Se ha venido hablando desde hace varios meses de la implementación de una suerte de Superliga europea por parte de los colosos del fútbol continental que dejaría a las Ligas nacionales prácticamente carentes de sentido. Incluso hace poco la UEFA ha contraatacado y se ha dado a conocer cuál sería el nuevo formato de Champions a implantar desde el año 2024 en que se le confieren una serie de prebendas y privilegios a esos equipos que la hacen una competición eminentemente y de facto cerrada.
Aunque estos formatos no están vigentes aún, lo que sí se puede afirmar tajantemente es que en el fútbol europeo actual se piensa ya en clave de Superliga europea. La crítica, el periodismo deportivo y, por extensión, los aficionados cada vez de forma más palpable valoran la temporada de los grandes única y exclusivamente en función de su papel en la Champions League. Como formadores de opinión que son, gran parte de este cambio en la mentalidad del aficionado radica en la influencia que ejerce el periodismo deportivo actual. Gremio que se encuentra, salvo honrosísimas excepciones, sometido a una polarización y ejercicio de “bufandismo” alarmantes.
Toda esta reflexión me ha venido a colación de la eliminación del Barcelona de la Champions a manos del Liverpool. El desastre que tuvo lugar a orillas del Mersey ha desatado todo tipo de tertulias futboleras en que se pinta la temporada del equipo azulgrana como decepcionante. El mismo Busquets, en declaraciones tras el partido de Liga contra el Getafe, hablaba de que el equipo está metido en un “agujero negro”.
Hay que poner las cosas en perspectiva. Obviamente, fue un palo enorme caer como se cayó. Pero plantearse echar al entrenador por perder un partido (importantísimo, eso sí) es hacer de la anécdota categoría y es propio del desquicie general que se vive en el fútbol, o plantearse siquiera la pregunta de si la temporada es un fracaso. El solo hecho de que se plantee esta disyuntiva habiendo hecho doblete el año pasado el Barça y pudiéndolo hacer este año ya apunta a que lo único que importa actualmente es la competición continental.
Y lo mismo en la otra acera. El Real Madrid ha tomado la costumbre de tirar en diciembre o enero la Liga a la basura. Sin embargo, si se gana la Champions, no pasa absolutamente nada y el ridículo en el campeonato nacional queda en algo anecdótico. Traemos de salvador de la Patria al mismo entrenador –hablo de Zidane, obviamente- que tenía por costumbre tener la Liga ya perdida en enero y que quedó en su último ejercicio a dieciocho puntos del campeón. Señores, el Real Madrid de las treinta y tres Ligas quedando a dieciocho puntos del primero. Si Santiago Bernabéu levantara la cabeza cogía a más de uno de la pechera y lo ponía en su sitio.

Y con todo esto, con un Barça ganando ocho Ligas de once, por sólo dos del Madrid en ese mismo lapso, el aficionado barcelonista se halla en estado de depresión. Sólo importa la Champions.
Yo soy de una generación – la nacida a mediados de los ochenta- que dio sus primeros pasos futboleros en un mundo en el que la Liga lo era todo. De entre mis primeros recuerdos futbolísticos se hallan el regreso de Gordillo a un Betis por entonces en Segunda, el Mundial de Estados Unidos y el Dream Team que le quitaba Ligas al Madrid en el último partido con los consiguientes y célebres desastres de Tenerife para los blancos. Recuerdo cómo se celebraban las Ligas en uno y otro bando en aquella época. O la de Valdano que puso fin al ciclo glorioso del Barça de Cruyff. Hoy en día las Ligas ni se celebran. Es más, si no se gana la Champions, es que incluso parece que moleste. Una auténtica pena, cuando la Liga es el torneo de la regularidad, en que se demuestra quién es de verdad el mejor equipo. A lo largo de treinta y ocho jornadas se baten veinte contra veinte. Y el mérito de ser el campeón es enorme. Mucho más mérito que ganar la Champions. Y es que yo soy un firme defensor de la Liga. Opino que ser campeón de Liga es lo máximo, que se debería celebrar siempre con éxtasis, pues el éxito es formidable.
Pero desgraciadamente no es así. Y no sólo ocurre en España. En Italia asistimos también a una Liga totalmente devaluada. Una Juventus que lleva ocho años paseándose y campando a sus anchas por el Calcio. Una Juve que tiene como único objetivo alzarse con la Champions y que, si no lo hace, su temporada es también calificada como fracaso. Y qué hablar del campeonato francés, huelgan comentarios. O del alemán, en que el Bayern gana Ligas como churros, con algún sustito del Borussia, el cual es desmantelado al año siguiente por el propio Bayern si destacan dos o tres jugadores de su plantel.
Caso aparte es la Premier League. Sigue conservando ese prestigio y empaque. No obstante, aún así se plantea desde los círculos periodísticos la disyuntiva de si el City ha fracasado esta temporada por no haber sido capaz de llevarse la Orejona.
La circunstancia de que la Premier conserve mejor salud que el resto de Ligas en cuanto a prestigio y valoración del hecho de ganarla quizá mucho tiene que ver con la equidad en el reparto de derechos televisivos que, en mi opinión, está consiguiendo que sea una Liga mucho más competida en cuanto a la incertidumbre por el equipo que saldrá campeón, excepción hecha del año pasado en que el City se paseó. Y es que una de las claves para mantener el prestigio de las Ligas nacionales estriba en mantener la competitividad, la emoción, la incertidumbre de conocer el campeón. Y esas cosas claramente le están faltando últimamente a nuestro torneo liguero, con un Barça que sin despeinarse se hace con el campeonato, habida cuenta de que el Madrid ni comparece. Y un Atlético que es un quiero y no puedo, que desde principios del puerto –usando el símil ciclístico- va haciendo la goma. En Italia, Francia y Alemania, directamente se sabe el campeón desde agosto.
En definitiva, la falta de competitividad es alarmante, lo cual hace decaer el producto. Y si el producto decae, obviamente no se le valora como antaño ocurría. Salvemos las Ligas nacionales, pues son las que nos dan de comer en el día a día al aficionado de a pie.