No conozco el momento exacto en el que la palabra «rotaciones» entró en el vocabulario del buen futbolero, pero está claro que son cosas del fútbol moderno. No recuerdo yo que en aquel noble balompié de mi infancia, a finales de los 80 y principios de los 90, se hablara de estas cosas. Si había que cambiar a un jugador por cansancio, bajo rendimiento o para probar soluciones nuevas, se hacía, pero sin redactar complejas teorías que lo justificaran.
No es que sea mi intención enmendar la plana a entrenadores profesionales, titulados tras años de estudio y (al menos la mayoría) tras una vasta carrera como jugador. Ellos poseen más información que nadie sobre sus equipos y el estado de forma de cada jugador. Además, entiendo que ningún entrenador actúa con la pretensión de perjudicar a su equipo. Pero yo me pregunto si realmente son necesarias las rotaciones como algo institucionalizado, como un pilar básico de la planificación de los equipos, o no son más que un gran invento, una moda pasajera que más pronto que tarde remitirá.
Desde la portería del Real Madrid, en la que Ancelotti tras la curiosa cohabitación del pasado año amenaza con volver a encontrar soluciones estrambóticas, a los centrales del Barça, la delantera del Atlético o las bandas del Sevilla, con más o menos suerte, los equipos (sobre todo los más grandes) buscan mezclar a sus jugadores.
Los defensores, como Luis Enrique, de esta forma de manejar la plantilla aducen que es la manera de mantener en tensión a todos constantemente, de fomentar la competencia (como dice Emery) o de evitar la sobrecarga de partidos en algunos jugadores.
Además, este parece un mal que ataca fundamentalmente a los equipos ricos, con necesidad de rendir en tres competiciones y profundidad de banquillo suficiente para que hacer varios cambios en el once inicial no suponga un suicidio.

Comprendiendo los motivos de los entrenadores, históricamente los equipos exitosos suelen tener alineaciones fijas y memorizables. Sin ir demasiado lejos en el tiempo, el Atlético de Madrid del año pasado apenas utilizó 14 o 15 jugadores con regularidad, el Real Madrid de la Décima arrancó cuando Ancelotti encontró el 4-3-3 con una alineación fija o el Barça de Guardiola en sus mejores momentos presentó un once que se podía recitar de carrerilla.
Cuadrar una alineación, un sistema y unos automatismos correctamente depende del conocimiento profundo de los compañeros entre sí. Un gran equipo funciona como un organismo y exige que cada parte conozca los movimientos, puntos fuertes y debilidades de sus compañeros.
Personalmente, las rotaciones constantes no me parecen buena idea, más que aumentar la competitividad y la tensión, creo que descentran e impiden que el equipo se estabilice. En cuanto a proteger el estado físico de los jugadores, no entiendo que para evitar la posibilidad de que un futbolista se lesione y se pierda un par de partidos se le deje sin jugar, ya que al final se pierde partidos de la misma manera. Y llegado el momento de los partidos decisivos, nadie te asegura que no vaya a sobrevenirle un problema físico a pesar del descanso.
Eso sí, hay que reconocer que, rotación va y rotación viene, estos pequeños detalles hacen que los aficionados tengamos un tema del que debatir y un entretenimiento: adivinar cuál será la próxima alineación de nuestro equipo. Cosas del fútbol moderno.