Corría el año 1998, mi segundo Mundial con uso de razón. El torneo volvía a Europa plagado de exóticas selecciones con las que ocupar mi pasión por el fútbol menos conocido. Jamaica o Sudáfrica parecían combinados lo suficientemente raros como para calmar mis ansias de conocer nuevos balompiés. Pero todo aquel que ha sido niño en los 90, siempre tendrá un cariño especial por la selección de Japón. No en vano, Capitán Tsubasa, que es como se tituló originalmente a la celebérrima serie Campeones: Óliver y Benji, situó al país nipón en el mapa.
Por ello, la clasificación de Japón para su primera cita mundialista, todo un hito para un país sin tradición futbolística, fue seguida por muchos de los que crecimos con Óliver Atom y sus peripecias. Los que íbamos más allá sólo conocíamos un nombre, Kazu Miura, quizás porque el mítico 10 animado estaba basado en su historia o por lo cañí del apellido. Pero entonces, meses antes del torneo y con alevosía, el seleccionador Okada decidió parar Japón y no incluir al ya treintañero atacante en la lista para Francia 98.
Ese fue el comienzo del declive de Kazu Miura un jugador que, al igual que Óliver, decidió hacer las maletas muy joven para formarse en Brasil. Japón, un país sin tan siquiera Liga profesional en aquellos momentos, se le quedaba pequeño a este animal de área. Su técnica, muy por encima de la de medio continente, y su exotismo en los inicios del marketing balompédico le hicieron deambular por hasta seis equipos brasileños, destacando su doble paso por el Santos, en el que se hizo futbolista. Ya en los 90, sabedor de su responsabilidad como faro del fútbol en un país en el que sólo el béisbol compite con las artes marciales, decidió volver a casa. Su ilusión se cumplió y tras cinco años de esfuerzos, consiguió que la recién creada Liga profesional de Japón se consolidara en torno a su figura como goleador del Yomiuri (ahora Tokyo Verdy).

Con los deberes hechos, decidió probar suerte en Europa, concretamente en el Genoa italiano. Pero una lesión en sus primeros momentos de rossoblu lo lastró y sólo pudo ver puerta en una ocasión, por lo que volvía al año siguiente a casa. Más tarde llegaría la decepción del 98 y ni su aventura en el Dinamo de Zagreb pudo reconducir la proyección de un jugador ya en declive. Incluso se atrevió con el fútbol oceánico, sólo le faltó jugar en África, durante una cesión al Sidney FC en la 2005-2006. No llego a ir convocado a ningún partido de la A-League, pero para los anales quedará su participación con los australianos en el Mundial de Clubes de 2005, con los que disputó dos partidos completos. Fiel al Yokohama FC, ha vivido las últimas temporadas con el club que ahora habita en la 2ª nipona. Ya no está para tantos trotes, pero Miura aporta números y experiencia, no obstante, el último curso firmó un gol en 12 partidos.
Pero la noticia es que el mítico King Kazu aún sigue dando guerra… ¡a los 50 años! Y no sólo eso, ha renovado por una temporada más con el Yokohama FC de la Segunda División nipona. Lógicamente, su juego ha bajado enteros claramente, pero conserva el gol entre ceja y ceja sin abandonar el pundonor de quien ama el deporte rey. Hasta los 51 años se podrá ver jugar a esta leyenda del fútbol no sólo asiático, sino mundial. Eso sí, todavía le quedan cuatro más para alcanzar el récord del uruguayo Robert Carmona, enrolado en el Audax Oriente italiano a los 55. Para los que no le conocieron en plenitud, Miura era un delantero astuto, artesano y con buena técnica. Las comparaciones son odiosas, pero si hubiese que decantarse por una, su olfato goleador me recordaba al del gran Raúl González Blanco, el más listo de la clase. Y el gol, además, nunca se pierde.
Por ello, los amantes del fútbol tenemos que estar de enhorabuena ante la continuación de una leyenda. Porque el verdadero Óliver Atom, Kazu Miura es eterno.