Lo siento. Mi artículo de hoy comienza con una disculpa. Lo siento porque quien no conozca Sevilla no podrá comprender en su plenitud lo que mis paisanos vivimos cada vez que se acerca un derbi. Porque cómo escribir de otro tema en la mañana más hermosa del año si quien suscribe estas líneas los siente desde muy pequeño. A las 20:45 de esta noche de Reyes, en la capital hispalense ya no importarán los regalos, ni el cotillón de Nochevieja, ni siquiera la dura vuelta al trabajo… manda el derbi. La ciudad se para durante 90 minutos y cada uno de ellos se hace eterno en las retinas de quienes con ilusión buscan con ansias un último regalo. Y como no quiero que Baltasar se olvidé de mí el año que viene, os ayudaré a entender esta bendita locura, como denominan a su pasión por Heliópolis.
Para ello, lo primero que hay que comprender es que Sevilla es la ciudad de la perfecta dualidad, un equilibrio entre tradición y modernidad que permite al sevillano tener muy claro de dónde viene sin limitarse su horizonte. Y claro, si los dos clubes más importantes de la ciudad llevan peleando en la élite de igual a igual, salvando alguna etapa, desde hace más de cien años, el derbi se convierte en toda una institución. Además, aquí no caben medias tintas, en la expresión más pura del galeanismo balompédico, el sevillano es bético o sevillista desde que ve la luz a través de la Giralda. Y ya pueden venir jefes, novias y sobre todo, malos momentos deportivos, que ni por asomo va a optar por cambiar de bando ni olvidarse de sus colores.

¿Y si los dos equipos son casi una religión, cómo se puede convivir entre aficionados de unos y otros? Apunten, esa es la grandeza de esta ciudad. Es imposible que te lleves a malas con todos los aficionados del equipo rival porque podrías estar peleándote con tu suegro, tu coordinador o por qué no, tu propia pareja. Aunque es evidente que las bromas son difíciles de aguantar después de una derrota de tal magnitud, teniendo en cuenta que llevas 6 meses esperando ese partido, todo pasa. Porque la vida, aunque durante el derbi no se mida en constantes sino en remates, siempre tiene que seguir adelante. Pese a que aún llevándome un lustro para escribir estas líneas, nunca podré explicar lo que se siente al ganar o perder un derbi.
Y curiosamente, los derbis no los calificaría como partidos, más bien los definiría como una serie de circunstancias que durante 90 minutos hacen decantar la balanza para un lado. Porque en los derbis no importa la táctica, ni quién falta hoy, ni la racha del delantero de turno… lo que importa es el corazón y la garra con la que imponerse en una auténtica batalla. Y por supuesto, cualquier suceso puede marcar el sino del partido tanto para bien como para mal. Los últimos errores arbitrales en la temporada 2016/17, las expulsiones, las lesiones, los nervios, todo juega en un encuentro así. Pero sobre todo, la casta, de la que se enorgullece Nervión, y que hace que la grada te impulse aunque no luzca el juego. Veremos si dos recién llegados como Setien y Montella son capaces de captar todos los matices del sentimiento de sus grandes aficiones.
Por último, gracias. Así acaba el artículo que empezaba por una disculpa, con un agradecimiento. Porque este es el primer artículo de otro año que empezamos juntos, sí, con los que me leéis, mucho mejores que cualquier grada de animación. Feliz Año a todos y que los Reyes Magos nos traigan un maravilloso espectáculo en este derbi.