Perdedor. Normalmente la Historia guarda entre sus páginas a los goles, míticas paradas. Aquel defensa de ruda apariencia, pero de corte de balón digno de un cirujano, tiene su hueco en esa zona exclusiva llamada Gloria.
Hay demasiados olvidos y nieblas. Sobran los nombres grabados a piedra de los que levantaron ese trozo de frío metal llamado trofeo. Supongo que hubo un primer gol salvado en la línea, una primera parada de penalti. Un primer golazo de falta. Y a saber qué estamento, humano o no, tiene esos datos. Es de esperar que sean recordados. Lo contrario es una falta de respeto. No es de recibo. Compartid.
Ahora mueve millones la pelota viajando de una lado al otro de un terreno de juego. Hubo muchas espaldas que se doblaron para que se llegase a este momento. Y no han ido a Mundiales. No los ha fichado un equipo grande por una millonada. No los patrocina Nike. Silencio.

Quién fue el equipo humilde que logró vencer a uno mucho más grande en infraestructura y presupuesto por vez primera, en levantar un trofeo contra todo pronóstico. No sé, qué jugadora de fútbol logró vivir de manera pionera en «este deporte de hombres» callando las bocas machistas y tirando la puerta abajo. Silencio. Perdedor. El ignorar nos hace perdedores. No por estos datos, en general. Sólo vemos aquello que indica la medalla y la fama. Más lejos, es el desierto.
La ceguera del éxito. Trabajo y sudor. Es cierto que son herramientas para llegar a la cima. Aunque la mayoría que cumplen de sobra con esos dos pilares, se quedan en la cuneta. Y no tienen portadas. Ni entrevistas, ni noticias. Silencio. No existe debido a que no hay altavoces bajo el interés político y económico que lo escuden.
Y así se evita el aire de necesario romanticismo que está perdiendo el fútbol moderno. Enterrando, callando, omitiendo. No es de interés quizás. No otorga enormes audiencias en Asia, tal vez. No dejemos que maten la curiosidad. Deben salir a la luz todos esos merecidos homenajes pendientes en más de un buen aficionado. A un escudo, a una bandera. Qué de buenas historias, bellas y cercanas además de humanas, están muriendo poco a poco delante de nuestras narices.