Alexey Lébedev declaró su homosexualidad y llovía. Y la lluvia golpeaba el asfalto de Moscú el día que Alexey Lébedev supo que no jugaría la Copa del Mundo. Con resignación, encendió el último cigarro que habitaba en su pitillera.
Con cada calada, repasó cada uno de los movimientos que habían situado a su persona a estar llorado en medio de un pasillo. Y no supo ver qué dolió más: la injusticia de quedarse en casa o el hacerlo sin una llamada de explicación. La cobardía de enterarse por un frío papel pegado en la puerta de la habitación de su hotel, era un cuchillo en el abdomen.
Desde que comenzó a pegar patadas a un balón, muchos vieron en él a un jugador de élite. De saber lo que suponía la élite, les hubiera mandado callar y seguiría en campos de tierra, cobrando muchísimo menos, pero con una sonrisa en el rostro cada domingo. Sin preocupaciones, sin adoctrinamientos, solo correr.
Aquella rueda de prensa golpeaba la memoria y era insoportable. Aunque era necesaria. No podía más. No valen las medallas olímpicas, ni ningún otro honor deportivo con tu país si no puedes mirarte a la cara. Cuando vio aquella carta colocada por esos hombres uniformados enfrente de su habitación, supo que no le dejarían nunca más ver un estadio.

Eran tiempos de cemento y humanidad enterrada en burocracia. La palabra derrota era perseguida con la ignorancia del que cree que el reconocimiento viene de la mano única de la victoria. Seguía la lluvia en Moscú.
No es fácil encontrar ya recortes de las grandes actuaciones de uno de los mejores extremos que han vestido el color soviético. Se han perdido, se los tragó el olvido en un ataque de amnesia. No ha sobrevivido su camiseta firmada para el museo del mérito deportivo de cuando vencieron a la todopoderosa Alemania.
Alexey Lébedev declaró su homosexualidad y llovía. Su patria trató su persona como a un delincuente, olvidando todos los logros que el joven ucraniano había otorgado al país y al partido. Él nunca quiso unir deporte y política. No quería banderas, himnos, estatuas o reconocimientos. Solo quería un par de botas y jugar al fútbol.