La globalización es un hecho. Cada vez somos más los que vivimos en un país diferente al que nos vio crecer, a diario nos montamos en aviones cuyas partes fueron construidas en diferentes husos horarios para luego ser ensambladas en un mismo lugar y así un largo etcétera. Era cuestión de tiempo que ésta llegara al deporte rey. La globalización en sí misma es algo maravilloso, sin embargo en el mundo del fútbol hay que acogerla con cierta mesura.
El fútbol es un deporte democrático, eso se afanan en reiterar numerosos presidentes para justificar las giras al otro lado del charco o las camisetas con mensajes en idiomas desconocidos el día de un partido clave. Es totalmente lícito que los clubes busquen la mayor rentabilidad posible y si ésta se consigue a través de felicitar el año chino en Youtube pues sea, es el precio que hay que pagar. No obstante, el anhelo del dinero, venga éste en rublo o dólar se está cobrando una víctima, la conexión con la realidad.
Tras la debacle del FC Barcelona en Liverpool, muchos esperaban una gran pitada por parte de la afición en su siguiente partido en casa contra el Getafe. La tormenta perfecta parecía clara. Probablemente el mayor ridículo de la historia del club había sucedido apenas tres días antes, el equipo lleva sin jugar a nada desde hace años y digamos que esta junta directiva no es que goce de unos niveles de popularidad altos. Insisto, todo hacía presagiar una concatenación de pañuelos blancos y pulmones trabajando a pleno rendimiento por parte de los socios culés. No sucedió nada de eso, los socios simplemente no fueron al campo.

Hace un mes (con la Liga aún en juego) fui al Camp Nou. Al lado mío suizos, delante chinos, detrás vacío. Esta no es una situación extraña sino que me atrevería a decir que se repite en el 80% de los partidos del año. No me malinterprete, no tengo ningún problema en que la gente de cualquier parte del mundo pueda disfrutar del fútbol en el templo blaugrana. Por el contrario, lo que sí me molesta es que mientras el club culé pone como condición para ser socio del Barça el tener familiares socios de hasta segundo grado o pasar hasta tres años con el llamado carnet de compromiso, muchos aficionados de los de abono venden (o liberan) sus asientos al mejor postor un día sí y otro también.
La principal consecuencia que tiene esta práctica es que el jugador vive con mucha más tranquilidad. Y es que deja de tener como juez a quien siente el club como una parte de su vida cotidiana, a quien debería preocuparse por la marcha deportiva e institucional de una entidad con más de un siglo de existencia y pasa a jugar delante de seguidores esporádicos ajenos a la realidad diaria del equipo, que ven el fútbol como una parada turística más y cuya única ilusión es ver un gol de Messi.
Algo en principio beneficioso puede convertirse en peligroso. Es la paradoja de la globalización.