En 1984 se celebró un partido amistoso entre el Cosmos y una selección de jugadores de todo el planeta futbolístico. En las filas de esta selección había nombres tan consagrados como Shilton, Pfaff, Beckenbauer, Keegan, Rocheteau, Hugo Sánchez o Kempes. Junto a ellos también jugó Vasia, como era conocido aquel futbolista delgado con el pelo ensortijado y una pierna izquierda que no desentonó en absoluto entre tanta figura mundial.
Casi 20 años más tarde, en 2003, se celebró la gala de los 50 años del nacimiento de la UEFA, que pidió a cada federación los nombres de sus futbolistas más destacados, con la intención de rendirles homenaje.
Cruyff, Best, Yashin, Puskas, Stoichkov, Súker, Laudrup, Bobby Moore, Di Stéfano, Zoff, Hagi, Eusebio… y Vasia, elegido por la federación de su país, Grecia.
Hijo de exiliados a causa de la guerra civil griega, Vasilis (Vasia) Hatzipanagis nació en 1954 en Tashkent, la actual Uzbekistán. Allí, entre miles de refugiados, se organizaban partidos de fútbol donde comenzó a destacar Vasilis, que fue captado por el equipo local, el FC Pakhtakor Tashkent, que militaba en la segunda división de la liga soviética. Pero para poder jugar en dicha liga, Vasia tuvo que convertirse en ciudadano soviético.
La siguiente temporada, el Tashkent se alzó con el título, consiguiendo el ascenso a la máxima categoría. Hatzipanagis sacó a pasear su zurda y fue dos veces elegido como jugador de plata de la liga, solo superado por el mito Oleg Blokhin.
Llegó a ser convocado por la selección soviética, con la que disputó la fase de clasificación para los Juegos Olímpicos de Montreal 76. Evidentemente, su juego no pasó desapercibido entre los equipos griegos. El Olympiakos intentó su fichaje, pero los soviéticos se negaron en rotundo.

Con 21 años, Vasilis Hatzipanagis, que aún no había pisado la tierra de sus progenitores, vio un rayo de luz cuando cayó la dictadura militar en Grecia. Para sortear la burocracia, el jugador tuvo que renunciar a la ciudadanía soviética y buscar un pariente en Grecia que le permitiese jugar allí. Un abuelo, en la región de Tesalónica, hizo el milagro y Vasilis pudo, por fin, jugar en tierras helenas al fichar por el Iraklis. Parecía que las nubes de la incertidumbre se retirarían de la vida de Vasia.
En el club griego firmó un contrato pensando que su validez era por dos años. Lo que no imaginaba era que se había comprometido casi de por vida con el Iraklis. Allí conquistó el único logro de su vida deportiva: una copa griega. Tres años después de su fichaje, la plantilla de su anterior equipo fallecía al completo en un accidente aéreo.
La zurda de Hatzipanagis llenaba de magia los estadios griegos y los aficionados de su club comenzaron a llamarlo “el Maradona de Grecia”. Además, pudo cumplir su sueño de vestir la camiseta de la selección griega al ser convocado para un partido amistoso ante Polonia. Pero de nuevo la maldita burocracia cortó sus alas; al haber sido internacional con la U.R.S.S., la UEFA vetó la posibilidad de ser seleccionable con Grecia.
A pesar de sufrir una lesión de rodilla, los grandes equipos europeos comenzaron a interesarse por él y centraron sus esfuerzos en la contratación de aquel genio. Arsenal, Stuttgart, Lazio, Oporto o Panathinaikos (que llegó a ofrecer 300 millones de pesetas de los años 80), se toparon siempre con la misma respuesta por parte del Iraklis: NO está en venta.
Vasilis colgó las botas en 1990 tras una eliminatoria de copa de la UEFA ante el Valencia. Nueve años más tarde, Vasia volvería a los terrenos de juego con 45 años tras ser convocado, como una especie de desagravio, por Grecia para disputar un partido amistoso Ante Ghana.
Con ese palmarés tan exiguo (una copa griega y dos partidos amistosos con la camiseta helena), se retiró este crack, cuya especialidad era la de marcar goles desde el rincón del córner, ya que se le llegaron a contabilizar varios de esa manera.
Quizá esa cualidad la desarrolló al estar toda su vida deportiva arrinconado, tanto por la burocracia como por la intransigencia del Iraklis y de la propia UEFA que acabó reconociendo su inmensa valía.