Valeri Lobanovski no salía de su asombro. Cuando se suponía que su descanso iba a ser eterno, recibió aquel extraño mensaje, que releía una y otra vez, sin llegar a entenderlo del todo.
“Aquí, en el paraíso, de vez en cuando nos damos algún capricho. En esta ocasión, con motivo de la celebración del día de todos los santos, se ha organizado un partido de fútbol. El rival, no hace falta decirlo, es muy poderoso. Es un equipo formado por jugadores del resto del Limbo, ya sabe, gente que piensa de manera distinta a nosotros. Parece ser que han conseguido reunir una escuadra, según ellos, imbatible. Llevan mucho tiempo retándonos y ya es hora de demostrar quienes son los mejores. Usted es el entrenador más laureado que tenemos, por eso confiamos en que pueda reunir un grupo con la suficiente capacidad para ganar y poner a cada uno en el lugar donde merece estar”.
Por una parte, el entrenador estaba satisfecho, ya que se seguía reconociendo su trabajo, pero no dejaba de reconocer que el reto era mayúsculo. Jugar contra almas poderosas, cuyas habilidades serían, seguro, extremas. Además, no se trataba de un partido cualquiera. Se trataba de disputar el cetro del universo, lo que hacía la labor mucho más complicada. Pero no podía negarse, así que se dispuso de inmediato a buscar los jugadores que formasen su once.
Lo primero que hizo fue diseñar su esquema. Había que competir de forma atrevida y, para eso, nada mejor que un 3-4-3. Para ganar hay que marcar más goles que el contrario, y esa táctica era la ideal.
En la portería no tuvo ninguna duda. El mejor portero de todos los tiempos, el único guardameta que ha conseguido el Balón de Oro, sería el elegido. Escribió eufórico el nombre de su primer jugador: Lev Yashin.

Para la defensa se acordó en primer lugar de un doble campeón del mundo: Djalma Santos. Un lateral ofensivo, que ayudaría tanto en defensa como en ataque. Sus compañeros, sin embargo, debían ser especialistas en esa faceta. Tras descartar miles de nombres, escogió a los dos jugadores que completarían la zaga. Nada más y nada menos que el mejor líbero en la historia del fútbol italiano, Gaetano Scirea, y otro de los mejores defensas de la historia, también campeón del mundo: Bobby Moore.
La estrategia debía ser perfecta, así que Valeri se acogió al lema de uno de los mayores estrategas de la historia, el general chino Sun Tzu. El ucraniano decidió que“la mejor defensa es un buen ataque” y se lanzó a completar su escuadra con jugadores netamente ofensivos.
El centro del campo lo constituyó con otro cuarteto de cracks, como no podía ser de otra forma. Eusebio da Silva (la pantera negra), aportaría su clase junto al doctor, como se le conocía a Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza y Cañoncito Pum (Ferenc Puskas). El otro medio tenía que ser el enlace con los delanteros, y para eso no había nadie mejor que uno de los cinco mejores de la historia de este deporte, Johan Cruyff.
Para la delantera, había que poner la guinda a este equipo de ensueño.
El fútbol es, esencialmente, alegría. Por eso quiso contar con el mejor extremo derecho de todos los tiempos, Manuel Francisco dos Santos, el gran Garrincha, la alegría del pueblo.

“Si el fútbol es un arte, entonces yo soy un artista”. El autor de esta frase no podía faltar en esta constelación de estrellas, por lo que George Best tendría que formar parte del equipo.
Para terminar de horadar la defensa rival, hacía falta la flecha más afilada, el estilete del ataque. Alfredo Di Stéfano sería el tercer integrante de la delantera.
Lobanovski terminó de formar su once con gran satisfacción. Con ese equipo, ya podían venir a retarle desde el limbo o, incluso, desde el mismísimo infierno. Envió su misiva con la relación de jugadores para aceptar el trato, aunque sabía que el conjunto rival utilizaría todos los trucos posibles, pero le daba igual.