El 24 de Mayo de 2014 en el Estadio da Luz de Lisboa, cuando corría el minuto 89 de la final de la Champions, el Atlético de Madrid achicaba balones encerrado por el Real Madrid. En las gradas se cortaba la tensión, del «sí, se puede» del lado madridista al nudo en la garganta que apenas permitía cantar al fondo colchonero. Allí me encontraba yo, en lo más alto (literalmente, estaba en la última fila) de esa grada rojiblanca cuando, en el minuto 92 y 48 segundos, ocurrió lo que todos ya sabemos.
Aquel gol de Sergio Ramos agotó las capacidades de resistencia de los atléticos y, aunque en principio solo suponía la prórroga, todos sospechábamos que era el final del camino de los del Cholo. Los tantos posteriores de Bale, Marcelo y Cristiano no fueron más que la consecuencia lógica (aunque tardaron en llegar) de lo ocurrido en el minuto 93. No fue un desenlace injusto, pero sí desmedidamente cruel con los méritos de los colchoneros durante toda la temporada.

Fue una linda experiencia vivir una final de Champions in situ, a pesar de tener que volver derrotados. Las imágenes en el recuerdo se multiplican, de antes, durante y después del partido. La convivencia en una bella ciudad, previamente desconocida para mi, la majestuosidad del estadio y de la parafernalia que rodea al partido, la sensación de que ocurría algo grande, el gol de Godín que abría el marcador, la agonía del cansancio en unos y de la desesperación en los otros… hasta la imagen definitiva, la que recurrentemente volvía a mi cabeza sumiéndome en la melancolía durante un momento cada día a lo largo de los siguientes meses, como en un shock post- traumático, Sergio Ramos se elevaba por encima de la defensa y cruzaba el balón a la red.
Pero si algo me impresionó fueron las imágenes de después del partido, las miradas perdidas de la afición derrotada (que no perdedora), el orgullo por el esfuerzo realizado durante todo el año, la rabia por haberlo tenido tan cerca…
Si hay una imagen que explica aquella sensación mejor que ninguna otra, que me impresionó por encima de cualquier otra y que nunca abandonará mi memoria es la de una joven aficionada colchonera, poco más que una niña, sentada en el muro de la parte de atrás de un bar de carretera frente a una gasolinera durante el interminable viaje de vuelta entre Lisboa y Madrid.
Su cara aun lucía, aunque difuminadas por el paso de las horas, las pinturas rojiblancas con las que animó a su equipo la noche anterior, a su lado, un periódico deportivo cerrado que confirmaba que no había sido una pesadilla y que la euforia de sus rivales era auténtica. En sus ojos, además de una mirada perdida en el paisaje de un punto indeterminado entre Cáceres y Toledo, unas lágrimas lentas caían pausadamente, dignas, sin ocultarse, pero llenas de dolor.
Ese lloro impresionante, solitario, silencioso, sin aspavientos ni excesos, es la imagen viva de aquella derrota sádica, desalmada e implacable.
Tras aquello, esta temporada ambos equipos han dirimido ya sus disputas en cuatro competiciones diferentes. En ellas, el Atlético ha conseguido frustrar a su vecino ganándole la Supercopa de España, eliminándole en Copa del Rey y venciéndole en los dos encuentros de Liga, incluso permitiéndose el lujo de golear y abrir crisis en la Casa Blanca. Pero ninguna de esas victorias han conseguido secar esas lágrimas teñidas en rojo y blanco que mojaron el asfalto de aquella gasolinera, siete partidos sin perder no son suficientes para redimir tanto dolor.
Hoy se juega en el Santiago Bernabéu el partido de vuelta de los cuartos de fina de Champions, un nuevo Real Madrid – Atlético de Madrid tras el empate sin goles de la ida. La historia y el poderío juega a favor de los locales, mientras que la última racha de partidos y las ausencias favorecen a los colchoneros (aunque alguna puede beneficiar al Real Madrid al obligar a Ancelotti a cambiar su plan maestro). Es el campo de batalla perfecto aunque no sea una final, vuelve a ser Champions, el gran escenario del fútbol mundial.
Es el momento de hacer olvidar Lisboa, de vengar en buena lid lo que sigue siendo una herida abierta en el corazón colchonero. Será una bella batalla entre la necesidad blanca de hacer valer su elevado presupuesto y la ilusión colchonera por ser los protagonistas del fútbol de la capital.