Con la eliminación de España ante Estados Unidos en los octavos de final del Mundial, cerramos una temporada apasionante para el fútbol femenino de nuestro país. Una temporada que, sin duda, supone un salto cualitativo (y, seguramente, cuantitativo) enorme para la versión femenina de nuestro deporte preferido. Pero que, al mismo tiempo, da paso a un año no menos importante, con múltiples frentes abiertos, que será fundamental para consolidar el crecimiento.
La derrota ante Estados Unidos fue una auténtica pena. Buscábamos un milagro y encontramos a un equipo con una fe inquebrantable en sus posibilidades. Un grupo del que sentirnos orgullosos. Hicimos sudar a la actual campeona del Mundo, a la favorita para este Mundial, a las que creen que tienen el mejor equipo del torneo… y el segundo mejor, a las que saben (con razón) que su fútbol femenino está a un nivel muy superior que el nuestro, a ese equipazo, España le dio pelea para caer solo por culpa de dos penaltis.
Me recordó a aquellas finales de baloncesto de las Olimpiadas de Pekín 2008 y Londres 2012, cuando la selección española disputó casi hasta el último momento frente a un rival que parecía enormemente superior. Más allá de que la decisión de pitar el segundo penalti, con larguísima revisión al VAR, fuera más que dudoso y de que el diferente peso de ambas camisetas influyera en la decisión arbitral, la derrota fue más que digna.
Si el lunes en la previa hablábamos de que una victoria española pudiera convertirse en un guión de Hollywood, el principio del partido también daba para ello. Un balón a la zona de la lateral izquierda española (uno de los defectos de España en este Mundial ha sido la espalda de ambas laterales) acababa por convertirse en un penalti a los cinco minutos de partido que Rapinoe no desaprovechó.
Lejos de derrumbarse, como podría haber ocurrido ante la magnitud de la hazaña que se presentaba, las españolas siguieron en el partido. La fe en la presión propició un robo de balón de Lucía García, probablemente la jugadora revelación de España en el Mundial, que cedió a Jennifer Hermoso para que anotara el empate con un precioso y preciso disparo por encima de la guardameta norteamericana.

A partir de ahí, es cierto que dominó Estados Unidos, que incluso tuvo alguna oportunidad ante la que se mostró firme Sandra Paños bajo palos, pero la buena disposición de España le fue dando confianza y seguridad para conseguir alguna posesión larga y pisar campo contrario hacia el final del primer tiempo.
También al principio de la segunda mitad. España seguía adoleciendo de la sequía goleadora que ha vivido durante todo el Mundial, pero daba sensación de poder llegar, de estar disputando (en toda la extensión de la palabra) el partido a los Estados Unidos que, más allá de la movilidad entre líneas de Lavelle, no encontraba cómodamente a sus brillantes atacantes, bien controladas por León y Paredes, las majestuosas centrales españolas. Al otro lado de las televisiones, en la calurosa tarde española, la ilusión crecía, y el enganche a estas jugadoras, a este grupo, al fútbol femenino en general, se iba fortaleciendo.
Pero poco antes del último cuarto de hora, precisamente Lavelle se anticipaba a Torrecilla, cuyo leve roce fue aprovechado por la americana para, tras dar un par de pasos, caer de forma poco ortodoxa. Penalti light, muy light, que ni siquiera los llamamientos del VAR a la colegiada pudieron evitar. Una nueva ejecución de Rapinoe impidió que el guión de la película llegara a su punto álgido. Lo del lunes no era una película con final feliz, pero sí fue la historia de una derrota honrosa, de esas que te hacen progresar y te clavan en el alma de los aficionados.
Más allá de la escasez de gol, de alguna inseguridad defensiva por las bandas, de que hubiera sido necesario clonar a Jennifer Hermoso para que fuera al mismo tiempo ariete y mediapunta, creo que podemos irnos contentos de la actuación de España en el Mundial y esperanzados de cara a la Eurocopa de 2021. Falta ser más rotundas ante rivales inferiores, tal vez un poco más prácticas en ataque, pero el juego ha sido de alto nivel y los resultados, los esperados.
Tras un año en el que hemos podido ver un mayor número de partidos en televisión de la Liga Iberdrola, en el que la selección sub 17 se ha proclamado campeona del Mundo, en el que hemos visto la final de la Copa de la Reina por un canal generalista y con la presencia de Su Majestad en el campo, en el que se han llenado Benito Villamarín, San Mamés o Metropolitano (con record mundial incluido), con un Barça subcampeón de Champions y la guinda de España en el Mundial, queda mucho por hacer en la 2019 / 2020.

De momento, se está oficializando que el Real Madrid va a absorber la estructura del CD Tacón para tener equipo en la máxima categoría femenina en la temporada 20/21. Reconociendo lo positivo de esta medida para la expansión del fútbol femenino, habida cuenta sobre todo el “bufandismo” de muchos medios deportivos de este país, no puedo dejar de lado lo tardío de esta decisión. Antes que agradecer al Real Madrid que tenga a bien sumarse a esta ola, creo que cabe echarle en cara que no lo haya hecho antes. Para un equipo de ese tamaño, tener una sección femenina es una cuestión de justicia social. No puede ser que una niña futbolera madridista que entre en la Academia del equipo de sus amores, se encuentre con que, a los doce años, cuando ya no puede jugar en equipos mixtos, le enseñen la puerta de salida del club. No es propio del siglo XXI.
Pero por encima de la presencia del Real Madrid, cabe primero resolver el modelo de Liga que arrancará después del verano. La existencia de dos ligas femeninas es una parte más de las disputas entre Tebas y Rubiales, entre LaLiga y la RFEF. No es un tema baladí, ya que una posible división de la actual Liga Iberdrola en dos torneos, puede hacer perder fuelle a un deporte en claro ascenso.
Pero incluso más importante si cabe, es la adopción de un nuevo Estatuto de la Jugadora. Más allá de que no tenga sentido que existan diferentes normas laborales para los y las futbolistas, en el fútbol femenino se dan situaciones de falta de profesionalidad en la primera división con las que hay que acabar, para posibilitar que las jugadoras puedan dedicarse a su deporte sin poner en riesgo su seguridad laboral.
Así las cosas, no hay que bajar la guardia. Esta temporada se ha mejorado mucho en la repercusión del fútbol femenino en España, pero aun quedan muchas cosas por hacer para que llegue al nivel que merece de notoriedad. No es un tema de ayudar, de dar limosna o de hacer un favor a estas deportistas, es un tema de justicia.