Veinticinco de octubre de 1987. Estadio Nacional de Santiago de Chile. Los jugadores de la República Federal Alemana, con el joven Andreas Möller a la cabeza, se rinden ante la calidad de su oponente en una final disputada ante 65.000 almas. Se conforman, tienen que hacerlo, con ser subcampeones. El campeón ha mostrado una calidad técnica insultante, dominante y aplastante durante todo el campeonato. Pueden atisbar el brillo en los ojos de alguno de sus rivales. Möller y los suyos saben que tendrán un durísimo contendiente en los próximos lustros. Dejan, con tristeza, aquel país bañado por el Océano Pacífico.
Aquella noche en Zagreb
13 de mayo de 1990. Zagreb. Aprovechando la celebración de un partido de máxima rivalidad, unos 3.000 delije, ultras del Estrella Roja de Belgrado, han llegado a Zagreb comandados por Zeljko Raznatovic. Quizás su nombre no diga nada. Quizás su apodo, Arkan, encienda una luz en el recuerdo, sí, justo en esa parte del infausto recuerdo, claro. Fue un día en el que los Delije se enfrentaron con los Bad Blue Boys (BBB), ultras del Dinamo de Zagreb, en varias reyertas en las calles de la ciudad.
Todo saltó por los aires en el estadio Maksimir, en la noche, cuando los ultras locales invadieron el campo cayendo en la provocación de la afición visitante. Volaron sillas y armas blancas. La policía se empleó a fondo usando gases lacrimógenos. Zvonimir Boban se empleó a fondo contra la policía. No se lamentan fallecidos. Heridos, sí.
Efectivamente, aquella noche, el gran futbolista croata, Boban, agredió, en una icónica e inolvidable imagen, a un policía serbio que, a su vez, disolvía a la turba croata que había invadido el césped con insanas intenciones, pero que no actuaba con similar contundencia contra los provocadores visitantes, afónicos tras un constante cantar en favor del nacionalismo serbio y amenazadores con la causa nacionalista croata. Ellos, los Delije habían sido los que blandieron las armas y las sillas.

Independencia, guerra y debut
19 de mayo de 1991. Croacia. Las autoridades celebran un referéndum de autodeterminación. El 25 de junio de 1991, Croacia realiza la Declaración unilateral de independencia contra Yugoslavia y las minorías serbocroatas residentes en el territorio croata, estableciendo su desmembración del estado yugoslavo. La Comisión Europea le pide a Croacia un aplazamiento de la decisión. Se dan tres meses. En septiembre del mismo año, la Guerra de Croacia, una más dentro de la Guerra de los Balcanes, es una realidad. Años más tarde tuve la suerte de visitar la restaurada Dubrovnik a orillas del Adriático. Las historias que cuentan los veteranos y los restos de metralla en los muros de las casas resultan sobrecogedoras.
15 de noviembre de 1997. Estadio Olímpico de Kiev. El gol de Andriy Shevshenko en el minuto 5 de partido, que finalmente solo sirve para empatar la vuelta contra los croatas, es insuficiente para clasificar a Ucrania en las eliminatorias de repesca para el Mundial de Francia de 1998. Croacia había vencido en la ida por 2 a 0.
14 de junio de 1998. Estadio Félix Bollaert de Lens. 38.000 espectadores. En el minuto 69, Davor Suker controla un centro al área con el pecho, la baja bien, fácil, marca de la casa. Su remate con la zurda sale rebotado de un rechace con el defensa jamaicano y supera por alto al portero. Sería, a la postre, el definitivo 1-3 en el primer partido de la selección de Croacia en la historia de los mundiales.

Ya había debutado en un gran torneo en 1996, en la Eurocopa de Inglaterra, con una correcta participación. Seguro que, además de Davor Suker, en nuestra memoria se instalan nombres como el propio Boban, Robert Prosinecki, Robert Jarni, Asanovic, Stanic, Bilic, Vlaovic o Simic. Era un gran equipo, contragolpeador y con mucha calidad.
Y había algo más en aquellos jugadores. Existía esa especie de orgullo que nace de un patriotismo por fin reconocido. No eran solo futbolistas, representaban mucho más porque la vida, la historia, los había puesto en una encrucijada. No soy amigo del nacionalismo en ninguna de sus formas y maneras. Pero hay cosas que se pueden leer en las miradas, sentir en la piel. La oportunidad de mostrar al mundo el renacer de una sociedad no pudo tener mejores embajadores.
Tras el 1-3 contra la también debutante Jamaica, Croacia ganó 0-1 a Japón en Nantes y se enfrentó en el tercer partido, último en la fase de grupos, con Argentina. No hay nada como jugar partidos históricos desde tan pronto. Sin embargo, el resultado se saldó con derrota y Croacia se clasificó como segunda de grupo. Este resultado evitaba, convenientemente, un hipotético futuro cruce de cuartos entre Croacia y la que en aquel mundial se llamó la República Federal de Yugoslavia, es decir, las federaciones de Serbia y Montenegro. Además, en principio, a Croacia le quedaba el cuadro más sencillo.

El invitado inesperado
30 de junio de 1998. Estadio Parc Lescure de Burdeos. Casi 32.000 espectadores. Octavos de final de la Copa del Mundo. Se enfrentan a la buena Rumanía de Gheorghe Hagi, Popescu o la Cobra Ilie. La superioridad de los croatas, no obstante, se hizo sentir desde el mismo comienzo del partido. El caudal ofensivo fue mayúsculo y Stelea, el portero rumano, se erigió en salvador en numerosas ocasiones.
Croacia fue incapaz de superarle en jugada. Un penalti claro, lanzado por Suker en la prolongación del descanso fue la única manera que tuvieron de perforar la portería del rival. 0-1 y Croacia haciendo historia. Historia que además encontraba comparación con la R.F. Yugoslavia, que el día anterior resultó eliminada ante Holanda por 2-1, gol de Edgar Davids en el descuento. Y si en Croacia había grandes nombres, qué decir de los Mijatovic, Mihailovic, Stojkovic, Savicevic, Jugovic, Djukic y compañía. El mismo orgullo pero con peor cruce de octavos.
Si malo fue el cruce para Yugoslavia, mala era la previsión de Croacia al enfrentarse en cuartos con la Alemania de Lothar Matthäus. De Matthäus y de Kohler, Klinsmann, Bierhoff o de un Andreas Möller al que seguro que le vino al recuerdo cierta final, jugada y perdida en Sudamérica, hacía ya once años.
4 de julio de 1998. Estadio Gerland de Lyon. 39.000 espectadores. El comienzo del partido fue arrollador para la Mannschaft que embotelló a Croacia y encadenó varias ocasiones claras para adelantarse en el marcador. Croacia permanecía agazapada a la caza de alguna contra. Y llegó. Suker, omnipresente, lucha y gana un balón frente a dos defensores alemanes y Wörns le caza. Patada violenta. Roja directa. Puede que rigurosa, pero justa. El partido, a partir de aquí se da la vuelta. En el descuento de la primera parte, Robert Jarni, con un zurdazo cruzado desde fuera del área, un golazo, abre el marcador.
Croacia se lo cree. Se lo cree y genera de nuevo un caudal ofensivo total. Se suceden las ocasiones y no logra cerrar el partido. Alemania, con 10, solo genera peligro a balón parado, pero qué peligro. Ladic, el portero croata, salva en la línea un remate de cabeza y el palo repele un lanzamiento raso de Hamann. Pero llega el minuto 80 y Vlaovic, con el exterior, y, esta vez, cruzando un disparo de derecha a izquierda, marca otro golazo y finiquita el partido. Suker, en un estado de forma excepcional, marca cinco minutos después el 0-3 definitvo en jugada personal remontando desde la línea de fondo. Andreas Möller no llegó a ingresar en el campo.

Toca el anfitrión
La alegría de un equipo, de un país entero, se desborda. Croacia se transforma en el equipo revelación, en el equipo que mejor juego despliega, y en ese rival más débil con el que todos simpatizamos de forma inevitable cuando, plantado en semifinales, te codeas con la Francia de Zinedine Zidane, Barthez, Blanc, Desailly, Thuram, Petit, Pires, Djorkaeff, Henry o Trezeguet; la Brasil de Cafú, Roberto Carlos, César Sampaio, Dunga, Giovanni, Rivaldo o Ronaldo Nazario y la Holanda de Van der Sar, los hermanos De Boer, Bergkamp, Kluivert, Seedorf, Cocu o Davids. Casi nada. El emparejamiento de Croacia es con la anfitriona, Francia.
8 de julio de 1998. Stade de France de París. 76.000 espectadores. Cerca del río Sena. Francia se presenta como gran favorita tanto por su potencial como por la ventaja de jugar en casa. De este modo, la primera parte, con Zidane al mando, es claramente dominada por Les Bleus. No obstante, este dominio no se tradujo en ocasiones claras y se llegó al descanso con 0-0. Davor Suker, a los 30 segundos de la reanudación, con un control exquisito y una definición inteligente, enmudece a París.
Croacia logra ponerse por delante en el marcador en las semifinales del Mundial de Francia de 1998 ante la selección local. Una proeza heroica. Y breve. Un minuto después un desajuste defensivo es aprovechado por Thuram para penetrar hasta el área y empatar el partido. Veinte minutos después, el mismo Thuram firma un buen disparo escorado para poner a los franceses por delante. Pero el partido, jugado de poder a poder, tenía reservadas más emociones. Laurent Blanc agredió a un rival y el colegiado español, García Aranda, vio la acción y le enseñó la roja. Croacia lo intentó de todas las formas posibles. Pero no llegó el premio. Fue eliminada.

11 de julio de 1998. Estadio Parque de los Príncipes de París. 45.500 espectadores. Cerca del río Sena. El Mundial no terminó para Croacia en el partido de semifinales. Se jugó una final de consolación para dirimir el tercer y cuarto puesto. Ganó. Ganó 1 a 2 a una potente Holanda en un partido que sirvió para asegurar que Suker fuese el máximo goleador del torneo y que, igualmente, quedase en los anales de las historia como el segundo momento cumbre de aquella generación ¿El segundo?
La generación de oro
25 de octubre de 1987. Estadio Nacional de Santiago de Chile. 65.000 espectadores. Tres horas antes que los hechos referidos en el primer párrafo del artículo. Andreas Möller aun no sabe lo que va a suceder en el partido. Se enfrentan a un equipo muy goleador, primero de su grupo y que ha eliminado en cuartos a la Brasil de César Sampaio y en semifinales a la República Democrática de Alemania de Matthias Sammer. Miraba a los delanteros, Davor Suker y Predrag Mijatovic. Conocían su peligro. Igual que la calidad de Boban o Prosinecki. Jugaron un partido igualado hasta que Boban marcó en el minuto 85. Parecía el final, pero el delantero alemán Witeczek, máximo goleador de aquel Mundial sub-20 de 1987, empató de penalti dos minutos después.
La tanda de penaltis quiso que marcasen todos los yugoslavos y todos los alemanes, excepto Witeczek. Maldición mil veces vista. Yugoslavia se proclama campeón del Mundo de fútbol sub-20. Davor Suker, Predrag Mijatovic, Robert Prosinecki, Robert Jarni, Zvonimir Boban o Igor Stimac levantaron aquel trofeo. A esta pléyade de estrellas se les pudieron unir los Brnovic, Stojkovic, Savicevic, Vlaovic, Mihailovic o Djukic en años sucesivos para que su destino fuese hacer historia.

Pero la historia, amigos míos, no espera a nadie. Aquella tierra de talento inagotable también estaba llena de fronteras, de diferencias irreconciliables, de unas heridas tan abiertas que ni tan siquiera el fútbol, sí, el fútbol, fue capaz de suturar. La Yugoslavia campeona de 1987 será recordada, para siempre, por ser el primer capítulo de una historia que jamás se pudo, y que jamás se podrá contar. La historia de un éxito que nunca llegó a una generación que no pudo jugar al fútbol como seguramente hubiesen deseado, unidos.
Como en toda actividad humana el fútbol interactúa con el resto de situaciones sociales,y guerra,política,tensiones territoriales,sentimientos identitarios,entre otros, se reflejan intensamente en el mismo y en consecuencia marcan resultados,y no pocas veces en contra de lo que objetiva y lógicamente se podría esperar.
Y es que los estados de ánimo que acompañan tanto al aficionado como al jugador, forman parte sustancial en el rendimiento de los equipos y consiguientemente en los resultados de los partidos.
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