Eran otros tiempos. Tiempos donde jugar un partido significaba volver a casa con marcas por doquier, reflejo de que aquello era más que un encuentro y de que aquel balón, hecho de cuero recio, apenas se diferenciaba de una piedra. Tiempos en los que marcar gol era la premisa, reduciendo la palabra «defensa» a la mínima expresión de su propio significado. ¿Defender? ¿Para qué si puedo atacar?
El honor está en el gol, la gloria en la victoria. Antes de 1950 las defensas de cuatro simplemente no existían. La táctica que triunfaba era la denominada como Pirámide Invertida, en base a la disposición de los jugadores sobre el terreno de juego siendo los delanteros la base de la misma y terminando por el vértice, es decir, el portero. Así lo pusieron en práctica equipos como el Athletic de Frederick Pentland.

La posibilidad de disponer al equipo de esta manera era en aquella época lo habitual, ya que la regla del fuera de juego no tenía nada que ver con la que hoy conocemos.
Dicha regla establecía que el jugador contrario estaba habilitado para recibir el balón si se encontraba situado detrás de 3 jugadores rivales. Por este motivo, los equipos dejaban a uno de sus defensas cerca del portero y al segundo en el centro del campo en la llamada «defensa diagonal», provocando un fuera de juego rival prácticamente perpetuo.
En el medio, el centrocampista del centro tenía más libertad que los situados a sus lados siendo no sólo el organizador del equipo sino un habitual rematador, sumándose al ataque con asiduidad.
Arriba, dos extremos se encargaban de ensanchar el campo y centrar dejando la labor del desequilibrio a los interiores.
Por lo que respecta al delantero centro, su función variaba según los deseos del entrenador de turno. Los había que se dedicaban sólo a rematar esperando el balón (el Julio Salinas de la época) y los que retrasaban su posición arrastrando al defensa y dejando el protagonismo a extremos e interiores.
Los partidos de aquellos tiempos reflejan unos resultados abultados demostrando lo descompensado de la Pirámide Invertida, pero, qué importaba si el protagonista era el gol.
Estableciendo un símil esta formación es comparable a cuando Adán y Eva no eran conscientes de su desnudez. En el origen de todo, cuando el fútbol era espectáculo puro lo importante era atacar y marcar goles, luego vinieron los italianos y metieron 4 defensas al más puro etilo hoja de parra.
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