Hubo una vez un goleador voraz e implacable en España dos décadas antes de que el gran público europeo se admirara ante cómo el húngaro Ferenc Puskas pulverizaba registros goleadores. Que ya destrozaba porterías treinta años antes del advenimiento de “o Rei” Pelé y sus – controvertidos – mil goles. Que noventa años antes de Cristiano Ronaldo ya era conocido en todo el planeta fútbol por haber hecho del gol su forma de vida.
Isidro Lángara, números de un auténtico fenómeno
Un delantero centro de los de antes, nunca mejor dicho. Sin florituras y sin rodeos hacia aquello que tenía entre ceja y ceja: la meta rival, la cual ultrajó nada más y nada menos que en 525 ocasiones en partido oficial, en una época en que no se disputaban tantos encuentros como ahora. Diecisiete goles en doce envites con la Selección española, con un promedio de 1´42 tantos por encuentro que nadie hasta la fecha ha superado con el combinado nacional.
Tres veces consecutivas Pichichi en España, marca sólo al alcance de un reducido y selecto grupo de escogidos. Máximo artillero en tres ligas de dos continentes. Ídolo y leyenda de San Lorenzo de Almagro. Nombrado en el once ideal y mejor delantero centro del Mundial de Italia ´34, aquel torneo en que Mussolini nos robó la posibilidad de soñar. Máximo goleador histórico del Real Oviedo y buque insignia del club carbayón durante su época dorada, a la que ayudó a dar lustre con la apabullante cifra de 165 goles en solamente 142 partidos con la elástica oviedista. Con un promedio de 1´28 por encuentro nadie aún hoy ha sido capaz de superarlo.
Estamos hablando de registros propios de un coloso del balompié, de un titán del área. Isidro Lángara, el cañonero de Pasajes, el mejor goleador español de todos los tiempos. Tristemente olvidado por el gran público. Su vida consistió en meter goles y entretanto le dio para verse envuelto en episodios propios del mundo agitado, convulso y efervescente que le tocó vivir. Todo ello hace de su vida una formidable epopeya.
Ésta es su historia.
Los inicios
Isidro Lángara vino al mundo el 25 de mayo de 1912 en Pasajes, Guipúzcoa. Desde bien joven se siente atraído por ese incipiente deporte que los ingleses habían traído a España sólo unas décadas antes. Lo llamaban foot-ball y al joven Isidro se le empezó a dar muy bien desde sus inicios. Eso hace que del equipo de su pueblo pase al de otra localidad guipuzcoana de mayor entidad, el Tolosa.
Era un joven como muchos otros de su tiempo, que compatibilizaba meter goles con su trabajo fuera de los terrenos de juego y que tenía como ídolos a los héroes de Amberes, cuya gesta en forma de plata olímpica buscaban emular los muchachos de la época. Eran los tiempos del “A mí, Sabino, que los arrollo”, cita fundacional de la Furia española.
Corría el año 1930 y un jovencísimo Isidro Lángara se hinchaba a meter goles en su tierra. Empezaba a sonar en los corrillos futboleros de la época el nombre de un imberbe guipuzcoano que tiene un cañón por pierna y que pega cabezazos como patadas.
La clave intervención de Carlos Tartiere
Los ecos de las gestas del prometedor delantero llegan hasta Oviedo. Allí se estaba empezando a gestar un proyecto que traería los años futbolísticos más opulentos que en la capital del Principado hayan visto jamás. Se da una conjunción de varias figuras preeminentes que resultan determinantes para que Isidro Lángara se convierta a la postre en jugador oviedista.

En el banquillo del club carbayón, míster Patrick O´Connell, aquel trotamundos irlandés que había jugado en el Manchester United, que había sido combatiente en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y que como entrenador iba a marcar una época en España. Fue uno de los artífices de la venida de Isidro Lángara, gran penúltimo servicio que le brindó al club azulón antes de tomar rumbo al sur de España para entrenar al Real Betis Balompié, equipo con el que alcanzó la gloria en 1935 conquistando el título de liga.
Por otra parte, preside el club el más insigne prohombre de la historia carbayona: el industrial, filántropo y potentado asturiano Carlos Tartiere, quien había sido promotor en 1926 de la fusión de los equipos que había hasta entonces en la ciudad para alumbrar al Real Oviedo moderno.
Miembros de la directiva liderada por Carlos Tartiere le confirman lo que se venía escuchando:
– Don Carlos, en Tolosa hay un guaje al que se le caen los goles. Se dice que revienta postes y destroza las costuras de los balones de lo fuerte que chuta.
– Me lo traéis y le hacemos una prueba. Que lo veamos míster Patrick y yo.
Dicho y hecho, lo que don Carlos ordenaba en Oviedo se cumplía. El 1 de diciembre de 1930 estampaba Isidro Lángara su firma con el club ovetense.
La Edad de Oro del Oviedo
Tan sólo seis días después, el 7 de diciembre, sin apenas entrenar con sus nuevos compañeros, debutaba en partido correspondiente al campeonato de liga de segunda división frente al Atlético de Madrid en el desaparecido estadio de Teatinos de la capital de Asturias.

Aquel día el elenco carbayón no dio opción a los colchoneros, a quienes arrollaron por un claro 4-1 con dos goles de Isidro Lángara, que consiguió poner en pie a la afición desde el primer momento. Se empezaba a forjar la leyenda, había nacido el gran ídolo del oviedismo.
Consiguió en 1933 el ansiado ascenso con el club ovetense. Llegaba a la élite del fútbol español para dejar su nombre marcado a fuego en la historia del balompié patrio: en los tres años que precedieron a la Guerra Civil anotó la increíble cifra de 81 goles en 61 partidos, encabezando cada una de esas temporadas la tabla de máximos artilleros de la liga.

Y protagonizó en el Oviedo la primera época dorada del club carbayón, conformando una delantera de ensueño junto a Casuco, Gallart, Herrerita y Emilín, que fue bautizada para la posteridad como la Delantera Eléctrica. De la mano de la Eléctrica alcanzó el Oviedo las mejores clasificaciones ligueras de su casi centenaria historia: dos terceros puestos en los años 35 y 36; especialmente en esta segunda llegando a las últimas jornadas con opciones de hacerse con el título.
Breve pero intenso idilio con la Selección
Año 1932. El Oviedo, al que el advenimiento de la República había privado de su condición de “Real”, está a punto de subir por primera vez en su por entonces corta historia a Primera División. Son días de ebullición futbolística y de crecimiento en la entidad azulona, que se miraba en el espejo de los pujantes clubes de su entorno. Y es que la cornisa cantábrica era la zona con mayor acumulación de grandes equipos de la época desde inicios de siglo: Athletic, Arenas de Guecho, Real Unión de Irún y Racing de Santander son los grandes de la zona en aquel tiempo.

Isidro Lángara no para de meter goles en la categoría de plata y recibe la primera llamada de la Selección española con motivo de un encuentro amistoso que iba a tener lugar en Oviedo contra Yugoslavia, con ocasión de la inauguración del nuevo y flamante Stadium de Buenavista. Ese mismo que con el tiempo sería rebautizado como Estadio Carlos Tartiere, en honor al histórico presidente. A ningún buen aficionado español al fútbol le resulta extraño ese nombre.
El duelo tuvo lugar el 25 de abril de 1932 e Isidro Lángara hizo el 1-0. Con una afluencia mayor al aforo con el que contaba el nuevo estadio, 22.000 almas presenciaron el primer tanto del guipuzcoano con la zamarra española. Corría el minuto 20 de partido y el meta Spasic despejó un chut español que quedó corto en el área, lo cual aprovechó Lángara para, según crónicas de la época, llegar arrollando y meter el balón en la portería. España ganó 2-1 y Lángara se convertiría ya en un fijo de las convocatorias con el elenco nacional.
Italia ´34, el Mundial de Mussolini
Se acercaba la cita mundialista de Italia 1934. No existían las largas y tediosas fases previas clasificatorias a que asistimos hoy. La plaza ibérica para el envite transalpino se la iban a jugar a una carta España y Portugal. En la ida, 9-0 para España con cinco goles de Isidro Lángara, dejando el cañonero vasco para la historia este registro que tampoco nadie a día de hoy ha podido igualar, el de pentagoleador en un mismo choque oficial. Todo el mundo recuerda los cuatro de Butragueño en Querétaro frente a Dinamarca medio siglo más tarde, pero son pocos los que hacen lo propio con estos cinco goles que abatieron al combinado luso aquella ya lejana tarde del 11 de marzo de 1934 en Chamartín.

En la vuelta, una semana después en Lisboa, 1-2 para los nuestros. ¿Autor de los tantos españoles? Naturalmente, los dos de Lángara, un verdadero e implacable martillo para las puertas rivales. Toda la crítica convenía en apuntar que estábamos ya ante un ariete de leyenda, lo cual se confirmaría, más si cabe, meses después en aquel Mundial celebrado en la Italia fascista.
El debut deparó un durísimo cruce en octavos de final contra una de las principales favoritas al título: la potente selección de Brasil. Con Isidro Lángara como punta de lanza, España infligió a los cariocas una clara derrota: 3-1, con una intervención memorable del delantero de Pasajes, autor de dos goles, que pudieron ser cuatro si dos trallazos suyos desde la frontal del área no hubieran ido a morir al poste de la meta verdeamarelha.
Turno para Italia
El 31 de mayo de 1934 esperaba la selección anfitriona, Italia, en el Giovanni Berta de la hermosa ciudad de Florencia. Il Duce preside el palco del coliseo fiorentino. Allí, en la capital toscana, se perpetraron dos de los mayores atracos de la historia del balompié. Contaban las malas lenguas que Mussolini había dado órdenes de que Italia debía ganar como fuera aquel Mundial y así sacar rédito propagandístico del triunfo azzurro.
Estas sospechas se materializaron aquella tarde en Florencia, en un encuentro en el que tras la prórroga campeó el 1-1 final, siendo el gol español obra, cómo no, de Lángara. El tanto italiano fue anotado en clara falta al portero español, Ricardo “el Divino” Zamora, que fue agarrado impunemente por varios italianos para evitar que alcanzara el esférico. Igualmente, aquel duelo acabó con siete lesionados en el combinado español, fruto de la brutalidad italiana y la permisividad arbitral.
Al día siguiente, partido de desempate con una España mermada por las lesiones, la cual terminó mordiendo el polvo por 1-0 y con el árbitro anulando dos goles españoles en circunstancias poco claras. Lángara, que se encontraba entre los lesionados, no pudo contender en aquel encuentro. Tampoco lo hizo el mejor cancerbero del momento, Ricardo Zamora, a quien los italianos habían partido dos costillas el día anterior.
Italia acabaría ganando aquel Mundial, sobre el que jamás dejará de cernirse la sombra de la sospecha. Hasta tal punto que, tras una rigurosa investigación, la FIFA suspendió de por vida a los árbitros de aquellos dos duelos de cuartos entre transalpinos y españoles.
El pequeño consuelo le quedó al combinado nacional de ver cómo el comité organizador de aquel evento eligió a cuatro españoles en su once ideal del torneo: Zamora, Quincoces, Lecue y Lángara, que quedaba reconocido como el mejor delantero centro del mundo.
[sc name=»adhome» ]Isidro Lángara hace enmudecer a 70.000 nazis
12 de mayo de 1935, estadio Mungendorsfer de Colonia, Alemania. Más de 70.000 almas abarrotan las gradas. Banderolas nazis ondean flameantes al viento por todos los rincones del recinto. En el palco, altas autoridades del III Reich, ávido de mostrar al mundo el nuevo prodigio de la superioridad técnica de la ingeniería teutona: el nuevo feudo colonés, en el que iba a disputarse este duelo amistoso contra la España de Lángara.
Saltan los españoles al campo y son recibidos con toda una muestra de la parafernalia escenográfica nazi. Soberbias y gigantes banderas en los altos del estadio, los jugadores y cuerpo técnico aguardan la salida de los españoles al mismo pie de la bocana haciéndoles un pasillo brazo en alto con el intimidatorio saludo nazi.
Quincoces al frente. Setenta mil fanáticos aúllan el Deutschland über Alles mientras los nuestros van pasando por entre aquel pasillo de brazos en alto.

La fuerza de la puesta en escena nazi era arrolladora, intimidatoria, deshumanizadora, aplastante. Suena el himno español. A continuación, nuevamente el himno alemán, esta vez con los germanos alineados junto a los españoles en el centro del campo. Alzan sus brazos nuevamente los teutones, mientras que a los nuestros, en un sobrio gesto de dignidad, ni se les pasa por la cabeza emular el saludo de sus rivales.
Cabeza gacha y a aguantar el momento, en una actitud que honró a los integrantes de nuestra Selección, en un escenario parecido a aquél en el que tres años después la selección inglesa sí se rebajó a hacer el saludo nazi mientras sonaban los acordes del himno alemán. Dignidad española frente al proverbial fariseísmo anglo.

El partido fue una nueva muestra de la capacidad anotadora del cañonero de Pasajes. Lángara marcó un doblete que le daría la vuelta al gol inicial de Alemania y que le valdría a España para alzarse con la victoria aquella tarde en Colonia ante miles de almas encendidas en un hervidero de fanatismo, donde se estaba empezando a cocer la mayor hecatombe de la historia de Europa.

Estalla la Guerra Civil

Con la llegada de la fratricida contienda, se paraliza el fútbol en España. A Lángara le sorprende la sublevación del Ejército de África estando en Pasajes, de vacaciones. Queda, por tanto, en zona republicana y al poco es detenido por milicianos, acusándole de colaboracionismo en la represión del levantamiento de Asturias en 1934. Fue hecho preso en un buque-prisión, el cabo Quilates, fondeado en la bahía de Lequeito.
Tras días de cautiverio en manos del bando republicano, es liberado merced a la intercesión de un influyente personaje de la época y militante del Partido Nacionalista Vasco, que a la sazón conocía a Isidro Lángara por ser árbitro de fútbol. Era Eduardo Iturralde Gorostiza, abuelo del famoso árbitro Iturralde González, sobradamente conocido para el gran público español.
La familia Iturralde le proporcionó cobijo durante semanas, en que Lángara permaneció oculto en el establecimiento de un negocio familiar que los Iturralde regentaban en Bilbao, junto a la plaza de toros. Incluso llegó a circular el rumor de que Lángara había sido fusilado en Ochandiano, donde hubo numerosas ejecuciones sumarísimas.
El mundo entero conoce a Isidro Lángara
Una vez fuera de todo peligro y siendo apolítico como era y sin simpatía por ninguno de los dos bandos, Isidro Lángara aprovechó la primera ocasión que se le presentó para abandonar España. El fútbol había parado en todo el país y a él no le interesaba la política. Sólo quería seguir metiendo goles. En 1937 se organizó por parte del gobierno autonómico vasco, en plena guerra civil, una gira de la selección vasca por Europa para recaudar fondos para la causa republicana. A esta expedición se unió el de Pasajes para poder salir de territorio español.
Junto a otros insignes jugadores vascos como Zubieta o Blasco, la gira le llevó por Francia, Austria, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Fue en la URSS donde se cuenta que le sucedió una de las más pintorescas anécdotas a Lángara, a quien el árbitro de uno de los encuentros que disputaron en suelo ruso, tras marcar un golazo desde casi el centro del campo, le exigió que le enseñara sus botas para comprobar que no llevaran aparejado ningún artefacto o mecanismo secreto que le sirviera para imprimirle aquella violencia a sus chuts. Tal era la fuerza hercúlea que el cañonero atesoraba en su pierna diestra.
Tras meses de gira, Isidro Lángara y el resto de jugadores de la selección vasca decidieron volver a Francia a esperar acontecimientos. El ambiente se caldeaba en Europa, en cualquier momento podía estallar una nueva guerra a nivel continental. Y en España la contienda aún no había terminado.
Así que Lángara decide abandonar el Viejo Continente y se embarca en Le Havre rumbo a México, con paradas en Nueva York y La Habana, donde los futbolistas vascos que quedaban de aquella inicial gira por Europa jugaron partidos de exhibición. Eran por aquel entonces verdaderos jornaleros errantes del fútbol.

Llegaron a México, donde las apariciones de los futbolistas vascos tomaron la categoría de verdaderos espectáculos circenses, una especie de Globetrotters de los años treinta.
Despertaban una expectación inusitada, hasta tal punto que la Federación Mexicana les concede la posibilidad de inscribir a su propio equipo en la liga nacional, donde quedan segundos en aquella temporada 38/39.
Al término de esta campaña recibe una propuesta proveniente de Argentina, que le cambiaría la vida.
[sc name=»adhome» ]Isidro Lángara el vasco triunfa en San Lorenzo de Almagro
Zubieta, uno de sus compañeros de la selección vasca que dio aquella gira por Europa sólo dos años antes, había emigrado a Argentina para pasar a enrolar las filas del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. Él fue uno de los valedores de la llegada de Lángara al popular club del barrio de Boedo. A ello había que unirle otra genial coincidencia que convergería con Zubieta a dar impulso al fichaje del vasco para el Ciclón, como se conoce coloquialmente a San Lorenzo.
Estamos hablando de la figura del entrenador azulgrana, el que fuera mítico delantero Guillermo Stábile, máximo goleador del Mundial de Uruguay y subcampeón del mundo con la Albiceleste en aquella primera cita mundialista de aquel lejano 1930.
Stábile había visto jugar a Lángara en París durante varios de los partidos iniciales de la gira de la selección vasca. Se recoge en la prensa de la época lo que declaró la leyenda argentina sobre el ariete de Pasajes:
“Hace un año y dos meses vi jugar a Lángara en París. Merced a ese conocimiento, cuando el señor Pinto, actual presidente de San Lorenzo, me preguntó si el centre forward español era una adquisición, le respondí afirmativamente. Ahora bien; deseo aclarar algo ante los aficionados. Isidro Lángara es goles, nada más que goles. Si quieren encontrar en él un hombre que juegue fútbol, que evidencie algún virtuosismo, quedarán decepcionados.
No es para atraer la pelota, plantear una jugada; es para resolverlas. Hará un pase largo a un wing y esperará el centro con gran concepto de la colocación. Y cuando tenga la pelota en su poder, el remate no se hará esperar. No es forward para ser juzgado en un match. Es para que se le valorice a través de una temporada y únicamente por los goles que haga. La tarde que no los marque, será un jugador decepcionante. Cuando los marque, sean lindos o feos, lo cierto es que un gol vale uno. No tiene movimientos armoniosos. Más bien es pesadote. Pero se ubica. De ahí lo que expongo: que puede y debe juzgársele únicamente basándose en las cifras y a través de una temporada. Si juega como lo he visto en Europa, Lángara justificará con números lo que por él se haya pagado».

Una descripción minuciosa de un mítico delantero como Lángara efectuada por otro mítico ariete como Stábile, que sirve para hacernos una idea aproximada del tipo de futbolista que era el de Pasajes. Sobriedad sin alarde estético. Pragmatismo exento de florituras.
Su idilio con la afición azulgrana de San Lorenzo fue instantáneo. Sin ni un entrenamiento y recién llegado a la disciplina del conjunto bonaerense, Stábile lo alineó de inicio para el primer partido en que estuvo disponible. El rival no era un cualquiera: todo un River Plate era el que rendía visita en Boedo.
Era un 21 de mayo de 1939. La guerra en España estaba recién terminada, sólo dos días antes había tenido lugar en Madrid el desfile triunfal de la victoria por parte del bando franquista, vencedor de la contienda.
Pero Lángara, ajeno a ello, seguía a lo suyo, esta vez en la liga argentina. Le endosó cuatro goles a River en veinticinco minutos el día de su debut en un escenario también de leyenda: el viejo Gasómetro, aquella mole de graderíos de madera ante más de sesenta mil espectadores que enronquecieron cantando los goles del vasco. San Lorenzo hizo morder el polvo a River Plate endosándole un claro 4-2, los cuatro obra de Isidro Lángara. Había nacido un nuevo ídolo en el Ciclón.

Aquella primera temporada se consagró como mejor delantero del mundo y se erigió a la siguiente, en 1940, como máximo goleador del campeonato doméstico argentino. Marcó 110 goles en 120 partidos en las filas del Ciclón. Un prodigio goleador, una gloria de la historia de San Lorenzo de Almagro, donde militó hasta 1943. Su legado es indeleble en Buenos Aires.

Años de goles en México
A mediados de 1943 se enrola en las filas del Real Club España, de la Ciudad de México. Allí logra erigirse en hasta dos ocasiones máximo realizador del campeonato mexicano y alza dos títulos con aquel club representativo de la comunidad española en el país azteca: una liga y una copa.
La friolera de 105 goles en 70 partidos alumbran el brillante periplo del genial artillero vasco en tierras mexicanas, donde completó el hito de ser máximo goleador en tres ligas distintas. Hito que sólo ha podido ser igualado por cuatro goleadores de la talla de Di Stéfano, Romario, Van Nistelrooy y Cristiano Ronaldo.
Vuelta a España
Y en el año 46, cansado ya de su exilio voluntario, se pone en contacto de nuevo con Carlos Tartiere, que sigue presidiendo el Oviedo. El de nuevo Real Oviedo, que se trae a un ya veterano Isidro Lángara a meter goles de vuelta a España. Materializa 18 en 20 partidos en la 46-47.
Incluso en la temporada de su vuelta en su nueva etapa oviedista volvió a ser convocado con la Selección española, pero no llegó a disfrutar de ningún minuto de juego. Los años no perdonaban y ya tenía por delante a un joven que llegaba pisando muy fuerte, un tal Telmo Zarra, que también marcaría una época en el fútbol español.
Por último, como brillante epitafio futbolístico, cinco tantos en nueve partidos en la temporada de su adiós, la 47-48. Fue el último servicio que le prestó al club de sus amores, el Real Oviedo, donde se retiró una vez finalizado aquel curso liguero.

Goles, goles y goles. En eso se resume el fútbol de Isidro Lángara. Vivía para y por el gol. Para él, todas las demás suertes del juego eran accesorias, incluso despreciables. Se declaró enemigo de la gambeta, tan del gusto del fútbol argentino de la época. De hecho, cuando llegó a San Lorenzo, le pidió consejo a su amigo Zubieta:
– Con tanta gambeta, ¿cómo hago para jugar aquí en Buenos Aires?
– Isidro, no te preocupes, limítate a hacer lo que sabes
Saltó al campo y metió cuatro goles en menos de media hora. Con eso queda todo dicho.
Se fue de este mundo Isidro Lángara en el año 1992, pero habiendo dejado un recuerdo inmarcesible allá por donde pasó, que hace que sea recordado como, probablemente, el mejor delantero español de todos los tiempos. Leyenda del balompié mundial, icono de un fútbol añejo que ya no volverá.
He leído con verdadero deleite este ameno y documentado artículo que expone la vida e historia de este magnífico jugador triunfador allí donde estuvo y trotamundos en su época.
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Gracias, Fernando, nos alegramos de que te haya gustado y nos sigas con tanta fidelidad.
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