El pasado jueves el FC Barcelona se despidió de la Europa League y lo hizo con tristeza. No por el marcador sino por el aspecto de la grada. En lo futbolístico poco que decir, el Eintracht salió con la motivación que no encontró en su oponente lo que se tradujo en un marcador que sólo pudo maquillar la reacción blaugrana en el tiempo añadido. Como decía, poco que comentar sobre lo visto en el terreno de juego, nada que ver con el espectáculo lamentable de la grada.
El Camp Nou presentaba una imagen más propia de una final donde se hubiera repartido las entradas en un 50% para cada uno de los equipos. Y esto sucedió simplemente porque numerosos abonados decidieron vender sus asientos bien a operadores turísticos bien directamente a seguidores del Eintracht.
A la hora de buscar respuesta, desde el punto de vista del raciocinio, podemos encontrar los que apuntan a que las fechas, en plena Semana Santa, no ayudaban. Difícil de sostener viendo cómo lucían el Bernabéu y el Metropolitano tan solo 48 y 24 horas respectivamente.
La otra razón, más plausible, es que el tirón de la competición entre la afición no es precisamente alto. El Barsa es un club de Champions y producto de un comienzo de temporada horrible se vio abocado a pulular por los campos de la segunda división europea. Siendo en parte cierto, cuesta mucho entender que a un paso de ganar un torneo, que daba acceso directo al primer bombo de la Champions, cierta inyección económica y prestigio internacional pudiendo jugar la Supercopa de Europa, la afición decidiera dar la espalda a su equipo de la manera más sonrojante.
En mi opinión, el motivo del esperpento vivido se tiene que analizar teniendo en cuenta el fútbol moderno con el que actualmente hemos de convivir. Ese fútbol no es otro que aquel donde los Estados, o el magnate de turno, compran equipos con los que no guardan ninguna relación y, lo que es peor, sin dudar en arrasar con todo aquello que primero les impida entrar en la sociedad deportiva, y después hacer y deshacer a sus anchas. Y esto no diferencia entre colores, historia o una pasión, sólo el beneficio posible tiene el bastón de mando.
Posteriormente, se da cada vez con más fuerza un movimiento con el que siempre suelo estar de acuerdo, la globalización. Gracias a ella, hoy podemos viajar y trabajar en cualquier parte del mundo, los productos que consumimos son mucho más económicos y en definitiva cada vez hay menos gente pobre. Sin embargo, cuando hablamos de fútbol tengo serias dudas de que la globalización en su conjunto sea beneficiosa para el deporte rey. Simplemente porque llevada al extremo produce una división irremediable de las raíces locales presentes en un club. Desafección e indiferencia que pueden terminar afectando al fútbol tan cual lo conocemos.
Publicidades en las camisetas de dudoso valor ético, horarios que buscan el mayor rédito económico sin tener en cuenta al aficionado y gradas llenas de un público cuyo único mérito es haber pagado precios incomprensiblemente desorbitados y fuera del alcance de quienes viven en un país con el salario medio de apenas 25.000€. Fútbol moderno lo llaman.
Es la cara fea de nuestro deporte,y de muchas otras facetas de la sociedad actual, no la globalización o quizás también,pero sobre todo,la materialidad y pérdida de valores,primando el dinero sobre cualquier otro,y en el caso del Barcelona ha estado muy claro,tanto la directiva como el socio de a pie han sido quienes han posibilitado esa situación que por otro lado se ha sobredimensionado,porque un Club grande debe saber gestionar un graderío en contra.
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