Qué metafórico es el terreno de juego. Aunque no todo es fútbol. Hay que ampliar horizontes. Es muy difícil no caer en el recurso estilístico de la metáfora cuyo origen es el balompié, muy bien utilizada por algún que otro genio latinoamericano de la palabra escrita, a la hora de hablar de nuestro día a día. Qué de goles recibimos en el último minuto. Desde esa amistad que anula la sagrada quedada cervecil de los viernes a esos ojos verdes, azules o marrones, que deciden que dormirán con otro tipo.
Jugadas polémicas desde que suena el despertador hasta que llegamos de nuevo a casa. El informe que el compañero no ha entregado y te toca rematar, o el conductor de autobús que esperó a que llegases corriendo a la parada para cerrar las puertas en tus narices y arrancar sin dejarte subir. Eso sí que es tarjeta roja. Ese colega que en el BAR, se ha dejado siempre la cartera. Eso es banquillo unas cuantas rondas.
Existen varias personas que llevan a un entrenador de mano de hierro en sus venas y otras de guante de seda. Las primeras van a muerte hasta la última consecuencia fiel a lo que ellos llaman “yo soy así”. No hay escuela filosófica que haya definido con exactitud qué significa en su totalidad semejante concepto de juego. Las segundas van con la empatía por bandera, la escucha activa y estar ahí cuando se las necesita. Entre nuestras amistades, y conocidos, hay un cúmulo de estos dos ejemplos.
Si sólo hay del primero, siempre habrá nubes de tensión. Si sólo del segundo, discusiones pocas. Y las discusiones acaloradas son parte del picante de la vida. No nos engañemos con pizarras absurdas de buen rollismo. Cuatro gritos bien lanzados en el terreno de juego ahorran muchas terapias.

Qué difícil es hacer la convocatoria de nuestro once. Quién merece nuestra titularidad, quién no debe ser convocado más. Qué fichaje merece realmente la pena. Ser nuestros propios Directores deportivos y salir airosos, es lo que llaman madurar. Luego, elegir bien el sistema de juego. Más agresivo, colocar un bus, al ataque desesperado. Tocar y tocar y no hacer nada. Verlas venir entre pase y pase. La vida pasa.
La prisa o la paciencia. Muchas opciones y no hay partido de vuelta. Hay que acertar todo a la primera, la temporada se hace muy larga como metamos la pata. No hay cúpula directiva que renueve el contrato.
También está qué posición a ejercer sobre el verde. Guardarnos en una portería y ser condenados a héroe o villano. A parar los tiros de los demás. Ser un vistoso centrocampista, la elegancia por bandera. El emprendimiento en la sangre o tener la capacidad del regate y sobrevivir al día a día, los extremos hábiles de fin de mes.
Queda el vistoso delantero, los focos a él. Todo es gol. Todos lo adoran y quieren que esté en su equipo. Los centrales y, en general, los de corte defensivo pasan más desapercibidos.
Qué metafórico es el terreno de juego. Aunque no todo es fútbol. Hay que ampliar horizontes. Es muy difícil no caer en el recurso estilístico de la metáfora cuyo origen es el balompié. Todo pasa por saber estar, paciencia. Saber mimar a la pelota y tener claros los objetivos de cada temporada. Ser realistas, disfrutar de cada partido. Ser jugador de equipo. Noventa minutos de soledad son muy largos.