Me gusta la Copa. Hace cuatro meses, nuestro compañero Enrique Bermejo utilizaba este mismo sentimiento para titular su idilio con una liga que apuntaba a competida. Y hoy soy yo el que se apropia de esta expresión para alabar la presente edición de la que seguramente es la competición más denostada de nuestro fútbol. Llevamos años, con razón, reclamando un giro radical en el torneo y las pequeñas mejoras que ya ha implantado Rubiales parecen surtir efecto. La elección previa de la sede de la final, por ejemplo, provoca un mayor atractivo si el equipo que la cede se encuentra implicado en el camino. Caso del Real Betis este año, más interesado que nunca en llegar a una final en casa, evitándose además las polémicas que han salpicado la elección de estadios en los últimos años. Además, se habla de las eliminatorias a partido único para el año que viene, lo que aumentaría exponencialmente la emoción.
Sin embargo, aun manteniéndose este año el sistema de doble partido, vivimos una revitalización del torneo como hacía años que no se veía. Los encuentros de semifinales disputados esta semana han recuperado el valor de una competición menor para los clubes. Quizás, gran parte de este impulso se deba al azar. El destino quiso que las bolas de Barça y Real Madrid se cruzaran dando lugar a dos clásicos fuera de guión en un momento clave. Clave por tener lugar en la peor temporada que vive el equipo blanco en los ultimos años. La exigencia de tocar plata en el equipo de la Castellana ha convertido el trofeo en una necesidad. Nadie duda de que difícilmente se pueda salvar la temporada merengue, pero un título es un título. Todo ello en pleno debate del juego culé y con el poso, ligado a lo político, de la falta de interés azulgrana en la Copa.

Bajo esta coyuntura, todo apuntaba a que la eliminatoria podría traducirse en un paseo militar del Barcelona sobre un Real Madrid en horas bajas. Sin embargo, Valverde volvió a dejar a Messi en el banquillo, algo que como ya sucedió en Sevilla decantó la balanza. Los de Solari sorprendieron adelantándose con el gol de Lucas Vázquez y demostraron la competitividad de la que tanto carecen en Liga. Pero el Barça tampoco es el de otros años y sólo pudo empatar el choque con error de la zaga blanca incluido. El txingurri no quiso esperar a la vuelta para meter al 10, aunque ya era tarde. Muy pocos esperaban que el Real Madrid pudiera plantar cara a los culés y sin embargo, los blaugranas se enfrentan a una nueva cuasi remontada. Todo queda abierto para la vuelta.
Por si fuera poco, la otra semifinal tampoco defraudó. Se veían caras dos de los técnicos con más personalidad de nuestro fútbol. A la postre, la labor de ambos técnicos marcó el devenir del encuentro. El Valencia, que venía de pasar la eliminatoria de cuartos a golpes sigue soñando con el mismo parche que busca el Real Madrid, ganar un título en una temporada aciaga. Mientras que la ilusión del Betis se centra en una hipotética final en casa, lo que podría poner el broche a un proyecto de futuro trabajado desde todos los estamentos del club. Dos estilos de juego antagónicos y característicos se dieron cita anoche en el Villamarín. Por un lado el pragmatismo vertical de los ches y por otro, la posesión total que propugna el equipo verdiblanco. Un conjunto que estuvo a punto de sentenciar la eliminatoria con el 2-0.

Pero las más de 57.000 gargantas, récord, que abarrotaban el estadio enmudecieron con los dos errores de marca que provocaron el empate final. Buena parte de culpa, sin menoscabar el poderío ofensivo del Valencia, la tuvieron las decisiones tomadas desde el banquillo. Los cambios realizados u omitidos decantaron el marcador. Por un lado, Marcelino que, dando entrada a Kondogbia y Gameiro, dos exsevillistas, atacó por físico y al contragolpe el cansancio local. Una fatiga que en el caso de Joaquín, al cual Setién debió sustituir, provocó pérdidas decisivas que acabaron con la ventaja bética. Un plus que ahora maneja el Valencia, obligando a los béticos a vencer en Mestalla. Aunque como en la otra semifinal, el pronóstico es incierto.
Por disfrutar de dos partidazos que auguran otro par más para finales de mes. Por sentir el ansia de éxito de dos proyectos muy discutidos. Por sumar dos clásicos al calendario anual de partidos. Por ver pelear al tan aclamado Real Betis de Setién en busca de una final casera. Por contar con dos semifinales abiertas en un torneo que últimamente dejaba poco margen a la sorpresa. Por todo eso y más, me gusta esta Copa.