Apenas llevamos un mes de este 2015 y la cabeza de la Liga ha dado un extraño vuelco difícil de entender, un inesperado doble salto mortal sin red para caer en el mismo sitio. Tras el parón de Navidades, el Madrid era líder con un partido menos, a 1 punto del Barcelona y a 4 del Atlético. Los blancos volvían eufóricos, en el Barça se respiraba crisis y desesperación, y el Atlético parecía que había perdido una marcha respecto al año pasado.
Aunque a día de hoy, tras recuperar ese partido atrasado contra el Sevilla, esa ventaja se ha visto ampliada a 4 y a 7 puntos de sus perseguidores, las sensaciones no son las mismas.

El primer síntoma de que algo fallaba vino con el primer partido de enero. El Madrid perdía en Mestalla tras 22 victorias seguidas, un campo en el que no caía desde hacía 5 años, incluyendo goleadas como el 3-6 de la 2010-2011 o el 0-5 de la 2012-2013. El susto de ese mal inicio de año sólo duró unas horas, hasta que Jordi Alba se marcó un autogol que el Barça no supo remontar y que desencadenó una guerra interna entre Luis Enrique y Messi.
En la Casa Blanca respiraban aliviados y los medios de la meseta disfrutaban viendo a los culés autodestruirse un poco más. Además tocaba derbi en Copa contra el Atlético y había ganas de revancha tras el varapalo de la Supercopa de España. Pero las cosas no fueron como esperaban y caían 2-0 en el Calderón dando una triste imagen. Ni Cristiano saliendo en la segunda parte pudo hacer nada para evitar la derrota. Saltaban las alarmas.

La maquinaria propagandística blanca tuvo que forzar las máquinas, había que tapar el mal juego y los malos resultados con algo. Ya no podían agarrarse a la crisis del Barça, que parecía que al final tendría un efecto inesperado: Messi como líder incuestionable, el tridente funcionando, buen juego, goles, salida de Zubizarreta y elecciones a final de temporada.
Necesitaban ilusión, y nada mejor para eso que fichajes de futuro, promesas de títulos y autohomenajes. Así comenzó la locura por Odegaard, que unida a la fácil y habitual victoria de cada año contra el Espanyol, y al previsible tercer Balón de Oro de Cristiano Ronaldo, hinchó a todos los merengues para el partido contra el Atlético. Pero a pesar del grito de moda en el Bernabéu y las invocaciones al espíritu de Juanito, la remontada no pudo ser y Torres, quien lo iba a decir, se comió al Madrid en un empate a 2.
Se instauraba la crisis y el miedo se podía palpar. La victoria contra el Getafe, las promesas de Ancelotti de que el equipo estaría en plena forma en los momentos claves de la temporada, el fichaje de Lucas Silva, la renovación de Ramos, todo lo que fuera necesario para controlar las llamas de un incendio que comenzaba a prender. Y llegó el partido contra el Córdoba que debía tener un efecto calmante, pero acabó en un penalti para una victoria agónica e inmerecida y una sanción de dos partidos para Cristiano.

Con la entrada en febrero los ánimos se han calmado un poco. La crisis deportiva sobrevuela la Castellana. La crisis institucional sigue disfrutando en Barcelona. Las últimas victorias blancas han tenido un sabor agridulce. Es cierto que se ha ampliado la distancia con sus perseguidores, pero también es cierto que el equipo está algo perdido, que la falta de rotaciones se comienza a notar, los lesionados caen como moscas y el Barça y el Atlético aprietan con ganas.
Con todo esto, y la vuelta de Cristiano, se dan todos los ingredientes para que mañana se juegue uno de los derbis más importantes de los últimos años, y sin olvidar que en apenas un mes y medio La Liga puede arder en el Camp Nou.