Tras la debacle de Roma acudían los culés a la Final de Copa del Rey «divididos» en dos bandos. Por un lado estaban aquellos que temían una hecatombe al más puro estilo Queiroz viendo desaparecer en apenas 15 días el triplete para quedarse en una Liga. Para reafirmar su idea, contaban incluso con la inestimable colaboración de la prensa (oportunista como siempre) la cual salía ayer con la posible destitución de Ernesto Valverde. Por otro lado, se encontraban los que decían que el conjunto culé saldría a comerse el mundo dispuesto a hacer ver que lo de la aciaga noche de Champions fue una mera mácula en un expediente perfecto. Afortunadamente para los seguidores blaugrana, los segundos tuvieron razón.
El FC Barcelona no dio opción alguna al Sevilla, quien solo alcanzó a pisar tímidamente campo rival cuando el reloj ya marcaba el minuto 12. Presión altísima por parte de unos jugadores que anoche volaban, demostrando que incluso por encima del físico en el fútbol lo que manda es la actitud. Ayer jugaron buscando la victoria y cuando el Barsa se mentaliza, no hay equipo que le pueda hacer frente. Así que fueron cayendo los goles como si de manzanas maduras se trataran. Cero a tres en el descanso, final solventada y el culé frente al televisor preguntándose qué puñetas sucedió en Roma.

Mención aparte merece el otrora acompañante de Xavi Hernández y faro blaugrana desde su ausencia, Don Andrés Iniesta. Cual perfume al que le quedan apenas unas gotas, el manchego decidió abandonar el club de su vida de la manera en que un genio merece, sobre el campo y levantando sin distinción de colores a 67.000 espectadores de su butaca. Y es que es eso lo que diferencia a un buen jugador de un mito, el reconocimiento de todo el mundo, incluido el rival.
Anoche fue la penúltima sinfonía de Andrés Iniesta. Esperemos que en el Mundial veamos la última.