Hace algunos días, a raíz del fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba, un amigo me decía que en España enterramos muy bien. Y pensé para mis adentros: «quizá enterremos muy bien, pero despedir jugadores míticos no se nos da tan bien…» Al poco, el Athletic de Bilbao, ese club purista donde los haya, donde se puede fichar a un lateral internacional rumano, pero no a un tipo de Vallecas, anunciaba la no renovación de Markel Susaeta, uno de los mejores jugadores que han pasado por San Mamés en los últimos 15 años.
Esta «no renovación» se confirmaba -aunque se venía sospechando varios meses atrás- justo en la misma semana que se conocía el nombre del premiado con el One Club Man, galardón que otorga el club rojiblanco desde 2015 a jugadores que han realizado toda su carrera deportiva en un club. El ganador de 2019 era el escocés Billy McNeill. Si McNeill era merecedor del premio o no es una discusión que, francamente, no me interesa nada, dentro del espectáculo de un premio más falso que una moneda de tres euros.

Me llama más la atención que el club mantenga la farsa del sentimiento, del amor a la camiseta, la fidelidad a unos colores y el corazón, pero no sea capaz de renovar a Markel Susaeta, jugador que acumula más de 500 partidos oficiales con el Athletic desde que debutara en 2007 y ha marcado 56 goles. Sus estadísticas este año son modestas para sus usos habituales (25 partidos, 1 gol y 4 asistencias), pero a su edad, 31 años, todavía podía aportar dos o tres años buenos, como poco.
Está claro que en la salida de Susaeta del Athletic hay más asuntos, asuntos que seguramente en el Botxo tengan claros, pero que aquí, hasta la Meseta central, apenas llegan. Por alguna razón, personal, estoy seguro, el nuevo presidente no quiso renovarle, y desde la llegada de Elizegui, en el mes de diciembre a la presidencia del club, las presencias de Markel en el once inicial han ido menguando.
No merece el jugador esa salida, esa triste rueda de prensa, un jugador que podía haber sido un «One Club Man». Pero desde luego, en el Athletic hacen las cosas de una forma discutible. La mayor parte de las salidas de jugadores de los últimos años no han estado a la altura de las circunstancias que la entidad deportiva debería acreditar por el currículo del que presume. Poco importa que el jugador se retire, que deje el club después de unos años (como el gran Iturraspe o ese obrero siderometalúrgico llamado Mikel Rico) o que le fiche un grande: estoy acordándome de Javi Martínez, saltando vallas con nocturnidad y alevosía ante las facilidades dadas por el club para recoger sus pertrechos, o la triste salida de Llorente, a quien se supo echar a la parroquia encima para que no le quedaran dudas de que no era querido (ya) en Bilbao.

Pero si la decisión de no renovar a Susaeta es discutible, emocionalmente hablando, por ser el jugador que es, la decisión deportiva es de todo punto incomprensible. Un club que tiene limitados los fichajes como el Athletic, un club al que, además, han rechazado jugadores de la calidad de Oyarzábal o Mikel Merino en los últimos meses, debería asumir que Markel es todavía un jugador útil, un jugador que puede dar 25-30 partidos de calidad. Jugadores en su puesto no abundan, y menos en la latitud lezamesca. Busquen un jugador de sus características en el radar de fichajes. A ver qué encuentran. Y por cuánto…
En fin, la realidad es que el Athletic deja ir a un jugador bandera con apenas 31 años, que ha firmado un sprint final de Liga penoso (el equipo, no el jugador, prácticamente desaparecido en combate gracias a la personalidad del técnico, que ha sabido agachar las orejas ante la sugerencia llegada desde los despachos de no alinear a Markel más de lo estrictamente necesario), y a pesar de la brillante remontada en la clasificación desde la llegada de Garitano. Aún queda por solventarse la renovación de Aduriz, y luego llegarán los fichajes mediocres del verano, jugadores de medio pelo, como el citado Ganea o Kenan Kodro, jugadores que poco pueden aportar a un club que aspira a ser diferente al resto. O jugadores que ya han estado en la casa y han sido tratados convenientemente como si papel higiénico se tratara: estoy pensando en Ibai Gómez, que regresó al equipo tras una salida «al estilo rojiblanco» o la previsible llegada este verano de Iñigo Ruiz de Galarreta, una de las últimas perlas de Lezama, despedido de muy malas maneras hace unos años tras sufrir sendas triadas en cada una de sus rodillas, y al que ahora «repescarán» como si fuera el Hazard vasco.
Pero la diferencia, querido Elizegui, querido Urrutia, queridos amigos, no se consigue tratando a los buques insignia como si fueran chalupas repletas de agujeros, no se consigue tratando a los canteranos como si fueran mojones de mierda. Se consigue siendo el club que era. No el que es.