Pa fuera lo malo, decía un gran éxito musical de hace unos pocos años. De «lo malo» estamos teniendo algunos ejemplo a modo de imagen en las últimas jornadas de Liga que copan los arranques de los resúmenes deportivos. Malas noticias que hacen torcer el gesto a cualquier persona de bien y que llevan a reflexionar.
No esperen en este artículo grandes soluciones, ya se lo adelanto. Hay tantas derivadas en estos malos momentos vividos recientemente en el fútbol español, que la solución no es ni única, ni sencilla, ni rápida. Recapitulemos.
La pasada semana, el alirón del Barça se vio empañado por la invasión de campo de un grupo de aficionados del Espanyol con poca intención de que el título de Liga se celebrara tranquilamente. Esta semana, la primera plana de los espacios de fútbol queda para el bochornoso espectáculo de Mestalla. Pero más aún, la segunda imagen más repetida seguramente es la tremenda entrada de Miranda a Jesús Navas en el derbi andaluz.
Siendo acontecimientos graves y noticiosos, no debemos obviar que la información deportiva en medios mayoritarios no escapa del morbo y del amarillismo, que hace que imágenes impactantes como esas sean repetidas una y mil veces. Hasta provocar hastío y, lo que es peor, cierta indiferencia.
Creo que debemos utilizar la cabeza, tirar de mesura, dejar la bufanda en casa y poner en contexto todas estas situaciones. Debemos ser conscientes de que la sociedad no es perfecta, pero que seguramente ha ido mejorando. En el fútbol con el que yo crecí, en los años 80 y 90, era muy habitual ver salir escoltados a los árbitros o a jugadores de los equipos visitantes por la policía bajo una lluvia de botellas, mecheros, almohadillas, monedas y cualquier objeto potencialmente dañino que el energúmeno de turno encontrara en la grada. No hace tantos años, los insultos racistas u homófobos, eran verdaderamente mayoritarios en las gradas de nuestros estadios. Y lo que es peor, a nadie parecía escandalizarle. Cosas del fútbol.
Hoy en día reto a cualquiera a que me niegue que el progreso es evidente. Si las gradas son un reflejo exaltado de la sociedad de a pie, los límites están cada vez más claros. La educación va cumpliendo su función y el lento camino de la civilidad y el progreso va horadando la pared del taruguismo con el que se ha podido identificar en muchos momentos al fútbol. No perdamos esto de vista. Incluso en el terreno de juego, las grandes tanganas son menos habituales y las entradas criminales cada vez están más perseguidas.
Las malas noticias
Pero eso no quiere decir que no debamos seguir intentando corregir las actuaciones lamentables que se ven en los estadios. Los protocolos de actuación ante insultos, sobre todo de índole racista, machista u homófobo, por ir directamente contra la condición propia de una persona, deben ser más estrictos. Seguramente no con castigos más fuertes, sino más extensivos.
Pero incluso las instituciones deberían ser más severas con otro tipo de insultos más genéricos, aunque puedan ser menos dolorosos. La histórica permisividad con el insulto en el campo de fútbol es algo aun lejano de erradicar, pero que no debe ser abandonado como objetivo.
Para ello, los propios clubes deben seguir arriesgando en la eliminación o control real de sus grupos ultras. Grandes equipos como Real Madrid o Barça, han hecho progresos muy trabajosos, pero exitosos. La era del paternalismo ante esas guardias pretorianas ha terminado. Cría cuervos y te sacaran los ojos. Algunos presidentes deberían repasar el refranero para darse cuenta del peligro que suponen, para ellos mismos, estos grupos.
Por otro lado, también los jugadores deben ser conscientes, mientras llega esa situación ideal en la que el comportamiento de las gradas cumpla con los cánones de la educación deportiva, de las situaciones que pueden generar. La celebración del Barça en casa de su encarnizado rival que lucha por no descender, seguramente entraba dentro de sus legítimos derechos y no fue ofensiva con nadie, pero tampoco es lo más prudente. Puedes retirarte discretamente a los vestuarios, como les sugirió Xavi antes de que explotase el lío, y allí celebrar a fondo.
Sobre las situaciones que se están viviendo con Vinicius esta temporada hay una lectura parecida. Su exceso de gesticulación hacia la grada, sus discusiones constantes con los defensas, cierta exageración en el daño que le provocan algunos lances… Su comportamiento en ningún caso justifica ningún insulto. Mucho menos los insultos de índole racista. Pero es cierto que ese comportamiento enlaza fácilmente con los instintos más básicos de algunos animales de grada, generando una sinergia negativa que explota en hechos tan desagradables como el de Mestalla. En ningún caso es culpable, pero, como decíamos de la celebración del Barça, sería más inteligente por su parte no realizar, por ejemplo, constantes gestos de descenso a segunda a los jugadores y la grada ché.
Los buenos ejemplos
Todas estas situaciones siempre me recuerdan a aquel episodio de Puyol con Thiago y Alves en Vallecas. Se pusieron a bailar en Vallecas tras anotar un 0-7 y el capitán les detuvo de inmediato. Estaban en su derecho y nadie tenía por qué ofenderse, pero no era necesario.
Pero no todo son malas noticias. No todo en el fútbol es mal rollo y exacerbación mal entendida de las pasiones. Sin irnos más allá de este fin de semana, hemos tenido un derbi sevillano en el que no se han registrado incidentes remarcables entre las aficiones ni tampoco entre los jugadores más allá de la desafortunadísima patada de Miranda. Incluso en esa jugada se vio en prácticamente todos los futbolistas más interés por templar gaitas que por iniciar una pelea. Incluso hay una foto muy bonita al final del partido de dos leyendas del fútbol sevillano, Joaquín y Navas, sonriendo y saludándose con las camisetas de sus respectivos equipos.
También se ha producido la despedida de Virginia Torrecilla del Atlético de Madrid. La centrocampista internacional que superó un grave tumor cerebral para volver a jugar al fútbol cambia de aires buscando un equipo donde pueda contar con más minutos. Su ejemplo de superación y lucha le valió dos bonitos homenajes, uno más multitudinario en el Metropolitano. Otro más íntimo en la Ciudad Deportiva de Alcalá de Henares después del último partido de Liga F, donde se despidió de sus compañeras y de los aficionados, con los que estuvo una hora tras el partido dando y recibiendo cariño. Pero también contando con la presencia de sus rivales en ese encuentro, un Granadilla Tenerife que quiso acompañar al equipo que acababa de golearles reconociendo que el ejemplo de Virginia sobrepasa la rivalidad deportiva.
Esa es la esperanza, que situaciones como éstas, de exacerbación de la deportividad, de los valores reales y profundos del deporte, superen a los absurdos sentimientos de odio al diferente. Que ese lento camino desde el fútbol salvaje, empezando en el terreno de juego, continuando por las gradas y terminando en los palcos, hasta un juego más civilizado y del que sentirnos absolutamente orgullosos, pueda terminar de recorrerse en algún momento.
Mientras, pongamos cada uno lo que podamos desde nuestra posición para dar notoriedad a los buenos ejemplos y deleznar de las abominaciones causadas por algunos cafres. Acabar con el racismo y con los malos modos que rodean al fútbol debe ser la prioridad de todos los que amamos este deporte. Un objetivo al que nunca debemos dar la espalda.
Suscribo en su totalidad lo que refleja este sensato y racional planteamiento,hay avances manifiestos por parte de todos pero debe ser una actitud sincronizada y mantenida de todos,desde medios de comunicación a jugadores,directivos y aficionados incluidos para resaltar lo bueno,educar en civismo y apartar a todo lo que vaya en dirección opuesta y así seguir mejorando en este trascendente tema.
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