En el año 480 a. C. el ejército espartano plantó cara a los poderosos persas, muy superiores en número, para conseguir, a pesar de su derrota, entrar en la historia con todos los honores.
Veinticinco siglos más tarde, también se iba a librar una guerra en Europa, aunque de distinta forma, en cuidadas alfombras de césped y con un balón de por medio. En esta ocasión, el enfrentamiento no sería tan desigual numéricamente, pero los guerreros griegos también partían, a priori, en clara desventaja con respecto a sus rivales, la flor y nata del fútbol europeo.
Como Leónidas en las Termópilas, Otto Rehhagel se puso al frente de su tropa con el fin de prepararse para el combate.
El primer duelo era bastante complicado. Nada más y nada menos que ante el anfitrión y gran favorito, Portugal, en el partido inaugural del campeonato. Los lusos acudían con un equipo temible, lleno de nombres consagrados como Couto, Andrade, Pauleta, Rui Costa, Simao, Maniche, Deco, Nuno Gomes y sus dos grandes estiletes, el crack Luis Figo y el que estaba llamado a ser su sucesor, Cristiano Ronaldo.
En el estadio do Dragao (Oporto). Los helenos asestaron dos golpes mortales, por medio de Karagounis y Basinas, que hicieron estéril la diana de Cristiano Ronaldo. La primera batalla acabó en victoria, aunque eso no convertía a Grecia en favorita, ni mucho menos.
El siguiente rival era de cuidado, ya que España siempre era un rival fuerte, sobre todo, si contaba en sus filas con jugadores como Puyol, Helguera, Torres, Morientes, Xabi Alonso, Xavi Hernández, Joaquín, Valerón, Casillas o Raúl. Pero los helenos volvieron a dar la cara y consiguieron un empate, gracias a un gol de Charisteas, que neutralizó el de Morientes.
El último choque de la fase de grupos enfrentó a los griegos con Rusia, una selección muy venida a menos con respecto a la que asombró al mundo quince años atrás. Los rusos se impusieron por 2-1. Antes del minuto 20, Kirichenko y Bulykin anotaron dos goles que le hicieron ganar el encuentro, a pesar de la posterior diana de Vryzas. De todas formas, esa derrota no impidió a Grecia la clasificación para el tramo más duro del torneo; las eliminatorias finales.
En cuartos de final esperaba una potencia: Francia. Una selección que llevaba más de dos años sin perder en partido oficial. Vieira, Makelele, Pires, Desailly, Thuram, Barthez, Trezeguet, Henry o Zidane, podrían resultar temibles para cualquiera. Pero enfrente tenían a unos guerreros dispuestos a emular a sus valientes antepasados. Nikopolidis, Seitaridis, Dellas, Basinas, Zagorakis, Charisteas, Tsartas, Nikolaidis, Vryzas, Karagounis o Katsouranis se batieron sin complejos ante el gigante galo y vencieron con un gol de Charisteas.
Grecia ya estaba en semifinales, donde se vería las caras con uno de los equipos que mejor fútbol estaba haciendo, la República Checa de Cech, Poborsky, Koller, Rosicky, Baros, Plasil o Nedved. Precisamente, la lesión de este último mermó a los checos, que no pudieron batir la meta helena, llegando al final de los 90 minutos sin goles en el marcador. En la prórroga, un gol de Dellas llevó a los griegos hasta el último partido del campeonato, la gran final.
Por primera vez en la historia de un gran torneo de selecciones, los dos equipos que abrieron el campeonato se encargarían de cerrarlo disputando la final del mismo.
De nuevo contra Portugal, aunque esta vez en el otro gran coliseo del país, el estadio da Luz de Lisboa.
Al igual que hicieran en el pasado los espartanos, el equipo griego se transformó en una roca impenetrable donde se estrellaron todos los ataques portugueses. Los intentos de Deco, Figo y Cristiano Ronaldo resultaron infructuosos ante la solidez defensiva de su rival. A los doce minutos de la segunda mitad, los griegos efectuaron su primer y único disparo de aquella final, un remate de Charisteas que fue suficiente para conquistar el campeonato.
Los guerreros de Leónidas entraron en la historia como un ejemplo inolvidable de valor y sacrificio. Pero acabaron, como era lógico, derrotados. Sin embargo, los hombres de Otto Rehhagel emularon a aquellos valientes usando sus mismas cualidades para que, esta vez sí, el país griego se ciñera con orgullo la corona de laurel.
Así pues, tanto unos como otros, con 2.500 años de diferencia, alcanzaron la gloria como mitos imperecederos.
Otra muestra de la grandeza del fútbol que consigue una y otra vez que el supuestamente inferior venza al favorito y esto no solo en un partido concreto,sino en toda una competición y no menor.Esto permite al pequeño y a sus aficionados eso tan bonito de poder soñar con logros impensables desde la fría lógica.
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