En la última sesión del Club de Lectura al que pertenezco, cuando ya habíamos liquidado (en el mejor sentido del término) el libro que acabábamos de leer (el extraordinario «El extranjero» de Camus), no sé de qué forma, alguien puso sobre la mesa el asunto Zozulya. No profundizamos demasiado en el tema, porque a esas horas, y con algunas cervezas en el cuerpo, no estábamos para muchas majaderías, pero algo debió quedar sembrado en la mesa del Jacaranda.
De un tiempo a esta parte, tengo una excesiva facilidad para comprender -que no necesariamente compartir- los argumentos de casi todo el mundo, lo que no sé si es bueno o malo. En su momento, pensé que la ideología de nadie podía ser un factor que le discriminara a la hora de encontrar un futuro trabajo. ¿Y si esa ideología camina de la mano del nazismo? Coño, ahí empiezan a entrarme ya las dudas… La ideología es algo personal e intransferible de cada persona y no sé hasta que punto alguien debe perder un trabajo porque piensa de una forma diferente al resto. ¿Alguien tiene derecho a despedir a un trabajador porque sea abortista y el empresario esté radicalmente en contra?

Se me ocurren más interrogantes. ¿Puede una ideología ser ilegal? ¿Puedo borrar de un plumazo a los ultraderechistas de LePen? ¿O qué sucede si alguien se reconoce estalinista? ¿Debo enviarle a uno de los campos de concentración mejorados por los rusos, más conocido como gulag? Son inquietudes a las que no sabría qué responder.
Me acordé entonces de Orson Scott Card, uno de los más grandes autores de ciencia ficción que haya dado jamás la literatura. En su ya dilatada trayectoria profesional firma títulos tan representativos del género como «El juego de Ender», «El séptimo hijo», «Imperio», «La gente del margen» o la extraordinaria colección de cuentos llamada «Mapas en un espejo». Oye, Víctor, se te está yendo la cabeza. ¿Qué pinta el bueno de Scott Card en esta historia? Pues resulta que este «buen hombre» es un reconocido homófobo. Entonces, ¿deben los lectores de ciencia ficción dejar de leer a Card por su ideología? ¿Sus libros son ahora peores desde que sabemos lo que piensa de la homosexualidad?
También me vino a la mente Leni Riefenstahl, autora del documental «El triunfo de la voluntad», verdadero manual propagandístico del nazismo y según muchos expertos cinematográficos, una de las mejores películas de la historia, con independencia que supusiera una glosa al señor ese del bigote que mira tú la que terminó liando…
El caso es que al cabo de un par de días, uno de los socios del Club nos hizo llegar un artículo de Carlos Hernández, que reflexionaba sobre el tema. Hubo una pregunta, especialmente, que me llamó la atención y a la que llevo dándole vueltas en la cabeza desde que la leí. Sin embargo, lo que voy a hacer es reformular dicha pregunta, que terminaría siendo la siguiente: ¿quienes queremos que sean los héroes de nuestros hijos?
¿Queremos que los héroes de nuestros hijos sean jugadores de ideología radical neonazi? ¿Queremos que los héroes de nuestros hijos sean jugadores acusados de violencia de género? ¿Queremos que los héroes de nuestros hijos sean jugadores que hacen cualquier cosa con tal de ganar? ¿Queremos que los héroes de nuestros hijos sean jugadores que agreden e insultan a compañeros de otros equipos o a los colegiados? ¿Queremos que los héroes de nuestros hijos sean jugadores que defraudan a Hacienda pese a tener ingresos multimillonarios cada año? ¿Queremos que los héroes de nuestros hijos sean jugadores egoístas y megalomaniacos?
Francamente, de los míos no. No sé si después de tanto rollo me he explicado con claridad.
P.D.: Lo peor de todo es que todos esos comportamientos que censuramos en un futbolista o que se dan en el césped de un campo de fútbol son, ni más ni menos, los mismos que nos encontramos en la vida del día a día: en los trabajos, en la calle, en la sociedad; e incluso queremos que los adopten nuestros hijos para sobrevivir en este mundo tan competitivo y obsesionado por el resultadismo a todos los niveles… Ese es el peligro.