Cuenta una leyenda que Rodrigo Díaz de Vivar, también conocido como el Cid Campeador, infundía tal respeto y temor a sus enemigos, que venció una batalla después de muerto. Ese hecho estuvo a punto de producirse en uno de los partidos más sorprendentes de la historia del fútbol.
Aquella semifinal del Mundial de 1954 tenía todos los condicionantes para que se le pudiera denominar como el partido del siglo. Por un lado, el actual campeón del mundo, Uruguay, que, por si fuera poco, jamás había perdido un partido en un mundial. Enfrente, el vigente campeón olímpico, Hungría, la sensación del momento en el planeta futbolístico, hasta el punto de venir avalada por una victoria de relumbrón, ya que había sido, un año antes, el primer equipo no británico en vencer a Inglaterra en su propio feudo. Conquistaron Wembley los húngaros tras una verdadera exhibición, 3-6.
Ambos equipos disputaron ese choque sin sus grandes estrellas; Obdulio Varela, por parte uruguaya y Ferenc Puskas, de la selección de Hungría.
En Uruguay se alineaba el auténtico protagonista de esta historia. Se trata de Juan Eduardo Hohberg, un delantero argentino que se nacionalizó uruguayo y jugaba aquel día como titular, aunque no lo era habitualmente.
Con un campo totalmente embarrado a causa de la insistente lluvia, Hungría se adelantó pronto en el marcador con un gol de Czibor. Se complicaban, por tanto, las opciones de Uruguay. Aún más cuesta arriba se le puso el encuentro a los uruguayos cuando, al principio de la segunda parte, encajaron el segundo gol. Y así transcurría el partido hasta llegar al último cuarto de hora.
Schiaffino asistió a Hohberg para que los uruguayos acortaran distancia y se metiesen de nuevo en el partido. A falta de cuatro minutos, ambos jugadores se volvieron a asociar y Hohberg marcaba el empate a dos. El delantero, como es lógico, corrió a celebrar su gol mientras que sus compañeros se le echaban encima. Debía, por tanto, reanudarse el partido, pero no sucedió así porque el delantero uruguayo continuaba tendido en el suelo, completamente inmóvil.

Tras unos instantes de tensión, los médicos confirmaron la peor de las noticias: Hohberg había sufrido un paro cardíaco y, durante quince largos segundos, estuvo clínicamente muerto. Pero no acabó ahí la historia, ni mucho menos.
Juan Eduardo Hohberg, sorprendentemente, volvió a respirar ante el alivio de todos. De esa forma, el partido se reanudó y Hohberg quiso volver a encabezar el ataque uruguayo.
Se jugaron, por tanto, los treinta minutos suplementarios con el equipo celeste muy cansado y lógicamente afectado por los increíbles acontecimientos ocurridos. Hungría marcó dos tantos más para vencer por 4-2 y llegar a la final del Campeonato del Mundo.
No pudo de esta forma emular Hohberg al legendario Rodrigo Díaz de Vivar, ya que, a pesar de su loable empeño, su equipo cayó derrotado.
A día de hoy, la leyenda del Cid Campeador se queda precisamente en eso, una leyenda. Sin embargo, la historia, real como la vida misma, de la muerte y resurrección de Juan Eduardo Hohberg, constituye uno de los hechos más insólitos que se han vivido en un terreno de juego.
Curiosa efeméride la de esa semifinal.
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