Son muchos, demasiados, los años que han transcurrido desde mis primeros recuerdos del fútbol. Éstos vienen de un pasillo que a mí me parecía larguísimo. Vienen de una noche en la que recorrí ese pasillo, de baldosa con cenefa bianconera, doce veces. Ida y vuelta. Veinticuatro veces. Qué locura. Año, 1983.
Viene a la mente una madrugada llena de luz. Sevilla. Querétaro. Cinco goles contra Dinamarca. El mismo pasillo recorrido una y otra vez. Ilusión. Ese Mundial me marcó. Como lo hizo Maradona con los ingleses. Con la mano o con la mejor jugada de la historia de los Mundiales. Año, 1986.

Me apasionaba el fútbol, pero en mi más tierna infancia no me identificaba con equipo alguno. Sí con la Selección. Pero con equipos de mi ciudad, no. Y había donde elegir. Mi colegio estaba en Nervión. 500 metros más allá había, y hay, un campo de fútbol. Mis primeros amigos, que aún siguen a mi lado, lo tenían claro. Y yo no dudé. A través de los barrotes del muro del patio del colegio se nos escapaba la emoción. Aquellas pelotitas hechas con el papel de aluminio de nuestras meriendas. Ese todos contra todos y, al fondo, el Pizjuán. No lo veíamos, lo soñábamos. Estaba en nuestra mente, pero tan solo a 500 metros. Mi primer partido, un Sevilla – Celta. No recuerdo en qué año. No recuerdo el resultado. Pero sí lo que resultó. Una eterna locura.
En el Mundial de Italia yo ya no era de España. Al menos no tanto. Ahora sí era de un equipo de mi ciudad.
No eran años de éxito, ni del Sevilla, ni del Betis. Pero sí que eran años en los que el vínculo quedaba tatuado. Para siempre. Y ganar no importaba tanto. Pienso en niños de Heliópolis que seguro que sintieron algo parecido.
Hace unos días soñé con aquella época. Pero soñé con una idea que me rondó durante mucho tiempo en aquellos inocentes 8 o 9 años. La gente me hablaba de la dualidad de la ciudad, que sí tenías que ser aficionado de un torero o de otro, que si tu Hermandad era la Esperanza Macarena o la Esperanza de Triana. Que o eras del Betis, o eras del Sevilla. Pero yo no soy dual. No me gusta la dualidad.
La dualidad termina siempre rompiendo en rivalidad. La rivalidad, en ocasiones, no es bien entendida. Porque convivimos personas con mejores y peores entendederas. Y cuando la rivalidad no se entiende bien puede acabar en violencia. Por suerte casi nunca pasa nada. Casi.
Pues en aquellos años en los que me fui identificando con un club, nunca logré odiar al otro. No quería. No sé si es lo que se espera de un buen aficionado. A mí, simplemente, no me salía. Y no me sale. La dualidad de una identidad la divide. La enfrenta. Y lo que pensaba aquel niño era, según lo comprobaba en mi entorno, una locura. ¿Qué locura? La locura de aquel niño era la de imaginar una ciudad como Sevilla con un solo equipo de fútbol. Pónganle el nombre que quieran. El Atlético Hispalense, por ejemplo. O el Deportivo Guadalquivir, qué más da.
Imaginaba, aquel niño, una ciudad entera volcada con su equipo. Un estadio, yo imaginaba el Pizjuán, claro, con capacidad para 100.000 personas. 80.000 socios. Una sola cantera. Estrellas. Un equipo preparado para romper otra dualidad, mucho más aburrida que la de Sevilla, dominante en La Liga. Una de las sociedades de ciudadanos más particulares del país tirando unida en la misma dirección. Pero Sevilla es dual. Ya, claro. Qué bien le viene esa dualidad a los que no son de aquí. En todos los aspectos.
Supongo que muchos creen que el secreto del éxito es la competencia. Pero hasta que uno de los dos clubes no dejó de mirar al otro no llegaron los éxitos. Eso también es verdad. Quizás el secreto de ese éxito sea la unión. Pero para eso ya vamos más de cien años tarde. Y a ver quién junta a béticos y sevillistas para decirles que ya no hay rivalidad, que ya no habrá más clásicos. A ver quién es el guapo que junta a Caparrós y Serra Ferrer…Vale, que ya estuvieron juntos en Mallorca. Pues a Joaquín con Reyes… Ya, la Selección. Pues a ver quien me sienta a mi con mi cuñado… Ya, ya, ya…

Sé que es una locura. Sé que en Sevilla no hay vuelta atrás. Pero una ciudad mucho menor a otras, de la que solo se acuerdan en Feria, en la que sus habitantes las pasan canutas para llegar a fin de mes, mantiene a dos clubes, a finales de enero, vivos en la Copa del Rey, vivos en La Liga y vivos en la Europa League. Si en vez de mantener dos bocas solo hubiera una… ¿De verdad nunca se os ha pasado por la cabeza?
Quizás sea yo quien este equivocado, yo que no soy muy taurino y que soy hermano de San Benito, el de La Calzá. Que Triana queda muy lejos.
No recuerdo si aquel niño del pasillo, aquel niño del patio del colegio, les comentó esta idea peregrina a sus amigos alguna vez. Es probable que no. Probablemente aquel niño consideró que la idea era un poco loca. Probablemente el adulto en que se ha convertido ese niño considera que la idea era un poco loca. Pero, ¿y si no?