Mientras Fernández Oliveira tomaba aquel vaso de pisco no podía imaginar que era el último que tomaría en su vida. De haber tenido esa información, quizás lo habría degustado a sorbos más pequeños. Así lo hacía su padre, él lo imitaba de su abuelo. A fuera de la pequeña taberna, el Deportivo Municipal ganaba por cuatro goles al Universidad César Vallejo. El estadio Iván Elías Moreno disfrutaba de lo lindo, Oliveira estaba muy lejos de aquellos goles. Siendo precisos, estaba muy lejos de cualquier sitio físico, incluido el fútbol peruano, en realidad.
Ha visto mucho fútbol en su Perú natal, y por ello ha sido valorada su opinión en televisiones de todo el país, de todo el continente sería más preciso. En su pequeña libreta de hojas amarillentas conviven datos sobre todo tipo de jugadores y estadísticas. En tiempos de dominio telemático y firmas electrónicas, Fernández Oliveira únicamente confiaba en aquel conjunto de papeles que viajaban con él por todos los estadios de América Latina.
Debiera estar, según los entendidos, en algún gran club europeo como jefe de ojeadores. De vez en cuando solicitaban sus servicios, pero no pasaba su relación personal más allá de llamadas esporádicas de Manchester City o Paris Saint-Germain, entre otros. Pero no lo hacía por dinero o prestigio, no sabía hacer otra cosa.

Así lo aseguraba él mismo. El no tenía razones de peso para recomendar a un jugador o jugadora sobre el resto, únicamente indicaba cual sería el próximo fenómeno que dejaría alto el listón de los grandes nombres del fútbol nacional. Humberto Becerra, ‘Fitín’ Cabada y Germán Colunga fueron señalados por su libreta mucho antes de que hicieran historia en 1950 con su amado Deportivo Municipal.
Él no quería dinero por sus informes, era el último romántico peruano. Así lo definen por los despachos de la Federación Peruana de Fútbol. Paolo Guerrero, Teófilo Cubillas, Palacios, Renato Tapia….nombres apuntados con fuerza y subrayados por el lápiz de un anciano que, desde la seis de la mañana hasta las diez de la noche, solamente veía el futuro de Perú corriendo por el verde.
Aquel sorbo de pisco le recordó a su niñez. El toque ácido al esfuerzo que realizó su padre para que tuvieran él y sus hermanos su primer balón. Lo dulce lo asoció a los rápido que pasaban las horas en aquellos interminables partidos en el descampado situado al lado de su casa. No eran dignos de ser televisados, pero para ellos el partido del domingo era como ir convocado para jugar la Copa del Mundo.
No es que fuera para crack precisamente, lo suyo era ver jugar y apuntar. Tenía apuntes del tiempo recorrido por cada niño del barrio, los resultados y número de goles de cada uno de sus amigos marcados en una semana. Cuadernos y cuadernos por todos los rincones de su casa con las etiquetas blancas en las portadas como único método de ordenación: «Goles», «Faltas», «Pases», etc. Un sistema antiquísimo para los cánones actuales, pero efectivo para Fernández Oliveira.
Mientras salía de aquel bar, el Deportivo Nacional marcaba el quinto gol. Oliveira caía al suelo víctima de la complicación cardiaca que le impidió ser un veloz extremo, ágil guardameta o un defensa férreo. No acudió nunca a jugar una Copa del Mundo vistiendo la camiseta blanca con franja roja, pero ayudó a su crecimiento con las herramientas más humildes: un simple lápiz y un cuaderno.
!Hay,ese concepto romántico que tanto le ha dado al fútbol y que aún lo sigue alimentando en cualquier rincón de cualquier lugar!.
0