El ser humano, como cualquier organismo mínimamente inteligente, tiene la capacidad de aprender de su experiencia. Esto le permite adquirir recursos y adaptarse al entorno. Aquellos a quienes les falla esta capacidad están condenados a la extinción. Pero como la vida no son matemáticas, siempre aparece algún individuo que logra sobrevivir a pesar de ir cometiendo los mismos errores una y otra vez.
Hace apenas una semana, el Barça naufragaba en Granada en uno de los espectáculos futbolísticos más lamentables que se le recuerdan. Con un equipo marcado por las rotaciones, el FC Barcelona volvió a hacer el ridículo. La baja de Jordi Alba fue cubierta por Júnior Firpo, en un debut que se recordará por su torpeza y sus malas decisiones.
En mediocampo se volvió a dejar solo a De Jong, teniendo como escuderos a Rakitic y al jugador que vive del gol que le marcó al PSG hace ya unos años, Sergi Roberto. Y en la delantera, Ernesto optó por dejar sentado a un Messi convaleciente y a la revelación Ansu Fati. El resultado lo conocemos todos. Juego lento y mediocre, sin creación ni remate, 2-0 ante un recién ascendido. El peor inicio de Liga en 25 años.

Parecía difícil que la historia se repitiera. Se presentaba el Barça en su estadio ante un Villarreal que si de algo no puede presumir es de solidez defensiva. Valverde mantuvo a Júnior en la defensa después de señalarlo en Los Cármenes con su cambio a los 45 minutos. En el mediocampo sentó a De Jong y optó por un Busquets-Arthur, con la compañía de la poca aportación al juego de Sergi Roberto. Y en ataque, ya no pudo contener a Messi en el banquillo, juntándolo con Suárez y Griezmann en la que se supone que debía ser la madre de todas las delanteras. El resultado también lo conocemos. Un córner, un golazo desde 30 metros, golazo de Cazorla, sufrimiento, mal juego, lesión de Messi, entrada de De Jong, Dembélé y Ansu Fati, silbidos a un Suárez fuera de forma y 2-1.
Cualquier barcelonista puede ver claro lo que falla en este equipo. El juego aburre. Está alejado del estilo Barça. No hay esa idea de crear fútbol de posesión, atrevido, con presión alta, extremos abiertos y constante creación de ocasiones. La propuesta actual es estéril, horizontal, que sobrevive a base de chispazos esporádicos. La mayor muestra de esto es ver la falta de implicación de aquellos que culminaron este estilo. Iniesta está en Japón dando sus últimos trotes, Xavi entrena en Qatar y Puyol se ha desmarcado al ver cómo está el patio.

Es algo que no se comprende, que viendo semana tras semana los mismos errores se insista en lo mismo una y otra vez. Los mismos jugadores que no aportaron nada hace unos días repiten su titularidad. Y aquellos quienes muestran ganas de juego se van apagando por suplencias incomprenibles y la poca implicación del técnico en la dirección del equipo. Te planteas entonces si no serás tú el equivocado. Y le das vueltas y lo ves claro. Y aterra lo que encuentras.
No es un tema de cometer los mismos errores en cada partido. Es peor. Es la creación de un ecosistema en el que Valverde vive adaptado y protegido por las vacas sagradas. Por muy mal que vayan la cosas, nada va a cambiar. Sabe que dejándoles libre albedrio mantendrá ese asiento en el banquillo que tanto ama. Y esos jugadores han convertido a este club en un entretenimiento, haciendo lo que les da la gana y viviendo del cuento. No han llegado hasta aquí para perder el puesto ante otro más joven, con más implicación y sacrificio, con mayor acierto y mejor forma física. No han ganado tanto para que un entrenador de equipo pequeño les diga lo que tienen que hacer. Y ese entrenador se limita a arremangarse un traje que le viene muy grande.
Si en algún momento este club maravilló a todo el planeta futbolístico, eso queda ya muy lejos. Hoy en día el Barça es falta de autocrítica, excusas baratas, promesas vacías, mentiras y caprichos de jugadores encantados de conocerse. Y de fondo, cada vez más fuerte suena la música del Titanic.