El fin de semana después de que España se metiera junto a Italia, Países Bajos y Croacia en la próxima final four de la Nations League, retornaba la competición liguera como una agradable rutina. Aunque las certezas de la pasada temporada y el principio de esta se han modificado, al ver como el FC Barcelona terminaba el domingo como líder, con los mismos puntos que un Real Madrid que no pasaba del empate en casa ante Osasuna.
Antes, el sábado, el Atlético dejaba a Lopetegui pendiente de un hilo al vencer en Sevilla, en lo que era el partido más destacado de la jornada. Hubiéramos hablado hoy de entrenadores, echaríamos un vistazo a la figura de Luis Enrique, siempre controvertida. No faltaría el repaso al fútbol internacional, con la mirada puesta en los próximos rivales de los equipos españoles en las diferentes competiciones europeas. También, aprovechando el espectacular derbi de Manchester, hubiéramos comparado los estratosféricos gastos de los dos equipos vecinos, y los habríamos comparado con sus resultados deportivos de los últimos años.
Pero todo esto pierde sentido ante la desgracia ocurrida en Indonesia al finalizar el partido entre los locales del Arema y sus rivales del Persebaya Surabaya.
Aunque las cifras bailan, se habla de al menos 125 fallecidos al desatarse disturbios a la finalización del encuentro con derrota para los locales. Las avalanchas provocadas por la pelea campal entre aficionados y policías acabó con episodios masivos de asfixia y aplastamientos que nos retrotraen a otras situaciones similares acontecidas en campos de fútbol.
No fue una pelea entre aficiones rivales, ya que los visitantes tenían prohibida la entrada al recinto. Precisamente, para evitar los posibles altercados. Fue tan solo el efecto de la ira descontrolada por la derrota de los locales. En un partido que enfrentaba a rivales territoriales, pero en el que no se jugaba gran cosa. Ambos deambulaban tranquilamente por la zona media de la clasificación.
Ahora vienen los lamentos. La búsqueda de responsabilidades. Extremar el cuidado en la organización de los partidos, ya que parece que se habían vendido entradas por encima del aforo del estadio. Mejorar los protocolos de respuesta ante altercados, ya que el desaconsejado uso de gases lacrimógenos por parte de las fuerzas de seguridad parecen estar detrás de las avalanchas. Pero de nada sirven ya a los que se dejaron la vida en un lugar de ocio, como siempre debería ser un estadio de fútbol. Como de nada sirvieron a los que se dejaron la vida en Heysel o en Hillsborough. Una pasión que puede ser maravillosa cuando se expresa correctamente. Pero que siempre deja en quienes la compartimos la triste sensación de que resulta destructiva cuando se descontrola.
El hasta ahora desconocido estadio de Kanjuruhan pasa a tener un rinconcito en nuestra mente. Aunque será como parte de la crónica negra de la historia del fútbol. Una terrible noticia que nos hace replantearnos si todo esto tiene algún sentido. Desde luego, el artículo de claves habitual de todos los lunes, no lo tiene. Quede en su lugar este pequeño homenaje.
Descansen en Paz los fallecidos y depúrense responsabilidades con la mayor transparencia y severidad.
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