Hace unos días los socios compromisarios del FC Barcelona, en una proporción ínfima como lamentablemente es habitual en las asambleas, aprobaron las ínclitas palancas económicas. A partir de ahora los nubarrones parecen pasar a mejor vida brillando de nuevo el color del dinero. Flujo de caja a raudales para la maltrecha economía del conjunto culé.
Siendo una buena noticia, no deja de ser triste. El Barsa vende parte de las joyas de la abuela para, por un lado hacer frente a los pagos que tiene comprometidos al corto plazo, como por otro intentar armar un equipo que devuelva al equipo al menos al primer escalón europeo.
A la poca asistencia de socios en una de las decisiones más importantes de la historia del club se suma otra situación que personalmente me desagradó. Me refiero concretamente a la euforia desmedida del presidente Joan Laporta y de su junta directiva al salir una vez ya solventada la asamblea. Es la celebración de la pena, pena por haber llegado a una situación tan crítica que se tiene que recurrir a vender patrimonio (o derechos de explotación para los más puristas).
Está claro que no es culpa de la actual junta directiva sino de las anteriores desde Rosell hasta el pésimo Bartomeu. Los voceros de la prensa, algunos quedan, intentarán atacar a Laporta pero lo cierto es que lamentablemente pocas opciones más tenía. Eso o aceptar que el Barsa es un equipo de medio tabla cuyo objetivo es entrar en Europa League. Sin embargo, todo el mundo sabe que el dinero se mueve en la primera división de Europa, es la Champions y llegando mínimo a cuartos la competición que diferencia un grande de un buen equipo. Y para estar ahí necesitas invertir.
Ya solo queda encomendarse a San Mateu Alemany para que, como ya demostró el pasado mercado de invierno, vuelva a obrar el milagro. Tendrá mucho trabajo tanto en las salidas, con jugadores como Umtiti con una ficha desproporcionada o Braithwaite aferrado a su contrato y exigiendo jugar en un equipo Champions, como con los nuevos fichajes. Sin embargo, para esta última cuestión esta vez contará con unos cuantos mimbres más, tristes pero a fin de cuentas mimbres.
Bueno pues si,el resultado de una mala gestión desde años atrás y una esperanza de mejora que queda en el aire porque el equipo que puedan armar no deja de ser una incógnita tanto en nombres como en rendimiento,y la Champion un premio demasiado exigente y competido en cualquier edición,tanto en su disputa en sí como en lograr la clasificación para la siguiente temporada.Y la afición culé no demasiado entusiasmada.
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