Hoy es 17 de marzo, Día de San Patricio, patrón de Irlanda (y si no me equivoco, también de Murcia). Medio planeta se vestirá de verde, con una pinta de Guinness en la mano, un plato de tocino con repollo en la mesa y un café irlandés de postre, como no. Alguna copa de whisky, un Baileys, alguna sidra y ya tendríamos el cliché de la tan tradicional e inevitable borrachera irlandesa. Así que es un día ideal para recordar a uno de los jugadores más laureados de la Isla Esmeralda, el simpático y cariñoso Roy Keane.

Nacido en 1971 en el seno de una familia trabajadora de los suburbios de Cork, el pequeño Roy Keane se inicio en el mundo del deporte a los 9 años alternando el fútbol y el boxeo. Estoy convencido que si se hubiera decantado por los guantes también habría triunfado. Pero tras ser designado como mejor jugador de la temporada en su primer año en el Rockmount, su elección fue clara, aunque no sería fácil.
Fue rechazado tanto de la Selección Irlandesa de escolares como en cada prueba que se presentaba para jugar en algún club inglés. Incluso le dijeron que era demasiado pequeño para el fútbol. Así que combinó el fútbol con diferentes trabajos para ganarse la vida. Hasta que en 1989 encontró su oportunidad en el Cobh Ramblers. Y no la dejaría escapar. Su progresión fue tan espectacular que en un año acabó en el mítico Nottingham Forest del gran Brian Clough.
Tras un año en el equipo reserva, debutó en la temporada 1990-91 en la Football League First Division frente al Liverpool. A partir de entonces se hizo un habitual en el equipo titular. Llegó a las finales de la FA Cup del 91 y de la Football League Cup del 92, perdiendo ambas por la mínima ante el Tottenham (2-1) y el Manchester United (1-0), sus dos equipos admirados en la infancia.
Estaba claro que el Forest se le quedaba pequeño y los grandes de la recién estrenada Premier comenzaron a llamar a su puerta. Tras el descenso del Nottingham en el 93, Roy lo tenía hecho para ir al Blackburn Rovers, que por aquel entonces lo entrenaba el mítico Kenny Dalglish. Pero un error burocrático de última hora y 8 millones y medio de euros dieron la oportunidad a Sir Alex Fergurson para llevarse al irlandés a Manchester.

Bryan Robson, mermado por la edad (36) y las lesiones, poco pudo hacer para evitar que un Roy Keane de 22 años, y con ganas de comerse el mundo, se hiciera con la titularidad en el centro del campo de los Red Devils, y tuvo que cederle su lugar junto a Paul Ince. Con Schmeichel en la portería; Parker, Bruce, Pallister e Irwin en defensa; flanqueado en las bandas por el eterno Ryan Giggs y Kanchelskis; Hughes y Cantona en ataque; Roy Keane había llegado a lo más alto, codeándose con las estrellas y ganando títulos. Así aquel mismo año se hizo con la Premier y la FA Cup, el primer doblete de la historia del Manchester. En los 13 años que jugó en Old Trafford logró 4 Community Shield, 7 Premier League, 4 FA Cup, 1 Champions League y 1 Intercontinental, compartiendo vestuario con gente como David Beckham, Ruud van Nistelrooy, Wayne Rooney, Cristiano Ronaldo, Paul Scholes, Laurent Blanc, Dwight Yorke, Andy Cole o Teddy Sheringham.

Pero si por algo será recordado es por su dureza extrema. Desde su primera expulsión en 1995 por pisar por dos veces a Gareth Southgate cuando el inglés estaba en suelo, Roy fue acumulando sanciones y multas año tras años hasta superar a otro psicópata carnicero tipo duro mítico del fútbol inglés, Vinnie Jones, con 13 expulsiones. Legendaria y mediática era su rivalidad con Patrick Vieira, con quien casi llega a las manos en 2005 antes del inicio de un encuentro en el antiguo Highbury, incidente que propició el año pasado el documental Best of Enemies. Está claro que aquello de que «lo que pasa en el campo se queda en el campo» nunca fue con Roy. Que se lo digan sino a Alf-Inge Håland, víctima de la furia de Roy Keane en el incidente más recordado de la carrera del irlandés.
En septiembre de 1997, Håland, jugador entonces del Leeds, se vio envuelto en una disputa por un balón que acabó con Roy por el suelo con los ligamentos cruzados rotos. Pero creyéndose a salvo de los tacos de Roy, el noruego cometería uno de los mayores errores de su vida. Estando Roy Keane en el suelo, Håland le acusó de fingir la lesión para evitar que el árbitro le sancionara, algo que sentó muy mal al irlandés y que debió recordar cada día del año que estuvo apartado de los terrenos de juego. Es bien sabido que la venganza es un plato que se sirve frío. Cuatro años tardó en llegar.
En 2001, en un derbi contra el Manchester City, y a 5 minutos del final, Håland volaba con la rodilla destrozada tras una terrible entrada de Roy Keane. Años más tarde el propio Roy Keane confesaría que fue un acto premeditado de venganza. El noruego, tras cuatro operaciones, no pudo volver a jugar un partido entero, retirándose del fútbol de élite con 29 años.
Roy Keane fue uno de esos jugadores que no querrías tenerlo como rival. Tampoco creo que sea muy aconsejable tenerlo en tu mismo equipo. Y donde mejor estaba quizás era lejos de los terrenos de juego. Cierto es que era todo entrega y sacrificio, pero en vez de sanciones hubiera sido mejor acumular grandes actuaciones. Como la que protagonizó en la vuelta de la semifinal de Champions de 1999 frente a la gran Juventus de Zidane, iniciando la remontada tras un 2-0 con un gran gol de cabeza (2-3 al final) y tomando el mando del partido para llevar al Manchester a la mítica final del Camp Nou. Final que no jugó por acumulación de tarjetas.
Tras retirarse en 2006 en el Celtic de Glasgow, pasó a entrenar al Sunderland, equipo al que ascendió a la Premier en un año para ser despedido al siguiente, y durante un par de años más estuvo en el banquillo del Ipswich Town, con el que no consiguió nada. Desde noviembre del pasado año ha vuelto a la Selección, a la que abandonó en el Mundial de 2002 por disputas con el seleccionador de entonces. Ahora es segundo de Martin O’Neill. De momento parece más tranquilo y centrado, pero no hay que fiarse, en cualquier momento puede volver a despertar la bestia Roy Keane.