de Europa que tuvo lugar en Georgia.
La UEFA es pionera en despreciar al aficionado, pero, eso sí, no es la única. Cada vez son más frecuentes las decisiones de Federaciones nacionales de mandar jugar sus Supercopas al extranjero. Italia fue la primera en ese sentido, llegándose a disputar incluso en Libia o Japón la Supercopa italiana por decisión unilateral federativa.

Y qué decir del Mundial en Qatar. Amén de escoger como sede a un país con nula tradición futbolística y que es una dictadura brutal con inexistente respeto por las libertades y derechos civiles y políticos, la elección supone jugar a cincuenta grados en pleno desierto en verano. Solución de la FIFA: cambiar todo el calendario futbolístico tradicional para el año 2022 y celebrar el Mundial en invierno ¿Cuál es la contrapartida para el aficionado? Ninguna. Todo negativo para el aficionado. Va a ver trastocado su calendario futbolero por el único motivo de que los de la FIFA se llenen los bolsillos de –nuevamente- petrodólares, en este caso provenientes del régimen teocrático de Qatar. Y se me antoja que la reestructuración que se va a hacer de las competiciones locales va a ser nefasta para el aficionado y para los equipos que tengan seleccionados en sus filas.
Desgraciadamente la tendencia en estos aspectos organizativos intuyo que no va a cambiar y que seguiremos asistiendo a atentados impunes y descarados contra el aficionado de a pie. Aquí va mi humilde crítica y grito de consternación ante tanta burla y desdén hacia el hincha.