Con el corazón todavía encogido y sin poder llegar a comprender por qué pasan cosas como la muerte del pequeño Gabriel, me siento delante del ordenador para escribir sobre otro hecho doloroso e incomprensible: el asesinato del futbolista colombiano Andrés Escobar.
Colombia, entrenada por Francisco Maturana, se presentó en el Mundial de EEUU en 1994 como una de las favoritas. Se había clasificado brillantemente en su grupo de clasificación, en el que estaban Paraguay, Perú y Argentina. En Buenos Aires logró una histórica victoria por 0-5, mandando a la albiceleste a la repesca frente a Australia.
Pero el conjunto cafetero se fue a casa a las primeras de cambio. Perdió los dos primeros partidos ante Rumanía (3-1) y Estado Unidos (2-1) y de nada le sirvió derrotar a Suiza (2-0) En el encuentro ante los anfitriones, se produjo la jugada que originó la trifulca que acabó con la vida de Andrés Escobar: un gol suyo en propia puerta.

La situación en el país sudamericano era muy complicada. Eran años de extrema violencia de las FARC, el archiconocido narcotraficante Pablo Escobar había muerto a finales de 1993 y los secuestros, las extorsiones y las amenazas eran el pan nuestro de cada día. Y los jugadores de la selección no se libraron de ello.
En la noche del 2 de julio, Andrés Escobar fue increpado en un bar de Medellín. Dos hermanos delincuentes relacionados con el narcotráfico discutieron con el futbolista y la discusión la zanjó el chófer de ellos disparando contra Escobar, que falleció pocos minutos después en un hospital.
Hoy 13 de marzo, el zaguero colombiano habría cumplido 51 años. Con 27 truncaron su vida. Se iba a casar y tenía un acuerdo con el AC Milan para incorporase al club rossonero tras el Mundial. Pero una vez más ganó la sinrazón y la barbarie. Allá donde estés, feliz cumpleaños Andrés.