Se acabaron las pruebas y los partidos cuyo resultado se sabe antes de que el árbitro pite el inicio. Se acabaron las rotaciones y el echar mano de la calculadora para equiparar minutos. Llega la hora de la verdad, llega la Champions.
El partido del Barsa contra el Rayo Vallecano me dejó buenas sensaciones. Iniesta y Messi están en el mejor momento para el momento justo. Cesc y Piqué parece se han sumado a la causa y el equipo en general mostró una presión que, igual que sucede con la última película de Robert Redford, ya nadie imaginaba pudiera volver.

En el horizonte británico aparece un monstruo de siete cabezas aunque con pies de barro (es decir, gemelo monocigótico del Barsa). El Manchester City, sin estar al nivel que mostraba cuando se realizó el sorteo, sigue manteniendo un equipo temible.
La eliminatoria se presenta igualadísima y dos claves se antojan básicas: la defensa y el principio de indeterminación de Heisenberg (y no me refiero al protagonista de Breaking Bad).
La primera se resume de la siguiente manera, aquella defensa que deje por un día aparcado su traje de verbena tiene mucho ganado.
En cuanto a la segunda, se considera dicho principio a la imposibilidad de conocer simultáneamente la posición y la velocidad de un electrón, y por tanto la imposibilidad de determinar su trayectoria.
Esta teoría aplicada a lo futbolístico sería así como decir que por muchos análisis que se hagan del partido es imposible pronosticar un resultado ya que si a Leo Messi le da por decir aquí estoy yo…la historia sobre el campo del Etihad Stadium habrá llegado a su fin.