La primera parte del partido del Barcelona ayer fue un auténtico esperpento. Al Espanyol le bastaron solo 70 pases para marcar un gol y tener dos ocasiones clarísimas de volver a hacerlo. Caicedo y Sergio García parecían candidatos al Balón de Oro. Así fue la cosa hasta que justo en el último minuto el mejor de todos los tiempos dio el primer fogonazo. Empate a uno.
Durante ese primer acto, el conjunto culé no solo gozó de casi un 80% de infructuosa posesión sino que al eterno toque horizontal se unía una temblorosa defensa de tres, dos y a veces incluso un zaguero. Eché en falta alguna orden o cambio de esquema desde el banquillo ya que ni delante ni detrás el equipo carburaba. Lamentablemente, Luis Enrique no hizo nada empeñándose en dar la razón a aquellos que piensan que no tiene nivel Barsa.
A pesar de todo y de todos, lo mejor era el marcador. Y llegó la segunda mitad, donde de nuevo apareció Messi puso las cosas en su sitio. Así hasta terminar en un ficticio 5-1.
La realidad es que estamos en diciembre y aun no se sabe a qué juega este Barsa. Sin contar a los porteros, cuyas rotaciones están claramente establecidas, y a los tres de arriba, lo cierto es que nadie es capaz de dar un once titular. Esto se hace más dramático en el centro del campo, zona clave en el engranaje blaugrana. Y es que no se contaba con Xavi antes del inicio de la temporada y a día de hoy sigue siendo indispensable.
En defensa, el lateral derecho es un drama con un Douglas que bastante tiene con soportar la sorna de medios y entorno y el caso Montoya que nadie comprende. La competencia feroz prometida ni está ni se espera.
Solo queda un clavo ardiendo al que aferrarse. Lionel Messi.