Diecinueve de octubre de 1986, estadio de La Condomina, la de siempre. Del municipio de Cieza parte un Seat Panda cargado de ilusión. Al volante va un feliz padre orgulloso de poder llevar a su hijo por primera vez a ver un partido de Primera División. Le ha costado muchas llamadas y favores que devolver el poder comprar esas entradas. A pesar de ser los dos murcianos van a a animar al equipo de sus corazones, aquel por el que sufren cada fin de semana, aquel que les ha ayudado a afianzar vínculos más allá de los paternofiliales. Ese tema de conversación por el que las disputas de la vida siempre se tornan coincidencias, ese “Papá, ¿viste el gol de?” siempre les acercaba cuando los distintos puntos de vista se empeñaban en separarlos.
Aquella tarde el Murcia jugaba contra el FC Barcelona. En el once del Real Murcia algún jugador que pasó luego por los grandes equipos madrileños, Ladislao Kubala puso en liza a Amador, Pérez García, Tendillo, Núñez, Miguel Sánchez, Parra, Brasi, Sánchez, Salvador Mejías, Manolo y Moyano. El once del FC Barcelona, entrenado por Terry Venables, fue Zubizarreta, Gerardo, Moratalla, Migueli, Julio Alberto, Calderé, Robert, Víctor Muñoz, Lineker, Hughes y Esteban Vigo. El resultado fue de 1-0 para los pimentoneros.
El chaval, que andaba por los diez años, salió cabizbajo del campo, lloroso no entendía como el equipo de su alma podía haber perdido ese partido, ¡para ser el primer encuentro al que asistía vaya debut como aficionado! Su padre no dijo nada, simplemente le pasó el brazo por el hombro y, al cabo de unos minutos, comentó “ya jugará mejor el próximo partido”.
Y durante los 30 años siguientes los jugó, mejores y peores, ganó Ligas, Champions, perdió finales, cambió de entrenadores, presidentes, contrató jugadores que se estrellaron y otros que triunfaron. Pero este padre y este hijo siguieron manteniendo ese vínculo, el comentar los partidos cuando la distancia les impedía sufrir juntos y, cuando coincidían enfrente del televisor, gritaban a coro los goles y chocaban sus manos como si fuesen jugadores, a pesar de que a la madre ese forofismo no le gustase lo más mínimo.
Durante esos años el pequeño de la familia ya compartía con ellos ese momento, y se iba enfadado a la cama si el Barça perdía, o pedía que le dejasen irse a dormir un poquito más tarde, antes de que ella contestase, su padre ya había dicho “venga, vale, quédate hasta que acabe la primera parte”, y la primera terminaba siempre juntándose con la segunda y, si se terciaba, con la prórroga.
Algunas veces a alguien se le ha ocurrido preguntarme por qué soy culé. Yo siempre digo que por tradición familiar, desde que tengo uso de razón mi padre, esa figura que idolatraba, sufría viendo los partidos apurándose el cigarrillo, y yo a su lado, tragándome orgulloso su humo, su fiel escudero. Me identifiqué con ese equipo que conseguía igualar la diferencia de edad entre mi padre y yo, en esos 90 minutos éramos dos amigos compartiendo una afición, una pasión… Luego fuimos tres amigos, con la llegada de mi hermano, que incluso me superó en cuanto a pasión en la victoria y frustración en la derrota. Cada uno de nosotros teníamos un sitio en el salón desde donde seguir el partido, la liturgia era sagrada, nadie ocupaba el asiento de nadie porque sino el resultado del partido peligraba.
Una vez me pregunté por qué a un murciano, como mi padre, le importaba lo que le ocurría a un equipo del norte de España. Mi padre, me contó una tarde, pasó parte de su vida visitando la fábrica que tenía mi abuelo en el pueblo. En esta fábrica había muchos trabajadores catalanes, que en las pausas laborales se divertían mirando estampas de los jugadores del FC Barcelona, ese equipo que acercaba a los obreros con su tierra, esas victorias que sentían como suyas despertó en mi padre el mismo amor por ese equipo que luego nos transmitió a nosotros y que ha perdurado tantos años.
Esta semana Julio Alberto, uno de los jugadores de mi infancia y que jugó ese partido en La Condomina, ha dicho que abandona el club por la injerencia política en la entidad azulgrana, el club era su casa y ahora se va a buscar trabajo fuera de Cataluña. Como él muchos seguidores culés sienten que están perdiendo la conexión con ese equipo que servía de nexo de unión de tantos desconocidos. Entrabas a un bar y cuando marcaba el Barça todos aquellos que chillaban ya eran tus amigos durante lo que restaba de encuentro.
Hace tiempo que no hablo con mi padre de fútbol, lo noto, hay algo que flota en el ambiente que nos impide no relacionar el esférico con la situación política. E igual que nos pasa a nosotros les ocurre a muchas familias que no viven en Cataluña pero que, solo por compartir equipo, hemos sentido más cercanos a los catalanes en nuestras vidas.
No sé si el año que viene el FC Barcelona seguirá jugando en la Liga Española, en la Premier o en la Liga Catalana. Aquel 19 de octubre de 1986 fui yo, pero otros antes y muchos después vivieron esa situación, ser culé, de fuera de Cataluña y acudir ilusionado con tu padre o tu madre al Camp Nou o al estadio de tu ciudad para ir a ver por primera vez al Barça, gritar sus goles, lamentar sus fallos, abrazarte a tu padres y sonreír, volver a casa pensando que ya has cumplido el sueño de tu vida. Hoy, en nombre de tantos niños me gustaría daros las gracias. Muchas gracias por el esfuerzo por cumplir los sueños de tantos niños, por comprarnos la camiseta y la bufanda.
Gracias porque el fútbol y el Barça solo han sido la excusa.