En noviembre de 1993, la jornada de primera división española se presentaba apasionante. De hecho, los resultados acabaron dando la razón a este pronóstico.
El Deportivo de la Coruña ya empezaba a bordar la S de súper en su camiseta y goleó al Oviedo por cuatro tantos a cero. En la bella Híspalis, dos eternos aspirantes a todo se enfrentaban con la victoria del Valencia, por un gol a cero, ante el Sevilla. Un Zaragoza arrollador, reforzado ese año con el campeón del mundo Andreas Brehme, aplastó al Tenerife por 6-2. El Athletic, en un duelo norteño, vencía en Asturias al Spórting de Gijón por 0-1.
Un sorprendente Logroñés empataba a dos goles a domicilio ante la Real Sociedad para ponerle un poco de picante a la quiniela de esa jornada. Albacete y Rayo Vallecano empataban a uno en tierras manchegas. También acabó en tablas, esta vez sin goles, el encuentro disputado en Pamplona entre Osasuna y Racing de Santander. De la misma manera, El Atlético de Madrid igualaba a un gol su duelo en Pucela, ante el Valladolid. El Real Madrid, por su parte, conseguía vencer en su estadio al Celta de Vigo por 2-1.
Antes de irse a trabajar, Mauro Ravnic revisaba en su boleto todos estos resultados y comprobaba, expectante, que todos eran acertados. Solo faltaba un partido por jugarse. A priori, un signo bastante claro.
En Barcelona, el majestuoso Camp Nou recibía la visita del colista Lleida. El equipo azulgrana era, además, el líder de la competición. El Dream Team de Johan Cruyff llevaba dos años sin perder en casa y había marcado a todos los rivales que, esa temporada, habían pasado por el coliseo blaugrana. En teoría, pues, el Lleida se presentaba como una víctima más que propicia para continuar esa racha triunfal.
En las filas barcelonistas, Ronald Koeman se quedaba en el banquillo por segunda semana consecutiva. El equipo, sin embargo, continuaba siendo temible. Nadal, Bakero, Beguiristain, Laudrup, Romario o Stoichkov configuraban una escuadra potentísima. Frente a ellos, Un conjunto que solo había ganado un partido a domicilio. De todas formas, los Jaime, Txema, Milinkovic, Herrera o Ravnic no se amilanaron, ni mucho menos.

El Barcelona no parecía estar muy lúcido esa tarde y la primera parte transcurría sin goles en el marcador. Pero aquel equipo generaba peligro constantemente y en el minuto 44, Stoichkov cayó en el área y el árbitro señaló, sin dudar, el máximo castigo. Hasta el punto fatídico se encaminó el brasileño Romario mientras Ravnic, el portero del Lleida, lo observaba sin perder detalle. El genio carioca erró su lanzamiento y la primera mitad acabó como había empezado, sin goles.
El partido se reanudó con el Barcelona atacando y el Lleida defendiéndose… y el gol no llegaba.
Minuto a minuto, se llegó hasta el 87, cuando Jaime Quesada, lateral ilerdense, batió al meta blaugrana con un certero disparo. Y así acabó el duelo, con la victoria de David sobre Goliat.
La sorpresa en el campeonato se hizo extensible, como no podía ser de otra manera, a la quiniela.
En el vestuario visitante, Mauro Ravnic, mientras era vitoreado por sus compañeros, sonreía para sus adentros al recordar que su boleto era perfecto, ya que, para ese partido, el portero croata había pronosticado la vitoria de su equipo.
Tres puntos de oro y catorce aciertos en la quiniela. Una jornada totalmente redonda para el bueno de Mauro.
Bonito recuerdo y curioso resultado para el acertado Ravnic, solo nos quedamos con la miel en los labios al no conocer que “prima” obtuvo ese día el portero.
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