Surgió la polémica la semana pasada tras la eliminatoria de Copa entre F.C. Barcelona y Atlético de Madrid por la antipatía que parece despertar Neymar entre los jugadores y aficionados rojiblancos, aunque en la mayor parte de los medios de comunicación se ha errado al identificar el motivo de los reproches al brasileño.
El enfado con el crack brasileño no se basa en sus caños o regates, sino que se le reprocha cierta predisposición a la exageración del daño que le producen los rivales. Pero lo que realmente hizo perder el control a los atléticos fue la celebración del 2-3, con un bailecito ante la grada que, probablemente, no venga a cuento cuando juegas fuera de casa, máxime si tu gol viene precedido de un más que probable penalti no señalado en tu contra. Aquella jugada fue clave en la eliminatoria, y Neymar atrajo hacia sí mismo toda la ira y frustración que provocó la acción con una celebración desafortunada.
Sin ser motivo ni disculpa para producirse con violencia contra el jugador que las realiza, hay celebraciones que resultan ciertamente provocadoras y que, tal vez, pudieran ahorrarse sus protagonistas. Fowler con el Liverpool esnifando la línea de fondo ante el Everton, los brasileños del Real Madrid haciendo la cucaracha en Mendizorroza o Van Bommel lanzando cortes de manga al Bernabéu son ejemplos de alegría ante un gol que sería más prudente y recomendable reprimir para no molestar innecesariamente al rival.
Pero si una celebración levantó polvareda y es aun recordada fue la que se pudo ver en marzo de 1997 en el mismo campo donde estuvo Neymar la pasada semana, en el Vicente Calderón. Y también fue ejecutada por un delantero brasileño, el valencianista Leandro Machado.
Apenas contaba 20 años este fichaje invernal para reforzar la delantera del Valencia de Valdano. Era una época de fichajes extraños en todos los equipos, cuando los representantes se frotaban las manos sacando una millonada por jugadores que prometían ser diamantes en bruto y que normalmente terminaban siendo más brutos que diamantes.

El caso de Leandro es paradigmático. Llegó en Navidades a Mestalla como joven internacional brasileño y, media temporada y ocho goles después, se marchó de la entidad che sin dejar mayor recuerdo que su famosa celebración.
En aquella tarde del Calderón, nuestro protagonista, ya en el descuento del segundo tiempo consiguió un tanto que cerraba el 1-4 definitivo para los visitantes rematando en la frontal del área pequeña un envío del Burrito Ortega. Ante el enfado general del estadio por tan mal resultado para los suyos y demostrando una limitada capacidad para medir las posibles consecuencias de sus actos, Leandro Machado no tuvo otra idea que ponerse debajo del Frente Atlético a cuatro patas y levantar su pierna derecha imitando a un perro orinando. Ahí, junto al grupo ultra de un rival al que estás goleando dolorosamente en su campo.
En este vídeo se puede ver la jugada del gol, la famosa celebración y el posterior tumulto que se formó alrededor del joven delantero, que abandonó el terreno de juego con expresión de no haber roto un plato en su vida mientras sus compañeros le apremiaban para evitar que fuera linchado y trataban de apaciguar el incendio provocado por la imitación canina. Hasta Valdano, su flemático entrenador, perdió los nervios y le empujó para que alcanzara rápidamente el túnel de vestuarios.
No era la primera vez que hacía esa celebración… pero sí fue la última. Al menos en el Valencia, donde ese gesto terminó por enterrar su incierto futuro. No es que haya que darle más importancia de la debida a estos gestos, y por supuesto, siempre una patada va a doler más que una celebración, pero, como Puyol cuando frenó un baile de Alves y Thiago en Vallecas, soy de los que prefiero guardar ciertos gestos de celebración para casa.