Arqueros, goleros, cancerberos, guardametas…Nunca nos darán un balón de oro. Rectángulos coronados por una media luna, ese es nuestro reino. Dos gemelos sostienen el larguero y, entre los tres, definen nuestro más preciado tesoro: la portería.
Somos diferentes. Magos de las manos (en su época, desnudas) en un mundo de artistas que fabrican arte con el pie. El público, excitado, jalea cuando su delantero se adentra en nuestros dominios. El ariete…nuestro depredador…

Soledad. No solemos participar de la fiesta en las celebraciones del gol. Un secreto: no lo hacemos por respeto a nuestro colega rival. Cuando el campo se inclina, nosotros reculamos esperando la contra del oponente. Somos los encargados de apagar la música en la fiesta del balompié. No hay gol, no hay júbilo. Nuestra alegría es silenciosa.
No tenemos bailes ensayados, ni camisetas interiores que mostrar en el momento perfecto. Como mucho, apretamos los puños y lanzamos algún grito cuando sacamos ese esférico que ya se veía dentro. El banco es sinónimo de ostracismo. Un portero suplente es como un preso sin fin de condena.
Nuestros errores se pagan 10 a 1. Si el atacante falla, la grada se levanta y grita “Uy!!”. Sin embargo, cuando el travieso balón se escurre entre las manos del golero, éste queda marcado.
No hay leyenda urbana cierta: ni estamos locos, ni llegamos al marco por ser unos tuercebotas. En el recreo éramos los primeros en pedirnos la portería. El arquero nace. Después se hace, y, con trabajo y tesón, mejora.
Siempre seré guardameta.
Los locos sois vosotros, que disfrutáis con el gol.
Los que somos porteros comprendemos a la perfección todo lo que aquí se cuenta. Precioso artículo.
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Gran artículo Borja. Un placer de lectura.
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