Son alrededor de las dos de la madrugada del tres al cuatro de marzo de 1918 en Montevideo, la capital de la República Oriental del Uruguay. Aparentemente todo está en calma, pero un hombre se encamina en tranvía hacia la cancha de uno de los dos colosos del fútbol montevideano, el Gran Parque Central, feudo del Club Nacional de Football.
Revólver al cinto oculto bajo la vestimenta, este aún desconocido personaje baja del tranvía en la parada que había justo aledaña al Gran Parque Central. Acto seguido, se adentra en sus instalaciones ¿Qué se propondría?
Al día siguiente, vecinos de la zona aseguraban haber sentido o creído oír en la lejanía una detonación. Una sola detonación que causó una conmoción tremenda por las consecuencias y el alcance de la misma en este pequeño y apacible rincón de Sudamérica, en una época en que la flor y la nata de la juventud europea se acribillaba a tiros en Arrás, el Somne o Verdún y que moría en aquellas horripilantes trincheras en los últimos estertores de la Gran Guerra europea.
Nuestra historia discurrirá en Uruguay, ese pequeño pero gran país sudamericano donde el balompié es un credo y dogma de fe. Uruguay y fútbol; fútbol y Uruguay. Binomio indisoluble de pasión que ha dado a este deporte muchas de las más brillantes páginas de su historia.
Son las dos horas del cuatro de marzo de 1918…
Abdón Porte nació en el departamento uruguayo de Durazno en el año de 1893. Uruguay era por aquel entonces un país novísimo, en plena ebullición tras su independencia en los últimos años veinte del siglo XIX. El joven Abdón creció en un país que vivía su Primera Revolución Industrial y al que los empleados de las compañías mineras del Imperio Británico afincadas en Uruguay habían importado un extraño pero ya por entonces popular sport, que ellos daban en llamar football.
Aquel niño empezó a dar patadas a pelotas de trapo por las calles de aquel departamento del interior del Uruguay. Sus ojos vieron cómo el fútbol se implantaba en el país con una aceptación popular inusitada. Aquel niño pudo igualmente ver el auge imparable de los que a posteriori se erigieron como los dos colosos del balompié charrúa: el Club Atlético Peñarol (fundado, para unos, en 1891 bajo la denominación de Central Uruguay Royal Cricket Club y, para otros, en 1913) y el Club Nacional de Football (nacido en 1899). Sería para este segundo aquél para el cual Abdón tenía reservada la gloria y, a la postre, su sangre.
En 1908 llega a Montevideo, radicándose con su familia en la ciudad capitalina. Ello le da la oportunidad de tener acceso a desempeñar con mayores facilidades la que ya se había convertido en su pasión: jugar al fútbol. Se enrola en las filas del Colón F.C., el primer combinado montevideano que contó con sus servicios, destacando por su gran despliegue físico sobre el verde, por su garra y dotes de liderazgo sobre el resto de compañeros y por su nada despreciable llegada arriba. En las filas del Colón, Abdón se forma como un mediocentro defensivo y de contención en la medular que empieza a asombrar a los aficionados de aquel incipiente balompié uruguayo de los albores del siglo XX.

Su gran desempeño en el elenco colonense le vale fichar por el hoy extinto Libertad, donde continúa con su gran proyección hasta 1911, en que “El Bolso” (sobrenombre con el que se conoce a Nacional) pone sus ojos en aquel joven, quien no se lo piensa ni un segundo y acepta la propuesta de los tricolores para pasar a engrosar su plantel.
Plantel que a la sazón estaba predestinado a la gloria, llegando a alzar los campeonatos uruguayos de 1912, 1915, 1916 y 1917, contando con Abdón como titular indiscutible y líder indiscutido del grupo, lo que le valió incluso para ser nombrado capitán.
El Indio, apodo con el que se le conocía, llegó a lucir en doscientas siete contiendas la zamarra tricolor, obteniendo un total de diecisiete títulos, amén de alcanzar la gloria eterna con la selección uruguaya en el Campeonato de América de Naciones de 1917. Torneo en cuya final batieron a Argentina, un 14 de octubre en el ya desaparecido Parque Pereira de la capital montevideana, abarrotado por más de cuarenta y cinco mil almas.
Abdón era campeón de todo antes de alcanzados los veinticinco años. Gozaba del amor de la hinchada del Bolso, de la admiración de sus compañeros y de la aceptación de la crítica futbolística charrúa. Campeón y líder con los Tricolores y con la Celeste. Nada hacía indicar que algo podría torcerse en la vida de Porte.
Pero para 1918 los directivos de Nacional entienden que el rendimiento del Indio había empezado a declinar y que necesitaban savia nueva para la posición. Deciden colocar a Alfredo Zibechi -otra gloria del Bolso- en la titularidad en detrimento de Abdón. Los más íntimos y cercanos a Porte siempre le habían escuchado decir que su vida sin poder aportar a Nacional no tendría sentido. Que el día en que ello llegara, su existencia carecería de significado. Sin duda, todos achacaban estas palabras a exageraciones del Indio, conocidos su carácter y su entrega hacia Nacional. Una mera hipérbole sentimental.

El domingo 3 de marzo de 1918 juega Nacional en el Gran Parque Central con el concurso, por vez última, de Abdón en las filas del Bolso. Baten al Charley por un cómodo 3-1.
Como en cada ocasión en que se alzaban con la victoria, el plantel al completo se va esa noche de celebración, único incentivo pecuniario con que contaban los futbolistas tricolores en aquella época por parte de la dirigencia, habida cuenta de que al profesionalismo aún le quedaba mucho por aparecer en el fútbol uruguayo.
Pasada la una de la noche, de forma sigilosa Abdón abandona la fiesta, toma el tranvía y se apea en la parada correspondiente al Gran Parque Central. La noche roza las dos de la mañana…
… Abdón entra en las instalaciones del feudo tricolor. Se encamina hacia el centro de la cancha. Se encuentra él solo en el centro de esa misma cancha que tantas y tantas tardes le vio triunfar ante miles de incondicionales.
Sí, por supuesto el Indio era ese personaje del principio de nuestro relato que viajaba en tranvía hacia el Gran Parque Central con un revólver oculto bajo el cinto.
Una vez en el círculo central, tal y como seguramente se había prometido para sí en infinidad de ocasiones que haría cuando llegara el momento de no poder aportarle al club de sus amores en el verde tanto como él deseaba, se descerrajó un tiro.
Se oye a lo lejos el estruendo de una detonación en la noche cerrada montevideana.
Al día siguiente por la mañana, personal del club descubre su cuerpo inerte derrumbado en el centro del terreno de juego. Un revólver yace sobre el verde. Y un sombrero de paja. No hay reguero de sangre que corra desde su cabeza. No, Abdón Porte se había propuesto no ser un suicida cualquiera. Los genios como él huyen de suicidios asépticos. Abdón no se había quitado la vida descerrajándose un tiro volándose la tapa de los sesos. No, el Indio se había apuntado directamente a la parte izquierda del pecho con su propio revólver y de un certero tiro se había reventado el corazón. Allí, en el verde que tantas veces le vio salir triunfante con la tricolor.

Entre sus ropajes, una nota con unos versos maravillosos hacia el amor de su vida, Nacional:
“Que siempre esté adelante
el club para nosotros anhelo
Yo doy mi sangre por todos mis compañeros
¡Ahora y siempre el club gigante!
¡Viva el Club Nacional!”
“Nacional aunque en polvo convertido
y en polvo siempre amante
No olvidaré un instante
lo mucho que te he querido”
Adiós para siempre
Esta es la historia de Abdón Porte, ese futbolista con alma de poeta romántico, que como poeta romántico quiso arrebatarse su propia vida a la usanza de románticos ilustres con halo de malditos como Larra o Ganivet.
Y la hinchada de Nacional no le olvida. Se dignan de contar con el primer mártir de esta religión secular que es el fútbol. Que indudablemente lo es en Uruguay. Cada dos semanas cuando el Bolso salta a competir al verde del Gran Parque Central, campea una bandera en el graderío en honor a Porte que reza: “Por la sangre de Abdón”.

Esa misma sangre que regó el pasto del Gran Parque Central en aquella madrugada de marzo de 1918, cuando Porte se apuntó al corazón y apretó el gatillo. No sólo a su propio corazón, sino que fue un disparo al mismísimo corazón de Nacional.
In memoriam.