Desde hace unos años, principalmente mediados de la primera década de este siglo, el fútbol y toda la industria y el mundo que lo rodea han experimentado grandes cambios que han hecho que en muchos aspectos sea algo irreconocible en relación a lo que habíamos conocido durante toda la vida. Y en gran medida, esto ha hecho que el fútbol y todo lo que le es accesorio sea algo ya no sólo diferente, sino peor.
El título del artículo revela un lamento. No me gustan los veranos, estos veranos propios de fútbol moderno.
No me gustan esas giras por Estados Unidos, por países asiáticos o cualquier otro destino insospechado donde sólo se va a hacer caja y donde todo parece un decorado de cartón piedra: desde aficionados hasta estadios, pasando por los torneos que se organizan con denominaciones rimbombantes antecedidos siempre del nombre del patrocinador. Esos destinos donde ahora vamos los europeos de gira con una discutible tradición futbolística y donde la pretemporada, tal y como se la concibe de toda la vida, pierde su esencia.
Echo de menos aquellas pretemporadas donde el equipo se iba concentrado tres semanas a Austria, Suiza o a Galicia, huyendo del calor infernal de muchas partes de España. Esos primeros partidos contra equipos modestos de la zona, que acababan en goleada.
Echo aun más de menos la llegada de agosto, que traía de la mano la disputa de los grandes torneos veraniegos en España y ya se trataba de partidos televisados, principalmente por las cadenas autonómicas. Era la ocasión pintiparada para la gran presentación al público y puesta de largo de los fichajes. La expectación era máxima, lo recuerdo perfectamente. Uno se enganchaba al televisor para ver los primeros minutos de las nuevas incorporaciones, la ilusión por las nubes. Claro está que ya tras unas semanas de puesta a punto física, los equipos presentaban un tono medianamente aceptable, no pudiéndose decir lo mismo de las pretemporadas actuales, que sirven para todo menos para entrenar. Exhaustos entre actos publicitarios, horas y horas en avión y selfis con pseudoaficionados, que un día se enfundan la camiseta del Real Madrid y al día siguiente están con la del París Saint Germain y al otro con una gorra del Barcelona.
Ahora ya no hay nada de aquellos veranos añorados. Los torneos veraniegos españoles de gran solera, como el Carranza, el Teresa Herrera o el Colombino, subsisten casi como viejas reliquias venidísimas a menos y se despachan con un único partido, nada de semifinales y final como ocurría años ha. Además, su disputa se ha visto obligada a ser adelantada de fechas, ya que aquéllas en las que antes tenían lugar ahora están copadas por jornadas del campeonato liguero, partidos ya oficiales. Las visitas a España de esos equipos sudamericanos que eran unos clásicos en nuestros torneos veraniegos ya pasaron a mejor vida. Esos Peñarol, Palmeiras o Flamengo que hacían sus particulares giras por España para disputar casi cada verano uno o varios torneos.
No me gustan nada los veranos, porque en estos veranos de fútbol moderno ya no hay fichajes. Para el aficionado, la esencia, la sal de las pretemporadas no eran sino los fichajes. Ahora eso se ha convertido en una rara avis en la actualidad. Sólo se habla de límite salarial, de fair play financiero y de amortizaciones. Un auténtico pestiño para nosotros, los aficionados de a pie, a los que la economía y la ingeniería financiera nos importa lo justo o nada. En especial en España, con prácticamente todos los clubes o en la ruina o muy limitados económicamente, pasan semanas y semanas de verano sin nada reseñable en cuanto a incorporaciones. Alguna cesión por aquí, algún fichaje a coste cero por allá y poco más. Eso sí, Mbappé hasta en la sopa, pero éste tampoco ficha.
Incluso se echan de menos aquellas presentaciones de los equipos, en que toda la plantilla se hacía la foto en un estadio lleno hasta la bandera por aficionados ávidos de ver a los nuevos fichajes. Ni rastro ya tampoco de esta que fue inveterada práctica de los equipos españoles durante décadas. Qué fichajes vas a presentar a la afición, si ya no hay fichajes y el mercado no se mueve hasta cinco o seis días antes del cierre del mismo.
Ya para colmo, desde hace bastantes años nos han colado el adelanto de la Liga para mediados de agosto, con media España de vacaciones en la playa o de viaje y la otra media de fiestas patronales. Esas tres primeras jornadas en que aunque ya sea liga, no parece liga. Las plantillas a medio hacer, jugadores sin inscribir, mandatarios haciendo piruetas financieras para que tal o cual jugador se le quede inscrito para poder participar en la próxima jornada son el pan nuestro de cada día en estas jornadas ligueras de agosto, que tampoco me gustan nada. Ya de que el mercado de fichajes esté abierto hasta transcurridas tres fechas del campeonato, mejor ni hablamos.
Por fin llegó septiembre y con ello la normalidad tras este insípido y tedioso verano futbolístico en el que se ha hablado casi de todo salvo de fútbol propiamente dicho.
Coincido plenamente,este fútbol no tiene nada que ver con el que nuestra memoria recuerda, pero no debemos caer en la melancolía porque para nada es positivo y por supuesto nada podemos cambiar pese a nuestra disconformidad como aficionados de a pie,para desgracia de este querido deporte las directrices se marcan por los que tienen el poder y solo lo utilizan para sus oscuros intereses,no,rectifico,para sus claros y materialistas intereses que en nada coinciden con los nuestros.
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