Ya va oliendo a final en Catar. Menos de una semana para saber quién será el campeón del Mundo de fútbol durante los próximos cuatro años. De los semifinalistas, dos que ya han sido campeones y dos que no lo han sido nunca. Las dos eliminatorias cruzan a un campeón con uno que no lo ha sido, por lo que todas las combinaciones serían posibles en la final.
Mientras, España se fue a casa, y Luis Enrique más a casa aun. Un partido de octavos decepcionante ante la gran sorpresa Marruecos nos hizo sentir añoranza de cuando siempre caíamos en cuartos. Llega Luis de la Fuente y una nueva esperanza.
La selección cae y decepciona
Desde el cada vez más lejano 2012, en el que nos proclamábamos campeones de Europa y completábamos un mágico triplete, las grandes competiciones de selecciones son una decepción constante. Si exceptuamos la semifinal de la Euro 2020, en los mundiales se están logrando resultados mediocres.
Desde este resumen semanal de lo que va ocurriendo en el Mundial, me estoy permitiendo dejar una visión muy personal del campeonato y lo que le rodea. Por ello, he de confesar que la derrota en octavos me coge con cierto callo. No me ha dolido demasiado. No diré que pensara que nos fuera a eliminar Marruecos (tampoco me parecía descartable), pero tampoco pensaba que tuviéramos recursos para llegar muy lejos. Ya escribí en su día que podíamos ganar a cualquiera y perder con cualquiera.
La derrota en penaltis ante Marruecos presenta reminiscencias de la caída contra Rusia hace cuatro años. Mucho dominio, un equipo enfrente que nos tiene muy estudiados y al que no le importa ordenarse atrás a esperarnos, y cero plan B.
La España del tiki taka que brilló de 2008 a 2012 tenía a Casillas en portería. Defensas como Puyol, Piqué o Ramos. Los maestros de ceremonias de la medular incluían a gente como Xavi Hernández o Xabi Alonso. Por delante, los Silva, Iniesta, Fábregas o Cazorla no solo tocaban el balón, sino que eran capaces de cambiar el ritmo y romper líneas con un toque preciso e imaginativo o con el regate justo. Arriba, gente como Torres o Villa, con precisión ante el gol y desborde. Pero en algún momento también se contaba con delanteros como Fernando Llorente, para buscar otras soluciones. Hasta Guardiola, adalid de este fútbol de posesión, tiene a Ederson para sacar en largo y ser directo, o a Haaland en la punta.
En definitiva, el estilo está bien. Tener una identidad propia del país en lo futbolístico es positivo. Pero si los jugadores no tienen suficiente nivel para ceñirse exclusivamente al estilo, hay que saber cambiar. Luis Enrique no lo hizo. No llevó más opción en punta que Morata, los extremos resultaron cromos muy repetidos, no varió el 4-3-3 en ningún momento, los cambios en ocasiones fueron insustanciales…
Todo ello acabó con una derrota triste, en un partido donde no se encontró manera de generar ocasiones y además se hizo un papelón vergonzante en la tanda de penaltis. Le costó el puesto a Luis Enrique, que será sustituido por Luis de la Fuente, hasta ahora seleccionador sub 21. Esperemos que tome nota de las cabezonerías de insistir en el error, de ser demasiado talibanes del estilo.
Toda la suerte y el acierto del mundo para De la Fuente. Venir de un pasado exitoso en la sub 21 no asegura resultados. Iñaki Sáez lo hizo y su periplo en la absoluta no fue provechoso. Pero, desde luego, merece un voto de confianza.
La competitividad croata manda a casa a Brasil
Llegaba Brasil al Mundial con vitola de favorito. Más allá del hecho de que Brasil siempre deba ser favorita en cualquier Mundial dados sus cinco entorchados, en esta edición se adivinaba un equipo que mezclaba experiencia, mucha calidad y una sobriedad defensiva impropia de su historia futbolística.
Tras liquidar con solvencia a Serbia y Suiza en la fase de grupos, ya en el último partido de la liguilla se encontró con un Camerún que le venció por la mínima. Si bien era un partido que los sudamericanos disputaron con suplentes, ya sonó a aviso. La facilidad con la que goleó a Corea del Sur en octavos de final convertía a los de la canarinha, junto probablemente con Francia, en una de las selecciones que aparentaba mayor solvencia en el torneo.
Enfrente esperaba Croacia, que a pesar de ser finalista en el anterior Mundial y mantener un bloque con nombres brillantes liderado por Luka Modric, llegaba con pocas esperanzas de brillar. Empató a cero con Marruecos en el debut, goleó con oficio a Canadá y se clasificó como segunda de grupo manteniendo de manera milagrosa el empate ante Bélgica. Como ya ocurrió en Rusia 2018, volvió a pasar una ronda, la de octavos, en la tanda de penaltis. La selección japonesa fue víctima, una vez más, de la veteranía y saber hacer de los balcánicos.
El enfrentamiento entre brasileños y croatas fue, en términos generales, uno de los peores partidos del Mundial. Solo Livakovic destacó en la portería de los europeos, con algunas intervenciones de mucho mérito ante las pocas ocasiones de los sudamericanos. Con Neymar recuperándose de problemas físicos, Vinicius y Raphinha fuera de sus mejores momentos y la progresión por los laterales algo capadas por las lesiones, los brasileños dominaban y apuntaban peligro, pero no a un nivel que los croatas no pudieran soportar.
Aguantaron por ese gen competitivo de los de la camiseta ajedrezada hasta llevar el partido hasta la prórroga. Mientras, a Brasil la suficiencia de saberse mejor se le iba desgastando ante la certeza de que no certificaban esa superioridad. Al filo del descanso de la prórroga, Neymar dejaba prácticamente su único destello del Mundial para batir, tras una bella combinación, al aparentemente imbatible Livakovic.
Parecía el momento definitivo. Con 15 minutos por delante y sin que Croacia hubiera inquietado a Alisson en los 105 anteriores. Pero Petkovic, ese atacante algo tronquete del Dinamo Zagreb, decidió que no necesitaban más que un tiro a puerta para llevar a los brasileños a los penaltis. Adonde no esperaban tener que llegar, donde el azar iguala las eliminatorias.
Allí, Livakovic, ya convertido en pesadilla para los brasileños llegados a ese momento, le paró su tiro a Rodrygo. Posteriormente, el veterano Marquinhos se encontraría con el poste para dar paso a la sorpresa. Croacia y su competitividad sin límites, se metían, una vez más, como en el 98 o como en el 18, en unas semifinales del Mundial. Porque a este equipo no basta con tenerlo vencido, hay que rematarlo o será capaz de volver a levantarse.
Países Bajos cae desquiciando a Argentina
Los argentinos serán los rivales de Croacia en la semifinal de mañana, tras derrotar en los penaltis a los Países Bajos, después del empate a dos goles del tiempo reglamentario.
Argentina empezó mucho mejor plantada en el campo, aunque sin terminar de romper a la defensa neerlandesa. Pasada la media hora de juego, Messi encontró con un pase magistral la penetración de Nahuel Molina entre los defensas vestidos de naranja. Se plantó ante Noppert y abrió el marcador.
Países Bajos no terminaba de carburar, ni siquiera con el gol en contra. Pero en el 28 de la segunda parte, cuando Messi anotaba un penalti absurdo cometido sobre Acuña, todo parecía hundirse para el equipo europeo. Van Gaal tiró por la calle de enmedio y decidió introducir en el campo a Weghorst y Luuk de Jong. Dos gigantones para colgar balones al área. Si les acompañas de un Van Dijk que abandonó su posición de central para irse a bajar balones aéreos, el resultado fue que Argentina se puso de los nervios.
En el 83 Weghorst reducía ventaja y en el once de descuento, aprovechando una genial acción de estrategia tras una falta en la frontal, empataba y mandaba a la prórroga un partido que menos de media hora antes no presentaba ninguna esperanza para su selección. Los argentinos se habían desquiciado. No paraban de mirar al árbitro español Mateu Lahoz, cuando la culpa era de ellos. En un Mundial al que han llegado con la presión de sentirse favoritos, con la presión de darle a Messi su penúltimo baile glorioso y con la presión de una afición excesivamente pasional que les ve campeones desde antes de viajar a Catar, cualquier contratiempo les altera de más y les nubla el discernimiento.
Así, cuando Van Gaal puso las torres en el área rival (mira, Luis Enrique, eso es un plan B), la respuesta argentina fue pegar patadas, agarrar y protestar al árbitro. El partido, que ya venía incomprensiblemente caliente, se fue calentando más aún. Se vieron varios enganchones y la tanda de penaltis se llenó de gestos desagradables entre los contendientes. Incluso para la posteridad quedará el «qué mirás, bobo» de Messi mientras le entrevistaban.
Es difícil que un equipo tan alterado como Argentina consiga ganar un Mundial. Esa alteración hace desaparecer el juego y te lleva a cometer errores. No obstante, en la prórroga Argentina pudo haberse llevado el choque, ya que dispuso de varias ocasiones. Pero tuvo que ser en la tanda de penaltis, con Emi Martínez de nuevo como estrella, cuando firmaran el paso a semifinales.
Marruecos celebra mientras Cristiano llora
La noticia, más allá de los resultados, de los octavos de final del Mundial fue ver cómo Fernando Santos mandaba al banquillo a Cristiano Ronaldo para la eliminatoria frente a Suiza. El impresionante 6-1 pareció dar la razón al técnico luso, que repitió estrategia para el partido de cuartos ante Marruecos.
Con un plan menos defensivo que ante España, los marroquíes no sufrieron demasiado en el primer tiempo a pesar del poderío ofensivo de los Bernardo Silva, Bruno Fernandes, Joao Felix o Gonçalo Ramos. Con Bono brillante y sobrio en portería, Saiss imperial en defensa y Amrabat deslumbrando en el mediocentro, Marruecos lograba dar salida a Ziyech y Bouffal.
Así, al filo del descanso, un impresionante salto de En Nesyri, deja con el molde a Diogo Costa y completamente superado a Rúben Dias para anotar el 1-0 definitivo a la postre.
El segundo tiempo fue una oda a la emoción de ver a un humilde venciendo a un poderoso. Los portugueses lo intentaban, dando entrada a los cinco minutos a Cristiano y Cancelo, pero nada parecía suficiente para superar a los africanos, que cada vez con las piernas más doloridas por el impresionante trabajo que vienen haciendo durante todo el torneo, supieron dar hasta el último gramo de fuerzas para sobrevivir. Incluso pegaron algún zarpazo en los últimos minutos que pudo haber resuelto el partido. Pero estas cosas se disfrutan más cuando antes se han sufrido, y ese fue el caso de Marruecos, que con merecimiento y mérito se convierte en el primer africano en semifinales de un Mundial. Si bien no sabemos con qué fuerzas van a llegar a ese penúltimo escalón.
En el lado portugués, los ojos estaban puestos en Cristiano. Discutible su suplencia desde el punto de vista simbólico, pero no analizándola desde el prisma del rendimiento deportivo. Sus mejores años han pasado, ya no tiene esa punta de arrancada que le hacía deshacerse de los rivales, y cada vez le queda menos de su capacidad para anticiparse en zona de remate o para golpear con violencia el balón. Consciente de que era su última oportunidad en un gran escaparate, toda vez que los grandes clubes parecen haberle dado definitivamente la espalda, se fue llorando desconsoladamente al vestuario. Después su troupe de palmeros empezó a cargar contra la decisión del seleccionador de no darle opción como titular. Pero en los 40 minutos que disputó tampoco demostró merecer otro estatus. Flaco favor le hacen a un ser humano que debe empezar a afrontar la realidad, que los focos se le van apagando. Mientras, las luces de Marruecos siguen brillando a tope. Son la gran sorpresa y el gran soplo de aire fresco del campeonato.
El gran partido del Mundial premia la eficacia francesa
El que disputaron Francia e Inglaterra fue, sin duda, el mejor partido del Mundial. Con un gol tempranero de Tchouameni recién pasado el cuarto de hora, el desequilibrio en el marcador invitó a Inglaterra a ser valiente, y los franceses respondieron aguantando las embestidas y tratando de contraatacar con la superioridad de Mbappé, la segunda juventud de Rabiot, la inteligencia de Griezmann y la presencia en el área de Giroud.
El partido tuvo de todo. Alternativas, ocasiones, polémicas arbitrales con una Inglaterra que se sintió perjudicada y grandes jugadores, como Mbappé o Harry Kane, tomando las riendas de sus equipos. Pero no fue hasta el segundo tiempo cuando el capitán inglés logró batir de penalti a su compañero de club Hugo Lloris. Hasta llegar a ese momento, mucho dominio inglés, ante una selección francesa que juega con la autoconfianza que le da saberse actual campeón mundial.
La altísima capacidad física en todas las líneas de los galos les da un plus de peligrosidad al que unen la calidad de muchas de sus estrellas. Es un equipo que tiene de todo (aunque este año tal vez vaya un poco más flojo en los centrales) y que aprovecha sus opciones y sus superioridades.
Como Giroud aprovechó un balón colgado al corazón del área para anotar el 2-1 con un cabezazo que desvió Maguire. Quedaba menos de un cuarto de hora, pero Inglaterra aun tendría la última. Un absurdo empujón de Theo a Mount se convertía en otro penalti que, esta vez, Kane mandaba a las nubes.
En un duelo espectacular, de esos que te dejan cansado solo de verlo por televisión, Francia sigue opositando a revalidar título con sus armas, con la practicidad que le gusta a Deschamps, y con muchas y buenas individualidades. Le espera la sorprendente (y cansada) Marruecos.
Desde luego los partidos que nos esperan son teóricamente hablando muy interesantes y desde luego apasionantes porque las características de los contendientes lo presuponen,después ya veremos.El papel de España casi ridículo y los penaltis vergonzosos,tirados sin convicción,casi con desgana.
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