El que me conoce, sabe que suelo huir de aquello que copa las portadas de los diarios, del fútbol más popular, de lo mainstream. Que las líneas que arrojo en esta web me sirven de refugio ante el fútbol marketero que amenaza al deporte rey, cada vez más rey que deporte. Sin embargo, hay acontecimientos ante los que uno no puedo esconderse tras la indiferencia. Acontecimientos que pueden hacer temblar los cimientos de una pasión. Y con la pasión no se juega. De ahí que no me quede hoy más remedio que dar mi opinión sobre la Superliga europea.
Plutocracia
“Forma de gobierno en que el poder está en manos de los más ricos o muy influido por ellos”
La principal crítica que recibe este invento promovido por doce de los clubes más poderosos del panorama futbolístico, reside en el cambio de paradigma que supone. Hasta ahora, la participación en las competiciones continentales se ha basado en la meritocracia. Es decir, el acceso a Champions League o Europa League se ganaba en base a la posición ocupada por el equipo en cuestión en su competición local. Con la Superliga, este hecho se alteraría, puesto que habría quince participantes con plaza fija en la nueva competición sea cual fuere su rendimiento en liga.

Este hecho, produciría una subestimación hacia los torneos domésticos por dos razones. En primer lugar, porque ya no sería necesario acabar en una posición concreta para acceder a esta Champions alternativa. Daría igual quedar sexto, puesto que ostenta ahora el Liverpool, o cuarto, como la Juventus, para jugar el nuevo torneo. En segundo lugar, porque al enfrentarte entre semana, y en más ocasiones, a plantillas más ambiciosas, te tentaría a rotar los fines de semana ante rivales a priori más asequibles.
Egocentrismo
“Exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad generales.”
Uno de los argumentos esgrimidos por los clubes sublevados es el de la devaluación de las competiciones UEFA. Es cierto, como también se ve en la Eurocopa, que la apertura de puertas en las competiciones del organismo internacional ha posibilitado la llegada de conjuntos humildes a terrenos dedicados a la excelencia. No obstante, autoproclamarte adalid del atractivo futbolístico, menospreciando el valor que puede tener ver en liza a equipos menos grandes, va en contra de la gesta, del carácter voluble de este deporte.
Por mucho que se empeñen los mandatarios de estos gigantes en vender el alma de unos colores al mejor postor (sea China, Catar o Estados Unidos) el fútbol sigue siendo un sentimiento para muchos, entre los cuales me incluyo. Y con eso tampoco se puede mercadear. Porque cuando pasen las modas, ese aficionado chino a miles de kilómetros del Bernabeu o el Camp Nou, dejará en el cajón la camiseta de Madrid o Barça y se pondrá la de los Lakers, por ejemplo. Habría que invitar a bajar de los despachos a más de un presidente, a palpar otras latitudes, por qué no, a sentir un derby sevillano, para tomar conciencia de que la seducción del balompié no es patrimonio de unos pocos.
Avaricia
“Afán desmedido de poseer y adquirir riquezas patra atesorarlas.”
Nadie duda de la deriva a la que esta sometido el fútbol en la últimas décadas. Para los románticos como yo, el desapego crece temporada tras temporada al ver cómo el orden mundial se ha transformado en un statu quo inamovible. Quizás sea el infortunio de no sentirme aficionado de ninguno de los tres clubes españoles con plaza en la Superliga. Aunque el hecho de que sólo cuatro equipos, y dos de ellos de manera puntual, hayan ganado la Liga en este siglo quizás refuerce esta postura. Y como tampoco nadie duda de que nos encontramos ante una crisis económica que puede generar un nuevo modelo, los grandes no están dispuestos a ver peligrar su dominio.
Porque está situación atípica y arrolladora, la pandemia, ha supuesto un balón de oxígeno al que los humildes se aferran para atentar contra el inmovilismo de los poderosos. Cuanto más limitado es el poder dinerario de los gigantes, más opciones tienen los clubes modestos. Máxime cuando hablamos de una coyuntura global. De ahí que ahora se produzca el detonante perfecto para que Florentino y compañía decidan rebelarse en busca de mayores ingresos. El único y verdadero motor de todo esto, lo disfracen como lo disfracen. Por ello, no les han importado las formas lo más mínimo o el hacerlo a escondidas. El business se acaba y las obras faraónicas o los salarios imposibles les pueden estallar en la cara.

Sin embargo, habrá palmeros que aplaudan su papel de ofendidos ante lo malísimas que son UEFA y FIFA. Como si cayéramos en la trampa de creerlos organismos tan alejados de los clubes que sean vistos como el dueño que hace bailar al perro por cuatro migajas. O quien crea que esta nueva competición favorece a los equipos pequeños porque así los poderosos tendrán dinero para fichar (o malcomprar) a sus estrellas, perpetuando, por otro lado, el mecanismo de la rueda. O quien se doblegue ante lo que es un órdago desde las alturas en desigualdad de posiciones. Si este es el futuro del fútbol, ahí, desde luego, a mí no me encontrarán.
Bastante de acuerdo,el fútbol pese a todas las contaminaciones, externas e internas,es sobre todo un sentimiento, con un romanticismo intrínseco, que si se perdiese sería su final inapelable,y una ilusión que por muy ingenua que sea favorece la competitividad y mantiene la esperanza de la victoria de David contra Goliat.La Superliga ha atentado contra la esencia del fútbol y han sido los aficionados los que la han hecho fracasar,quizás lo bueno de este terremoto sea que la FIFA y la EUFA recapaciten y actúen con más ética y lealtad a los principios del deporte rey.
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