Las calles de Teherán son un bullicio incesable. Todo el mundo se toma un respiro en el difícil día a día del país y sale a celebrar algo histórico… su selección nacional ha derrotado (y por ende mandado a casa) a su archirrival más allá del terreno de juego…
La noche del 21 de junio de 1998, el Mundial de Francia sirvió como escaparate para que aquellos que, vestidos de traje y corbata, y que toman decisiones desde sus despachos, vieran cómo el fútbol es tan maravilloso que puede conseguir en 90 minutos lo que años de infructuosas reuniones no lograban ni atisbar.
Aquella noche, los pueblos de Irán y Estados Unidos estuvieron unidos por una vez. Los enfrentamientos y tensiones históricas no parecían existir. Un esférico había obrado el milagro.
El partido, correspondiente a la fase de grupos de aquel Mundial, estuvo rodeado de mucha tensión en su víspera. El régimen iraní como medida excepcional dejó a las mujeres ver el partido por televisión. Todo valía para derrotar a la llamada «Bestia».
Y eso es lo que finalmente sucedió ya que el conjunto americano acabó siendo derrotado por 1-2. Aunque aquella noche no hubo ni derrotados ni vencidos, solo un ganador… el fútbol.
«Jamás hubo una guerra buena o una paz mala.»
– Benjamin Franklin –

Bonito ejemplo el que dieron. Ya podrían aprender muchos políticos y dejar sus absurdas diferencias a un lado.
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Tienes toda la razón Víctor Manuel, a veces las cosas pueden ser mucho más fáciles de lo se piensa. Un saludo y gracias por leernos.
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