El Real Betis Balompié se proclamó en el día de ayer campeón de la Copa del Rey de la temporada 2021/22 tras la gran final disputada en el estadio de la Cartuja. Tercer título copero que el sevillanísimo equipo de las trece barras verdiblancas suma a su palmarés.
Enfrente tuvo a un rival, el Valencia C.F., que lo dio todo y que planteó un duelo que no se salió ni un ápice del guion que todos le presumimos a una escuadra entrenada por Bordalás.
Pero antes, durante las horas previas al partido, se vivió un ambiente especialísimo en todas y cada una de las calles y plazas de Sevilla. Desde tempranas horas la ciudad fue literalmente tomada por las huestes de la fiel infantería verdiblanca. Béticos de Sevilla y de los pueblos de la provincia. Béticos de todos los rincones de Andalucía y del resto de España. Una interminable marea bética inundaba y daba colorido a todos los rincones de la ciudad de San Fernando. Por el centro y por los barrios. Ayer el Betis y los béticos hicieron que Sevilla viviera una de sus jornadas más memorables y que ya forma parte de la Historia de esta ciudad. Y es que no existe nada más sevillano que el Real Betis Balompié.
El reloj marcaba las 22 horas de la noche y daba comienzo el encuentro. Si antes dijimos que el guion que todos esperábamos del Valencia no sorprendió, lo propio podemos decir del elenco comandado por Manuel Pellegrini. Los roles estaban bien predefinidos: el Betis iba a llevar el peso del control del partido, iba a proponer e iba a atacar incesantemente la meta rival. El Valencia iba a esperar su oportunidad atrás y aprovechar cualquier error del conjunto hispalense para lanzar contras y valerse del vértigo y la velocidad de jugadores como Guedes.
El choque fue de poder a poder. Sana guerra de estilos y ambientazo en las gradas, donde no hubo lugar al odio propio de otros años en las finales de Copa protagonizado por determinadas aficiones. Minuto once de partido y Fekir habilita a Bellerín, que desborda por banda derecha y coloca un centro medido al borde del área chica, donde se encuentra Borja Iglesias. El gallego, de inapelable testarazo, hace subir el 1-0 al luminoso. Rugen los aproximadamente treinta mil béticos que ayer hubo en la Isla de la Cartuja.

En los minutos que siguieron al tanto del Panda, el Betis, con gran superioridad y juego vistoso, perdonó a su rival, al que pudo dejar grogui en la lona si hubiera aprovechado alguna de las varias situaciones de gol con que contaron los verdiblancos. Pero en el minuto treinta y aprovechando un grave desajuste en la zaga heliopolitana, Hugo Duro restablece las tablas en el marcador. Explota de júbilo la parte valencianista del estadio.
La segunda parte siguió nuevamente el guion preestablecido. Un Betis que dejó atrás las dudas de los primeros minutos de este segundo período se fue arriba a intentar avasallar a los ché. Perdonaron Juanmi, el Panda y sobre todo Fekir en clamorosa ocasión cuando faltaban apenas cinco minutos para la conclusión de los reglamentarios noventa. Pero, cosas del fútbol, fue Carlos Soler quien tuvo para el Valencia la Copa en sus manos en el añadido, aunque el chileno Claudio Bravo desbarató sus intenciones.
Llega la prórroga. Se masca la tensión, los minutos pasan sin demasiado reseñable durante esta media hora en que los aficionados ya empezaban a rezar lo que sabían. Se avecinaba la tanda de penaltis.
Desde el fatídico punto de penalti, como ya ocurrió en 1977, iba a dirimir el Real Betis Balompié si llevaba al éxtasis o al purgatorio a su afición. Sufridísima pero fidelísima hinchada, que vio cómo uno de los suyos caminaba cincuenta metros hacia el punto de penalti sabiéndose protagonista y responsable de la situación. Iba a tirar el quinto un chaval de Olivares, provincia de Sevilla. Juan Miranda, más bético que el escudo. De familia betiquísima. Bético de cuna y de carnet. Uno de los nuestros.
Miranda toma carrerilla y con su exquisita zurda manda el lanzamiento al fondo de las mallas. En ese zurdazo iba la ilusión de cientos de miles de béticos. Estalla, explota de júbilo la afición verdiblanca congregada en la Cartuja y en el Villamarín, en las casas y en los bares. Miranda se arrodilla y llora de emoción. Había pasado a formar parte de la más brillante historia verdiblanca. Momentos emblemáticos que todos los béticos tienen grabados a fuego en sus corazones: la parada de Esnaola a Iríbar en aquella mítica tanda de penaltis en el 77, el gol de Dani en el Calderón en la prórroga de 2005… Y ahora el penalti de Miranda, ese niño bético que ha tenido el inmenso privilegio de darle un título al equipo de sus amores.

Se abrazan, gritan, lloran, saltan cientos de miles de béticos. Diecisiete años después de nuevo campeones. El elenco verde, blanco y verde se trae la Tercera a sus vitrinas. El Ingeniero tenía – tiene – un plan y lo ha llevado a efecto. Entra por méritos propios en el Olimpo de los grandes entrenadores verdiblancos. En esa terna conformada por los O´Donnell, Iriondo y Serra Ferrer. Casi nada.
La madrugada sevillana raya la una de la noche. Joaquín estrecha la mano de Su Majestad Felipe VI, que le entrega la Copa, nuestra Copa. Y el capitán verdiblanco, poniendo un broche de oro inigualable a su exitosa carrera, la alza al cielo de Sevilla, la Ciudad del Betis.
Enhorabuena al Betis y a sus seguidores, no hay nada que objetar a su triunfo,que por disputado y vistoso nos agradó como espectador y aficionado.Y afirmar que si existe otra cosa tan sevillana como el Betis,el Sevilla,que además luce el nombre de la Ciudad y que disfruta de las filias que ella despierta y soporta las fobias que también genera.
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